IV

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No durmió.

En vez de eso pasó la noche mirando fijamente a Carre y hacia el techo repetidas veces.

Cuando comenzó a moverse se apresuró a ponerse la ropa de deportes y salió corriendo por la puerta, escondiendo su rostro cuando creyó ver que se daba la vuelta para mirarlo.

Roier lo esperaba en la pista interior, sus ojos estaban puestos sobre los otros Reiniciados que daban vueltas a toda velocidad por la habitación.

—Buenos días —sonrió alegre.

Spreen se limitó a asentir con la cabeza, porque no era un buen día. No podía pensar en otra cosa que Carre y sus ojos vacíos e iracundos. ¿Habría vuelto a la normalidad? ¿Siquiera lo recordaría?

Le ordenaron que no dijera nada. Nunca había desobedecido una orden y así seguiría.

—Vamos —dio un paso sobre el hule negro. La pista interior era una de sus partes menos preferidas de las instalaciones CAHR.

Era un anillo de 400 metros con un guardia en el centro, encerrado en una caja de plástico a prueba de balas. Las ventanas se podían bajar rápidamente para detener una pelea con un balazo en el cerebro.

Destrozar el cerebro. La única manera de matar a uno de ellos.

La horrenda iluminación le daba a su pálida piel un tono color azul y verde vómito. La piel aceitunada de Roier lucía básicamente igual, casi bien bajo el fulgor. Desvió la mirada, haciendo a un lado cualquier pensamiento sobre cómo debía verse su pelo negro aquí adentro.

Roier apenas podía correr cuatrocientos metros sin detenerse, lo que no era un buen presagio para huir de los humanos iracundos que lo estarían persiguiendo. Con suerte los evitarían un rato.

Algunos otros Reiniciados estaban con ellos en la pista, incluido Conter, quien miraba sobre su hombro riendo mientras nos rebasaba volando, su pelo blanco ondeaba. Era uno de los aprendices más veloces que jamás hubiera tenido.

—Hagamos dos minutos de caminata y uno de trote —soltó un suspiro mientras el paso de Roier se desaceleraba a un ritmo imposiblemente lento.

Asintió, tomando bocanadas de aire. Debía admitirlo, no estaba de humor para correr esta mañana. Un descanso sería bienvenido.

—¿Eras bueno para correr cuando llegaste aquí?

—Estaba bien. Mejor que vos.

—Bueno, eso no es tan difícil— sonrió—. ¿Cuántos años tienes?

"¿Y a vos que te importa?" pensó

—Diecisiete.

—Yo también. ¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí? ¿Hay instalaciones para adultos en alguna parte? No he visto a Reiniciados más grandes.

—No lo sé —lo dudaba. A medida que los Reiniciados se acercaban a los veinte, dejaban de regresar de las misiones.

Quizá los transferían a otra instalación.

Quizá no.

—¿De dónde eres? —lo miró.

—De Karmaland.

—Yo también —le sonrió como si tuvieran algo en común.

—No somos del mismo Karmaland —dijo tenso.

Frunció el ceño —¿Perdón?

—Yo vengo de los tugurios en Argentina, me mudé a Karmaland y vos ya eras de acá pero del Rico. No somos del mismo sitio.

Wake up [spiderbear]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora