IX

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Le echó una mirada furtiva a Carre en el momento en que se ponía un suéter sobre la camiseta. Hoy parecía más normal.

Equilibrado, en calma, mientras se ataba las botas.

Demasiado calmado.

No pensó que hubiera dormido anoche. Estaba despierto cuando regresó al cuarto y encaramado en la orilla de la cama cuando despertó. Cuando regresó de correr con Roier, seguía en la misma posición, con la mirada clavada en la pared.

—¿Che, estás listo? —preguntó, mientras avanzaba poco a poco hacia la puerta. Lo estaba asustando. Sus ojos eran duros y glaciales, casi esperaba que se levantara de un salto y le arrancara la garganta.

Se levantó con lentitud, soltó un pequeño suspiro mientras sus miradas se encontraban.

Después dio un paso adelante y lo abrazó. Se puso tenso, esperando la trampa, la verdadera razón por la que lo abrazaba, pero sólo se aferró con más fuerza.

Levantó los brazos alrededor de su espalda lentamente y presionó sus manos con delicadeza contra el algodón suave de su camisa. Estaba tibio, no tibio como Roier, pero sin duda más tibio que él, aunque su cuerpo temblaba con la intensidad de alguien que se congelaba.

Se apartó y respiró profundo, al tiempo que trataba de sonreír entre las lágrimas que se le formaban en los ojos.

—Lo siento —susurró.

Escuchó primero el crujido. Cayó al suelo antes de advertir que había estrellado su pie contra una rodilla y le había despedazado la rótula.

—Carre, que —apretó los labios para evitar un grito. Entre tanto lo tomó del tobillo y le rompió la otra pierna con un horrible giro.

Hizo el dolor a un lado y lo relegó a una parte de su cerebro que no reconoció. Le cosquilleaba y se rehusaba a ser del todo ignorado, pero Spreen era un maestro en desensibilizar el cuerpo.

Carre lanzó una mirada de arrepentimiento y salió corriendo por la puerta. Era él. ¿Por qué haría eso si era él mismo?

Aferró el borde del colchón y se puso de pie con dificultad. Un gruñido escapó de su boca mientras una nueva agonía recorrió sus piernas, y tuvo que agarrarse al borde de la cama para quedar sentado.

Un disparo.

Su cabeza giró hacia la puerta para ver cómo los Reiniciados que pasaban por ahí se congelaban a medio paso.

Silencio.

Aquí el silencio nunca era algo bueno. Soltó la cama y de inmediato cayó estrepitosamente al suelo, sin que sus piernas rotas lograran sostener su peso. Apoyó sus dedos en el azulejo frío y se fue arrastrando hacia el pasillo, volteando hacia un lado y otro.

El guardia al final del pasillo estaba muerto, desparramado en el suelo, con una bala en la cabeza. La funda de su arma estaba vacía.

—¿Quién hizo eso? —preguntó aunque sabía la respuesta.

Un joven Reiniciado parado a unos cuantos pasos de él que lo miraba con tristeza.

–Carre.

Le aferró la mano y saltó, con los ojos muy abiertos por el miedo; lo usó como apoyo para ponerse de pie con dificultad. Sus huesos estaban comenzando a sanar, pero todavía se tambaleaba.

Abrió la boca para preguntar si lo ayudaría a caminar cuando sonó otro disparo. Desprendió su mano de la suya y corrió en dirección contraria.

La pared no tenía nada que le permitiera sujetarse, así que se recargó en ella, arrastrándose por el pasillo. Ls gente pasaban volando junto a él; todos se alejaban de los disparos. Sonaron más mientras abría la puerta hacia la escalera. Podía caminar más rápido si agarraba el barandal firmemente, y bajó cojeando tan rápido como pudo.

Wake up [spiderbear]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora