Las siete reglas

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No podemos culpar a una persona por no amarnos como nosotros queremos que nos ame. No podemos exigir que alguien nos conciba como el 10 perfecto en su vida, ni tampoco podemos obligarle a que de pasión cuando parece que ya la llama está extinta.

No podemos exigir la vida ni el tiempo de nadie, ni siquiera si nosotros mismos hemos decidido entregar el nuestro. Es que no podemos mandar en los sentimientos ajenos por más que queramos, por más que amemos, por más que creemos ser para esa persona la correcta, no tenemos ese derecho.

En el amor, y quiero decir en el verdadero amor, el corazón conoce razones que la razón desconoce. Pero claro, algunas personas personas se hacen los de la vista gorda y se acostumbran al lento derrumbe de un castillo cuyas columnas no estuvieran nunca en correcto valance, porque sí, tarde o temprano la chispa se va a extinguir dejándote una enorme opresión en el pecho.

Atención, respeto, lealtad, paz, tranquilidad, atención, y confianza, esa es la clave de toda relación exitosa, pero a la vez las columnas de nuestro  delicado castillo de naipes. Si una falla, aunque sea por lo más mínimo, pierdes las otras seis.

Si nuestra pareja incumple alguna de estas siete reglas todos sabemos muy bien lo que se viene detrás de esto, demasiado bien dirá yo que lo sabemos. Algo que nos duele mucho más que cuando descubrimos que nuestra pareja nos miente, algo más que la desconfianza, algo que nadie debe perdonar jamás... una infidelidad.

A lo largo de mi vida han habido dolores que me han dejado en el piso, que me han hecho arder el alma, los ojos, el corazón, pero ninguno como este, el cual siento que se lleva mi espíritu fragmentándose en miles de pedasos dejándome en un montón de ruinas. No quiero seguir, no quiero avanzar y solo deseo que esto sea un mal sueño.

Por mucho que duela aceptarlo es la cruda realidad, el amargo sabor de saber la verdad, de descubrir la mentira y el mayor dolor de descubrir que el puñal me lo encajó la persona que juró nunca lastimarme, a la cual le conté todo de mí.

Recuerdo que hacía un hermoso día pero para mi era el peor todos, en el cual me azotaba la peor de las tormentas. Recuerdo que no te dije nada, me mantuve en silencio observandote y es que no creía que eso que me habían dicho fuera cierto. Mientras que tú reías como si no pasara nada y tratabas de sacarme conversación con esas ocurrencias que solo tú sabes, yo moría lentamente por dentro.

Cada vez que te miraba recordaba todo lo que me habían contado y algo se contraía en mi interior. Te abracé con fuerza ese día como si eso me fuera a devolver a todos lindos momentos llenos de color que viví contigo y ahora solo veía en tonos grises, como si eso me fuera a traer de regreso y me fuera a despertar de esa horrible pesadilla que estaba viviendo.

Notaste que algo no hiba bien y me preguntaste que si me pasaba algo y yo te dije que no pero que ya tenía que irme, no te opusiste a mi decisión y a la verdad tampoco me hubiera importado que lo hubieras hecho porque solo pensaba en que tenía que alejarme de tí en ese momento y pensar con la cabeza fría.

Entré en un momento de negación porque no me importaba otra cosa, porque te necesitaba tanto como respirar. El mundo seguía su curso como siempre, pero para mi había dejado de existir. Ya no hiba a ser lo mismo sin él y no habría nadie que llenara su espacio, simplemente no habría nadie que me hiciera sentir como lo hizo él.

Tenía que aceptarlo aunque doliera, tú habías fallado una de esas siete reglas pero lo peor fue que es la que yo considero la más importante, me mentiste. Justo así terminó nuestra historia, todo por culpa de una maldita mentira.

Noches en Saturno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora