Capítulo 50: Sueños (II) [Alexandra]

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"Un soñador es el que solo puede encontrar su camino con la luz de la luna y su castigo es que ve el amanecer antes que el resto del mundo" Oscar Wilde.

El oscuro valle de los sueños.

Todo es oscuridad.

Atada de pies y manos, me encuentro sentada sobre una silla que parece de plomo la cual hiela mis huesos. Una silla fuera de lo común: tiene tres patas. No sé cómo lo sé, no puedo ver nada con las luces apagadas. Quizás se trate de un taburete con respaldo. Aunque, ¿tanto importa?

Me revuelvo, acoplada a esta extraña silla. Entonces mis rodillas, algo despistadas, colisionan contra una mesa, también de plomo: Se trata de una mesa normal, de cuatro brazos e inmóvil tronco horizontal. Pero, ¿acaso ese dato hace más auténtico lo irreal de esta situación? ¡Qué más da! De todas maneras, no puedo ver nada: Todo es oscuridad.

Enervo por momentos. Derecha, oscuridad. Izquierda, oscuridad. Frente a mí sigue la disfrazada noche y por mi popa... mierda, no puedo girarme. Aunque puedo imaginar la respuesta.

—Alex.

Parpadeo unas cuantas veces. La voz llega hasta mí abrazada a una nota perdida en forma de corchea; Una voz femenina que me silba algo ronca, enredándose junto a un desorientado suspiro que se pierde entre la oscuridad para impactar sin previo aviso sobre mi oído, como la bala de un fusil.

—Kri-¿Kristine? —balbuceo medio adormilada.

De repente quiero llorar. Entonces, cuando por fin creo poder distinguir entre las sombras una tenue luz azul esmeralda, el suelo bajo mis pies (bueno, bajo los pies de la silla fuera de lo común que me atesora y la mesa que me salvaguarda) comienza a temblar descontrolado.

Cierro los ojos intentando evadir el miedo. Muerdo mi labio inferior con rabia mientras me repito una, y otra, y otra y otra vez sin poder respirar: «Esto es solo un sueño. Ella no está aquí. Cálmate, Alex. Ella no está aquí». Pero el miedo no se marcha: éste me aprieta más fieramente entre sus brazos abstractos, obstruyendo mi coraje, robando mis fuerzas. Su fortaleza perfora mis huesos y sentidos, bloqueando mis salidas de emergencia.

«Esto es solo un sueño. Ella no está aquí. Cálmate, Alex. Ella no está aquí».

Entonces, si ella no es la que está aquí, ¿Seré yo la que está allí? Hecha añicos, atada de pies y manos a una silla que parece de plomo algo fuera de lo común, encerrada en el sótano de aquella casa, esa a la que apodan El demente hogar Johnson situada en el culo del mundo y a la que yo solía saludar con un: «¡Hogar, dulce hogar!».

El suelo ruge bajo mis pies. Grito, imitando el quejido de un animal herido, y caigo sobre los brazos de una silla que no es normal. Y siento que muero. El oxígeno deja de entrar de repente en mi torrente sanguíneo y comienzo a perder nitidez visual.

«Esto es solo un sueño. Ella no está aquí. Cálmate, Alex. Ella no está aquí».

Me desvanezco y el temblor se detiene. Mi cráneo produce un sonido hueco, aunque no siento dolor. «Estoy muerta», afirmo. Aún así abro los ojos y la descubro ante mí.

Su pelo castaño claro y liso ondea organizado sobre su hombro derecho, solo por ese hombro. Su piel parpadea, tan blanca como la mía, bajo su camiseta, esa tan horrible color salmón. Está bien planchada, tan tirante como su pelo. Esta agachada junto a mí sobre una pierna, con esos vaqueros blancos que llevan esas extrañas rosas que florecen desde uno de sus bolsillos.

—¿Kristine?

Mi hermana.

—Hola, Alex —dice.

Con más de un millón de dólares en los bolsillos - FDA18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora