El distante abrazo por parte del frío se hizo férreo en mis pulmones.
Mis articulaciones, la mitad de mis sentidos, incluso mi ávido cerebro se rehusó a permanecer activo: Eran tan tercos como la mismísima Alexandra Johnson a la que obedecían. Por suerte conseguí que espabilaran, justo a tiempo a mi parecer, y así prepararse para reconocer el lugar en el que me estaba desangrando.
Primero actuó mi vista: Esta estuvo lenta, desorientada y poco perspicaz. Logré enfocarla finalmente en una bolsa al fondo de un pasillo: Una mochila negra que me resultó demasiado familiar. No tuve ni que utilizar rayos X para saber que contenía.
Mis ojos recorrieron de nuevo el pasillo, aunque no quisieron enfocarse en nada más. Siete filas de asientos parejos a babor, pared color blanco roto a estribor. Algunas estanterías, no más de ocho ventanillas rectangulares que mostraban la noche y un par de estrellas y unas cortinas al final del todo.
«Un avión.»
En segundo lugar entraron a escena mi oído y olfato. Ingenuamente, estos intentaron captar alguna esencia, ya fuera de olor o sonido, que delatara algo más sobre el lugar en el que descansaba soñolienta.
Nada.
El frío me tenía atrapada: Era el único de mis secuestradores que se atrevía a dar la cara.
Pasé la lengua por mis labios; mi gusto hizo su aparición estrella. Gracias a él capté el hilo de sangre que corría por mi mejilla hasta terminar en las fauces de mi lengua. Mi fuerza de voluntad y yo hicimos un buen trabajo en equipo, consiguiendo así mover el brazo hasta mi vientre y dejar que el tacto se convirtiera entonces en el protagonista. Pero este me arrancó un grito de dolor tan rudo que el frío tuvo miedo y por un momento aflojó su abrazo.
—¡Ayu-¡¡AAAH!! —Quise protestar, pero mi cabeza se adelantó a mi voz y me hizo gritar de nuevo. Mi voz no se dió por vencida; Esta quiso acabar su diálogo— ¡¡AYUDAA!!
Así fué como entré en una lucha de estrellas entre mi voz, quien se negaba a ser secundaria, y mi cabeza, que luchaba por permanecer en escena como la protagonista. Fué esta la que, junto a mis músculos, huesos y articulaciones, consiguió que mi cuerpo permaneciese medio erguido medio curvo, avanzando a pasos de cojo e intentando agarrar los asientos de avión vacíos.
Pero entonces, cuando casi había alcanzado la cortina color terciopelo del principio, la Ley de Murphy saboteó mi obra.
La gravedad, junto al hecho de que estaba sobrevolando las mismísimas nubes y a que si algo tiene que pasar, pasará (Ley de Murphy, léase más arriba), me hizo caer de culo al suelo no sin antes golpearme el codo y las costillas con el brazo del asiento, sacudiendo así me respiración y consiguiendo que la misteriosa herida de mi vientre despertara de su profundo sueño cual dragón enfurecido.
Mi interior (y exterior, todo sea dicho) se había convertido en un caos.
Todos mis sentidos, los mismos que al inicio estaban dispuestos a pelear, ahora solo pensaban en huir. Mi voz chilló y chilló y a mí cabeza enloqueció; lloraba y pedía, pedía y lloraba. Mi corazón cogió velocidad y comenzó a latir sobre todas las partes de mi cuerpo, inclusive mis oídos, y entonces desde mis tobillos pude sentir como el diablo se volvía de nuevo en mi contra: El frío y su abrazo.
El distante abrazo polar aumentó; Este escaló desde mis tenis por mis piernas desnudas atándome al suelo, se introdujo bajo mi vestido, se hizo dueño de mi inercia y gritó desde mis entrañas, como intentando presumir sobre ello, que yo ya era suya.
«Eres suya, Alex», alertó mi subconsciente.
Por suerte, mi parte terca seguía siendo mía y se negaba obedecer al maleducado frío, ayudándome a desatar las cadenas que este me había impuesto.
«La obra debe continuar»
Me levanté; La noche se hizo un poco menos oscura y las estrellas más relucientes. Todo empezaba a volver a la normalidad: mis latidos, mis sentidos, la herida palpitante de mi vientre e incluso la gravedad comenzaba a ser de nuevo inapreciable.
Mis torpes músculos consiguieron hacer el esfuerzo que no habían tenido el valor de obrar antes y junto a mis huesos consiguieron que mi cuerpo quedará de nuevo en pié; Un escenario amorfo y curvo pero un escenario al fin y al cabo. Entonces seguí avanzando.
Volví a pedir ayuda, pero no hubo respuesta. Mi brazo se estiró hacia la cortina color terciopelo del principio, la cual ahora quedaba a escasos centímetros de mí, y justo antes de poder sentir la suavidad de aquello que simulaba ser una buena vía de escape, mis oídos captaron unos sordos pasos de lobo a mi espalda.
Me giré. Mi pelo caía desordenado sobre mí frente como de costumbre y mi vista aún no podía considerarse una buena aliada, pero pude distinguir una figura que se acercaba despreocupada hacia mí.
—Ayuda —musité.
Mis pies empezaron a moverse inconscientemente hacia la figura mientras un pequeño ápice de esperanza nacía en mi corazón. Quería llorar de alegría, saltar y correr y soñar y volar. Deseaba poder hacerlo todo al mismo tiempo.
Pero entonces algo me atrapó por detrás. Me retorcí entre unos brazos que nunca llegué a identificar y de repente estos golpearon mi nuca contra otro algo más duro.
Dejé que la oscuridad me besara y me arrastrase junto a ella hasta las tinieblas. Mis párpados se cerraron, tan pesados que dolían, mientras que mi subconsciente protestó:
«Maldita Ley de Murphy.»
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Con más de un millón de dólares en los bolsillos - FDA18
AcciónYo, Alexandra Johnson, antes era una chica normal que vivía una vida relativamente normal en un barrio tranquilo situado literalmente en el culo del mundo. Pero, ¿quién iba a decirme a mí que Dylan Gibbs, el chico más deliciosamente loco del mundo y...