Capítulo 30: Como Kriptonita.

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Me desperté siendo las hélices de un helicóptero, literalmente.

Bueno, también mi mente podría haber mutado a bomba nuclear y mi cuerpo a pólvora, la cuestión era que me sentía como una soberana mierda esa mañana.

Las sábanas se adhirieron a mis piernas, mis pesadillas intentaron arrastrarme de nuevo hacia la oscuridad en la que se sumía mi subconsciente y mi cabeza amenazó con arrancarme un gruñido... Y lo consiguió.

Gruñí; El zombie Johnson volvía a las andadas y ya no había quien lo parara, ni siquiera un buen chocolate calien... Bueno, puede que una taza de chocolate y un par de aspirinas que ayudaran a calmar la resaca lograran calmarme. Pero, ¿Quien iba a hacer eso por Alexandra Johnson? ¡Ni siquiera yo haría algo así por Alexandra Johnson!

«No volveré a beber, no volveré a beber, no volveré a beber» , me prometí, consciente de que no lo cumpliría. ¿Quién mierda cumple esa promesa cuando la hace? Alguien que tenga que convivir en un viaje con el rarito de Dylan Gibbs, obviamente no.

Dylan...

La chaqueta que llevaba puesta era suya. Solo llevaba eso y, bueno, ropa interior desconocida. Por supuesto, también me acompañaba una extraña amnesia. ¿Qué demonios había pasado anoche? ¿Por qué tenía la chaqueta de Dylan Gibbs, ÚNICAMENTE? ¿Por qué demonios no recordaba nada?

Oh Dios, esto significa... ¡NADA! Ya, tenía que calmarme. Coloqué mis pies sobre el suelo e intenté aclarar mis ideas mientras busqué unas zapatillas fantasmas.... que nunca encontré. Mierda, maldito dolor de cabeza. Quería unas aspirinas, necesitaba una buena taza de chocolate y rogaba a mi cabeza respuestas. Si hubiera hecho.... "eso" con Dylan Gibbs, supongo que lo recordaría. Mi mente no suele olvidar las cosas importantes.

Dios, maldita sea... Me sentía sucia. Muy sucia. Llevaba su chaqueta y eso... me confundía, me confundía hasta el punto de querer llorar en postura fetal bajo las sábanas pero, de repente, sin previo aviso, sonreí. ¡Tenía puesta la chaqueta de EL capullo-gilipollas! Y, joder, eso me hacía sentir rara.

Recordé las estrellas fugaces y su fondo azul celeste; experimenté las sensaciones que me hicieron sentir y deseé con todas mis fuerzas volver a verlas.

Y, cómo buenas estrellas fugaces, me concedieron el deseo.

Apareció en la puerta, con su pelo rubio revuelto, sus ojos azul celeste y su inalcanzable aspecto un poco menos "inalcanzable" pero, por lo demás, seguía siendo él.

Se acercó a mí con pies de plomo, inseguro por mi reacción, y se sentó a mi lado. No dijo nada; Yo sí.

—Eres un maldito... —intenté calmarme, pero lo miré a los ojos y me di cuenta de que su azul era más celeste y sus estrellas, más brillantes— ¡MALDITO CAPULLO-GILIPOLLAS!

Comencé a pegarle y a gritar, había terminado por caer en la locura.

—¿¡CÓMO PUDISTE... CÓMO PUDISTE HACERME ALGO ASÍ EN MI ESTADO!? —protesté— ¿De verdad pudiste...? ¡Idiota, maldito pervertido!

—No hicimos nada, Alexandra! —aclaró y presionó mis hombros para que me calmara, cosa que hice... a mi manera.

Suspiró, yo también lo hice.

—¿Por qué? —pegunté, mirando directa a sus ojos.

—¿Cómo? —preguntó, desconcertado.

—Qué por qué no hiciste nada conmigo Dylan —volví a preguntar. Por alguna razón, eso me había dolido—. Te aprovechas de cualquier chica linda, ¿por qué no de mí? Es que no soy... —Tragué saliva— ¿no te gusto, Gibbs?

Con más de un millón de dólares en los bolsillos - FDA18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora