El puto despertador vociferó más fuerte de lo que recordaba. Aunque después de haberme pasado todo el verano levantándome tarde, era normal que me sonara anormalmente fuerte y en que solo pudiera pensar en apagar el puñetero Ring Ring mientras acababa con la corta vida del jodido despertador.
La mano se me fue sola, JURO que ella sola se escabulló de debajo de la sábana y le dio “sin querer” un puñetazo al despertador de los cojones.
El cual cayó sobre la cabeza de Dylan Gibbs.
—¡Joder, chica! —ladró muy enfadado mientras me devolvía el golpe con su cojín-almohada— ¿¡No había otra puta manera de espabilarme!?
—Cierra el pico, Gibbs —gruñí adormilada.
No quería empezar una pelea con él desde primera hora de la mañana, ya que a esta hora dejo de ser Alexandra y me convierto en el Zombi Johnson, capaz de acabar contigo a cojinazos si la cabreas.
Así que, como veis, esa mañana no tenía muchas ganas de dar comienzo a mi vida delictiva.
Pero tuve que hacerlo. Maldito Dylan Gibbs, ¿no podría haber robado el banco otro puto día?
Dylan comenzó a levantarse lentamente. Tenía los ojos a medio cerrar y el pelo aplastado, por lo demás seguía siendo él.
—¿Qué hora es? —pregunté con la cabeza aún bajo la almohada.
Recogió el arma-despertador del suelo. Cómo a mi madre se le había ocurrido años atrás cubrirlo de goma espuma, había resistido la caída. ¿Cómo se le ocurriría algo tan inteligente a mi madre? Ah, claro, olvidaba que hablaba de la mamá Sherlock.
—La hora de levantarse —declaró y me apartó las sábanas de un tirón, dejándome completamente destapada.
—¿QUÉ COÑO HACES? —grité. ¿Cómo se atrevía a perturbar mi sueño de esa manera?
—No hables tan fuerte, vas a joder el plan —me riñó el muy cabrón.
Abrí la boca para protestar, pero me dejó con la palabra en la boca. No había tiempo de quejarse, ni siquiera de dejar salir al Zombi Johnson esta mañana, solo podría vestirme y salir como alma que lleva el diablo hacia el aeropuerto. Y todo eso sin que nos viera nadie, o al menos no la policía.
Sonaba genial, ¿no?
Me levanté de la cama y me acerqué al armario, de dónde saqué unos pantalones denim y una camiseta cómoda, ya que el viaje iba a ser largo y no me importaba mucho ir o no guapa.
También me acerqué a mi cómoda a coger ropa interior limpia. Ya que no tenía tiempo de ducharme, al menos me cambiaría el sujetador a uno limpio.
Pero me detuve antes de cogerlo, ¿por qué? Por Dylan Gibbs.
Me giré y enarqué una ceja. Estaba tumbado en la cama contemplándome divertido, pensando a saber qué,
¿esperando a que me vistiera con él enfrente?
Ja, ¡más quisieras, Gibbs!
—¿Vas a quedarte ahí, observando? —le pregunté.
Sonrió. No sé ni por qué le pregunté algo así, si ya sabía la respuesta. ¡Estábamos hablando de. Dylan Gibbs! No iba a moverse mientras una chica (aunque se tratara de una como yo) se estaba cambiando de ropa.
—No tenemos tiempo para ser vergonzosos, Alex —me dijo, sin borrar la sonrisa de sus labios.
Al parecer esta mañana no teníamos tiempo ni de tener dignidad.
Me ponía nerviosa, muy nerviosa.
—Eres un puto pervertido —farfullé mientras me quitaba los pantalones del pijama.
Me cambié como pude, intentando que viera lo menos posible. Aunque no podía evitar que viera un poco de carne, pero me aseguré de que esa carne que divisara estuviera dentro del límite de seguridad.
Me colé mis converse negras, me levanté del suelo y salimos por la puerta de mi habitación, sin olvidarnos de la mochila negra, claro está. Mi madre y Kristine aún seguían dormidas, ya que todavía faltaba una media hora para que el despertador de mi hermana la despertara, así que no tuvimos problemas para llegar hasta la puerta principal.
Salimos a la calle, no sin antes asegurarnos de que no había nadie observándonos. Pero, ¿quién coño iba a estar despierto a las seis y media de la mañana? Solo unos gilipollas como nosotros.
Avanzamos hasta el primer coche que había aparcado unos pasos más allá de la puerta de mi casa. Estaba dispuesta a seguir hasta el segundo cuando Dylan Gibbs me hizo caer de culo al suelo, tirando de mi camiseta.
—¿Qué coño te pasa, Gibbs? —murmuré.
Me hizo el gesto de que cerrara el pico, lo que me dio ganas de arrancarle la cabeza. ¿Me estaba mandando a callar, enserio? ¿¡A MÍ!?
Gilipollas.
Luego me señaló a los dos policías deambulando en la puerta de su casa.
—Mierda —dijo en un tono tan bajo que apenas llegué a oír si no hubiera tenido sus labios tan cerca de mi nuca.
Me dio un escalofrío, pero no tenía ni puñetera idea si era por su cercanía o porque sentía que se nos había acabado la aventura sin tan siquiera haber empezado.
Todo se iba a la mierda... ¡yo me iba a la mierda! Ya me veía encerrada de por vida entre las cuatro paredes granate de mi habitación, diciendo "adiós" a mis camaradas y "hola, ¿qué hay?", al cubo y la fregona.
Pero para mi suerte, todo quedó en un susto, más o menos.
—Quédate quieta —me susurró al oído.
«Tranquilo, no pensaba moverme con esos dos armarios ahí enfrente», estaba a punto de decirle. Pero ya se había marchado al coche de atrás y había sacado algo del bolsillo de sus pantalones.
Vale, esto ya empezaba a parecerse a una jodida escena delictiva en una película de policías.
Forzó la cerradura del Jeep cómo si lo llevara haciendo toda su vida, ¿por qué? Porque además de ser un rompe corazones, Dylan Gibbs ya tenía su expediente en la oficina de policía.
Metió la mitad de su cuerpo dentro, soltó el freno de mano y salió pitando hacia mi posición mientras el coche bajaba a toda leche por la cuesta.
Los dos policía-armarios salieron cagando leches detrás del Jeep, que se estrelló contra más de una caseta de perro, entró en el jardín de los Gordon y se estampó contra su garaje.
No sabía si reír o cagarme en los pantalones.
—Joder —suspiré con una estúpida sonrisa en los labios, medio impresionada medio muerta del miedo—. Es una lástima, era un bonito coche...
—Corre, corre, corre, corre —se puso a repetir Dylan una y otra vez.
Empecé a correr en dirección opuesta al revoltijo de sonidos de alarma y gritos de gente, que empezaba a asomarse para observar lo que pasaba. O cotillear, cómo quieras llamarlo.
Corrimos hasta que llegamos a un callejón no muy lejos, pero sí lo suficiente como para poder permitirnos descansar.
Como ya dije, todo quedó en un pequeño susto.
¡PUTO SUSTO DE LOS COJONES!
—Ha sido la hostia... —dije mientras recuperábamos el aliento—. Tienes que enseñarme a hacer esas cosas, Gibbs.
Me miró con las cejas encarnadas, aún cansado, pero pude ver cómo intentó esbozar una de sus sexys medias sonrisas. Aún estaba despeinado, y ahora tenía toda la frente perlada de sudor.
—Joder... —murmuré de nuevo.
Pensaba no decirlo en alto, pero simplemente no pude contenerme.
Su sonrisa se expandió.
—Ya habrá tiempo de enseñanzas, Alex —dijo y tiró de mi muñeca—. Ahora mueve el culo, tenemos que irnos. Ahora.
Y salimos corriendo hacia la estación de autobuses.
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Con más de un millón de dólares en los bolsillos - FDA18
ActionYo, Alexandra Johnson, antes era una chica normal que vivía una vida relativamente normal en un barrio tranquilo situado literalmente en el culo del mundo. Pero, ¿quién iba a decirme a mí que Dylan Gibbs, el chico más deliciosamente loco del mundo y...