Capítulo 14: ¡Al demonio con la ética!

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—¿Cuánto tiempo tendrá que estar en observación?  —le preguntó Dylan  al doctor Ibuki.

El doctor Youhei Ibuki era EL doctor, EL que me había salvado de morir de un balazo con solo unos míseros diecisiete años. Tenía... bueno resumiendo,  era otro japonés más de ojos rasgados y divertido acento que combinado con una buena cantidad de morfina en la sangre conseguía que me partiera el culo yo sola.

Literalmente, casi me caí de la camilla blanca. (¡MALDITA CAMILLA!)

—Cleemos que con una slemana selá suficientle —esta última palabra le costó más de lo debido—. Por ahora debelá seguil en obselvacion.

Dylan asintió y terminó de hablar con el doctor Ibuki, quién salía con la cabeza bien alta de mi habitación supongo que por haber hablado mi idioma tan bien, sin apenas un atisbo de acento asiático. Apenas...

Seguido Dylan se volvió hacia mí y examinó mi situación. Se suponía que debía seguir,  palabras textuales, en obselvacion, pero necesitábamos continuar con nuestra aventura y yo me negaba a estar tirada en una cama de hospital como si estuviera enferma o algo parecido. Además acababa de descubrir que ya llevaba tres días -¡TRES MALDITOS DÍAS, JODER!- allí, medio en coma.

Me había rozado una bala, simplemente eso. No era para tenerme en cama una semana.

Médicos... ¿demasiado exagerados o demasiado nenazas?

—¿Cómo te encuentras ahora? —me preguntó, aunque ya se imaginaba mi respuesta.

—Un poco jodida, como ves. ¿Cuándo nos vamos?

Una extremadamente sexy sonrisa me sorprendió y apenas pude controlar los impulsos animales que por lo general no era capaz de, pues eso, controlar.

—Tengo algo de ropa en el coche, aunque es de chico —dijo, pero sabía que ese pequeño detalle no me importaba, así que siguió:—. Volveré en seguida, así que no te muevas de aquí, pequeña.

Idiota.

—¿Y dónde se supone que iría, pequeño? —le grité mientras salía por la puerta con su persistente y gloriosa sonrisa.

Joder, que trasero tiene el muy idiota.

Mientras esperaba a Gibbs, algo muy aburrido, me puse a tararear una canción de Ed.Sheeran que había escuchado tararear previamente  a mi hermana Kristine. ¿Cómo se llamaba? Era algo así como...

Mierda, maldito suero.

Por supuesto ese no era el nombre de la canción, simplemente me acababa de dar cuenta  de que lo tenía pinchado al brazo y me empezaba a molestar.

La morfina comenzaba a desaparecer demasiado, demasiado rápido.

Me arranqué todos los malditos cables que tenía enganchado a mi débil brazo y me desperecé, ya que me sentía dentro de una caja y necesitaba despejar mente, cuerpo y alma.

Cuando Dylan volvió me sentí liberada. Lo acompañaba una silla de ruedas recién tomada prestada y mi —su— ropa.

—Rápido, el avión sale en unas dos horas y media —declaró.

Pestaneé exageradamente.

—¿Ya has conseguido los...? —tuve que sonreír, era inevitable hacerlo—. Eres un genio, Gibbs.

Acababa de subir su autoestima un poco más de lo que debía, pero por una vez no me importó.

Tuvo que ayudarme a vestirme, algo demasiado incómodo y provocativo, rato en el que él no apartó la sonrisa ni yo mis sonrojadas mejillas. Mierda, ¿por qué tenía que ser casi un desecho social? Si hubiera estado en posesión de mis facultades no habría sonreído tanto.

Con más de un millón de dólares en los bolsillos - FDA18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora