Dylan y yo pedimos amablemente a los rebeldes que nos dejaran un poco de intimidad, pues nuestro torrido encuentro tenía demasiados espectadores cuando yo solo necesitaba dos: yo misma y mi Zombie Gibbs.
Por supuesto, cuando digo amablemente quiero decir lo contrario; obviamente los echamos a gritos, patadas e insultos.
Jess nos ayudó finalmente, aunque ella también acabó oponiendo resistencia y al final tuve que ponerme seria con la tóxica rebelde. Por desgracia se sintió ofendida porque no supe usar las palabras adecuadas con ella, así que me dió uno de sus ya familiares golpes acompañado de una melancólica mirada de asesina.
-Creía que éramos amigas -se quejó.
Puse los ojos en blanco.
-Y yo creía que no eras una acosadora, y que eras menos superficial, y que uno de tus fetiches no era ver besarse a la gente -argumenté, encarnando una ceja-. Al parecer, nada es lo que parece -añadí con un desdén de misterio en la voz.
Ella gimió y se largó, derrocada por mis inteligentes y acertadas respuestas de estudiante modelo.
Cuando todos se hubieron marchado me acerqué de nuevo a Dylan, quien me dedicaba una de sus extremadamente sexys sonrisas torcidas que, para mi desgracia, me hicieron esbozar una (aunque admito que no tan sexy) a mí.
Colocó sus manos en mis mejillas, presionándolas,como si yo fuera una niña pequeña estúpida e inocente,y acercó su cara a la mía de nuevo, lo que hizo que mi estómago protestase dulcemente, como si le hubieran nacido de repente dos plumadas alas de pájaro e intentara escapar de la jaula en la que estaba encerrado.
Lo admito: me gustó esa sensación. Solo un poco, no más.
-¿Me has echado mucho de menos, Alexandra? -preguntó con una ridícula voz que hizo que me encogiera de hombros mientras intenté aguantarme la risa.
-No mucha -respondí con desdén-. Fricke me tuvo bien entretenida.
Frunció el ceño, desconcertado.
-¿Debería estar celoso de ese tal Fricke? -preguntó y dicho esto presionó su nariz contra la mía, lo que consiguió que mis mejillas perdieran su color natural.
Me zafé de él entre sonrisa y sonrisa, preguntándome a la par por qué sonreiría tanto y cada vez más preocupada por esa enfermedad sincronizante que empezaba a parecerme crónica.
-Veamos -me hice cómicamente la pensativa y cuando mis ojos regresaron a los suyos, continué:-, su nombre es Jess, y es una chica. -No sabía que más añadir al informe que le estaba haciendo de la rebelde, así que expliqué lo obvio-. No soy gay y, por lo que yo sé, ella tampoco lo es. Aunque con mi hermoso rostro y mi sexy acento americano, quién sabe. -Rió, yo también lo hice. Hasta que reparé en una cosa- Y aunque hubiera tenido una aventura gay, que no es el caso, ¿por qué ibas a estar tú celoso?
Se encogió de hombros y con una sonrisa de oreja a oreja y la cara peligrosamente cerca de la mía -otra vez-, respondió:
-Tengo derecho a estar celoso de lo que es mío ¿no crees?
Me puse alerta casi de inmediato, sacando de nuevo a flote mi verdadero yo, la Alex malhumorada, siempre a la defensiva y aburrida de siempre.
Y para ello había dos razones:
Primera: Mi estómago estaba a punto de salir volando con tanto revoloteo.
Y segunda: Estaba empezando a dejar que el efecto que Dylan Gibbs causaba en las perras de mi ciudad me afectara, consiguiendo que me comportara amablemente con ese maldito rampecorazones.
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Con más de un millón de dólares en los bolsillos - FDA18
AcciónYo, Alexandra Johnson, antes era una chica normal que vivía una vida relativamente normal en un barrio tranquilo situado literalmente en el culo del mundo. Pero, ¿quién iba a decirme a mí que Dylan Gibbs, el chico más deliciosamente loco del mundo y...