Aferrados al azar del destino, la suerte nos condujo hasta la habitación de un hotel parisino.
Yo me encontraba en mitad de un baño de espuma y pétalos de rosa, leyendo un libro que había conseguido por el camino, mientras Dylan me gritaba desde la habitación contigua.
—¡Alexandra!
En mi libro se desarrollada la ardiente historia de amor entre Jaqueline, la hija pequeña de un prestigiado empresario francés, y Sam, un pobre artista inglés. Al parecer, el padre de Jaqueline había oído decir a Peter, el prometido de su hija Emma, que había oído comentar a Danielle, la ex-mujer de su hermano, que había oído decir a Filippe, el vecino de la prima de su abuelo, que había escuchado cuchichear a Lana y María, las empleadas del hogar del abuelo François, sobre uno de los vecinos del pueblo de la ciudad de París que había visto a su hija con el artista. Y ahora éste, quien creía ciegamente en la palabra del tal Peter, iba en busca de venganza.
Pero lo que no sabía ese pobre padre es que, mientras él camina hacia la humilde casa del artista, éstos están consumando su amor en la mesa del salon-comedor-cocina.
«Oh cielos, tienen que salir de ahí. ¡Jaqueline, corre! ¡Sam, súbete ya esos malditos pantalones!»
Pasé la página con rapidez. El drama que emanaba aquella historia me engarrotaba los dedos de los pies, me ataba a las letras de sus páginas y al corazón de los personajes como si intentaran que estuviera dentro de su secta. Las burbujitas efervescentes de mi perfecto baño con olor a rosas no hacían más que intensificar aquella situación, impactando en mi piel como pequeños cometas en la tierra.
«¡Jaqueline!»
—¿Alexandra? ¿Me estás escuchando? —escuche preguntar a Dylan Gibbs en un lugar muy, muy lejano, desde la realidad.
—Mmm —gemí como respuesta, dejando resbalar mi culo levemente por el fondo de la bañera, sintiendo la emoción de Sam y Jaqueline entre mis poros.
El padre se había parado a hablar con unos hombres y ellos seguían acariciándose en aquella mesa... Mierda, eso no era para menores.
Apenas percibí los pasos de Dylan Gibbs, los cuales rodearon la bañera para posicionarse tras de ésta.
Dylan se arrodilló a mi espalda, colocando sus brazos sobre el filo de la bañera y chocando con mi piel, centrando su vista en mi libro.
El calor de su risa me hizo cosquillas en la nuca.
—Alexandra Johnson, ¿estás leyendo pornografía? —preguntó.
Me mordí el labio inferior, algo acalorada.
—No es pornografía —dije, en tono de voz algo más grave de lo normal—. Es una historia de amor y drama.
—Sí, lo que tu digas —ironizó. Pude sentir sus ojos en blanco detrás de mi nuca, pero sus labios presionaron mi cuello y no me dejaron expresarar mi incorformidad—. Lo volveré a preguntar más lentamente... —sus labios ascendieron hasta mi oído, haciendo que mis ojos se cerraran— Alexandra Johnson, ¿estás leyendo pornografía sin mí?
—Dylan, intento leer... —protesté.
Sus dedos agarraron el libro y comenzó a leerme al oído, tan sumamente despacio...
—Levantó a Jaqueline de la mesa en la que se encontraba, toda desnuda y perlada de sudor, y la tumbó en la cama mientras ella le pedía que siguiera...
—Dy — intenté protestar, pero sus labios comenzaron a besarme dulcemente, consiguiendo que soltara el libro para otorgarle a él su completa custodia.
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Con más de un millón de dólares en los bolsillos - FDA18
AcciónYo, Alexandra Johnson, antes era una chica normal que vivía una vida relativamente normal en un barrio tranquilo situado literalmente en el culo del mundo. Pero, ¿quién iba a decirme a mí que Dylan Gibbs, el chico más deliciosamente loco del mundo y...