Capítulo 8: Consecuencias

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♔︎ 08: Consecuencias ♔︎

Me es imposible quedarme dormida. Lo que le hice a la bruja se repite de forma constante en mi mente, torturándome. Trato de pensar en que era un monstruo, en que casi mata a Blade, a Dax y que era cómplice de mi padre, por lo que merecía morir, pero no me reconforta en absoluto.

Me pongo de pie y me paseo por la habitación, inquieta. A veces, me da la sensación de que la bruja está aquí, conmigo, como una sombra, pero al ver mi entorno, no hay nada.

Voy al baño, me lavo la cara con agua fría y me remojo un poco el cuello. Cuando alzo la cabeza y me miro en el espejo, doy un sobresalto al ver el reflejo de la bruja detrás de mí, con la flecha incrustada en su sien.

Al girarme, ya no está ahí. Me llevo una mano al pecho, el corazón me retumba con fuerza, como si quisiera escapar de mi cuerpo. Salgo del baño y con prisa me marcho de la habitación. El pasillo se alza frente a mí con un aspecto oscuro, iluminado por los pequeños rayos de luz de la luna que se cuelan a través de las pocas y altas ventanas.

Miro mi alrededor, asegurándome de que no hay peligro a la vista. Me paro frente a la puerta de Theo, y, justo cuando voy a golpear, doy otro brinco al ser asustada por el sonido de otra puerta. Al mirar a un lado, se trata de Dax, que su habitación está al lado de la de mi amigo.

Lleva puesto un pantalón negro de chándal y una camiseta de color vino, que contrasta con su piel y su cabello. Me mira con extrañeza antes de recorrer su mirada desde mi cabeza hasta los pies. Siento mis mejillas arder por vergüenza al ser consciente de que me está viendo en mi pijama; unos pantalones cortos de seda y una camiseta de tirantes azul marino. Decido ignorarlo, tocando la puerta de Theo con prisa.

—¿Te vas a quedar allí para siempre? —termino soltando, al notar que no se mueve.

Al no recibir respuesta, lo miro otra vez. Me observa como si esperara algo. Lo pierdo de vista cuando yo misma abro la puerta de Theo al darme cuenta de que no me va a abrir. Cierro la puerta detrás de mí y me apoyo un momento en esta. Mi amigo está recostado boca abajo y agradezco internamente que esté usando su pijama completo. Camino con suavidad hasta sentarme a los pies de la cama.

—Theo —lo llamo, moviéndole una pierna—. Oye, despierta.

Repito el proceso alrededor de diez veces. Comienzo a frustrarme. ¿Cómo puede tener el sueño tan pesado? Me pongo de pie y rodeo la cama hasta estar a su lado. Lo sujeto de los hombros y lo muevo.

—¡Theodore! ¡Despierta, por favor!

Por fin, comienza a moverse en la cama, soltando quejidos. Vuelvo a hablarle y, entonces, abre sus ojos poco a poco, dándose la vuelta hasta quedar tumbado de espaldas. Al verme, pestañea varias veces.

—¿Estoy soñando o estás aquí? —pregunta, somnoliento.

—Estoy aquí.

Se rasca los ojos y bosteza con dramatismo.

—¿Qué pasa?

—No puedo dormir.

—Qué mal —dice, acostándose de lado, dándome así, la espalda—. ¿Quieres que te cante una canción para dormir? Yo creo que solo vas a quedar traumatizada.

—Eres un pesado.

Deja escapar otro bostezo.

—Acuéstate aquí. —Da pequeñas palmadas al espacio vacío que hay en la cama. Sin cuestionar nada, camino hasta acostarme a su lado, dejando una distancia prudente—. ¿Quieres hablarlo? —pregunta, con los ojos cerrados.

La caza del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora