Epílogo: Aprendiendo a vivir

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Cinco años después

Narra Emma

Siempre he sido fiel creyente de que después de la tormenta viene la calma, y de que una noche nunca ha vencido a un amanecer. Sin embargo, no podemos esperar nada distinto si no nos arriesgamos a olvidar lo malo y continuar.

Ese capítulo negro de nuestras vidas quedó en el pasado. Nos dejó secuelas a todos, pero elegimos iniciar de nuevo.

Al cumplir la mayoría de edad, Sergey y yo nos casamos. Él quería una ceremonia aparatosa para darme gusto, pero yo preferí algo más íntimo. Asistieron todos sus familiares y mi mamá, la cual luego de conocer a las abuelas de mi ahora esposo, se sentía avergonzada de haberlas prejuzgado. Incluso la señora Elena ofreció ayudarla, pero mamá rechazó su ofrecimiento alegando que estaba bien en su empleo.

Iniciamos la universidad casi de inmediato. La señora Elena y la señora Yulia nos apoyaron económicamente con la condición de que no trabajáramos hasta graduarnos. Yo tuve que congelar por un año, ya que solicité un permiso por maternidad.

Sergey comenzó a trabajar antes, mientras yo cuidaba de nuestra bebé. La señora Elena me apoyó bastante en la crianza de la niña, pero respetando los límites. Vivimos en su casa y nos mudamos una vez que me gradué.

Sergey y yo comenzamos a trabajar en el sector público. Yo era psicóloga y él trabajador social. Juntos compartíamos el sueño de mejorar un poco este mundo. También colaborábamos de forma externa en el Hospital Clínico Leninskij cuando era requerido.

En líneas generales me siento feliz. Tenemos una hermosa familia y nos llevamos bien. Él se ha mantenido estable, le debemos mucho a los fármacos. Aunque yo tenía la misma opinión que su abuela Elena con respecto a las drogas, tuve que admitir que le hacía bien desde que comenzó a tomarlas.

A los cuatro años pedí un permiso por maternidad en el trabajo. Apenas di a luz, fui con mi ginecólogo para que me colocaran un implante hormonal. Si bien no estaba arrepentida de mis dos hijos, no quería reproducirme como conejo. Creo que la idea de Sergey de tener un equipo de fútbol tenía más verdad que chiste.

Mis días se resumían en atender a mis dos terremoticos, mientras mi esposo trabajaba. No quería volver aún, hasta que mi pequeño fuese más independiente. La niña en unos meses iría al kindergarter.

El sonido de la cerradura era el anuncio de que Sergey había llegado a la casa. Nuestra bebita sin miedo a nada bajaba corriendo las escaleras para ir a recibirlo.

—Llegué mis amores.

Sergey abrió los ojos de par en par conmocionado, hasta que la pequeña figura se abrazó a su pierna. Él soltó el aire retenido y se inclinó para tomarla en brazos. La miró con falsa molestia y ésta escondió su cara en el cuello de papá.

—Lorena, cuántas veces te tengo que decir que no corras por las escaleras que te puedes caer —dijo él con firmeza y dulzura a la vez.
—Lo siento papi, es que te extrañé.

Y con esas palabras ella lo desarmaba. Definitivamente hay cosas que se repiten. Así era su tía Fedora de niña y Lorena tenía su misma energía. Tenía un oído bastante agudo. Gracias a Dios no sabía girar la perilla de las puertas.

Bajé las escaleras y mi esposo me recibió en sus brazos. Suspiré cansada en su hombro.

—Perdón cielo, no me dio tiempo de poner la barrera... Antoine me dio batalla, pero conseguí que se durmiera.  ¿Cómo te fue? ¿Tienes hambre?

Los secretos de familia se ocultan en casa: justicia para Sergey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora