18. Sin salida

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-¿Cómo dijiste? -preguntó retóricamente, tratando de convencerse de haber oído mal.
-Estoy embarazada, mamá -dijo con temor a lo que sucediera después.

Su madre levantó la mano y Emma cerró los ojos. Al ver que no ocurría nada, los abrió para ver a su madre llorando en silencio, sentada en el sofá.

-Dios. ¿Qué voy a hacer ahora contigo? Apenas lo que gano nos da para vivir las tres y tu abuela cada vez se pone peor -bramó con frustración.

Emma se acercó a su madre y le colocó una mano sobre el hombro. Se sentía sumamente avergonzada.

-Sergey y yo nos casaremos cuando cumplamos la mayoría de edad. Sus abuelas nos van a apoyar y cuando tenga al bebé, trabajaré para ayudarte. Todo va a estar bien, mamá.
-¿Crees que todo es así de fácil? -soltó con molestia, levantándose de golpe- ¡Madura, Emma! La vida no es una novela, ustedes están muy jóvenes y dudo mucho que esas mujeres de verdad vayan a hacer eso. Ese muchacho ya obtuvo lo que quería, ¡Entiéndelo!

Emma la miró con expectación. Sergey no la dejaría sola, ella confiaba mucho en él. Era un chico bueno, aunque todo el mundo se empeñara en mostrarle lo contrario.

-¿Cuánto tiempo tienes? -dijo sacándola de sus pensamientos.
-Dos semanas. Me hice una prueba de sangre hace algunos días.
-Pues, ya está -dijo con aparente calma- la solución es que ese niño no nazca. El lunes te llevaré a la clínica donde está tu abuela. Te pediré una cita con el ginecólogo para que interrumpan tu embarazo.
-Estás loca -le escupió, abrazando su vientre- no voy a hacer eso.
-Eres menor de edad y no decides -le dijo con severidad.

La madre de Emma salió por la puerta, dejándola sola nuevamente. Emma se fue a su habitación a llorar. Después de haberse desahogado, buscó entre sus pertenencias el trozo de papel que le había dado la abuela de Sergey cuando la trajo a casa. Se fue a la sala, marcó el número de teléfono y esperó con impaciencia mientras repicaba.

-Buenas noches ¿Quién habla? -se oyó del otro lado de la bocina.
-Señora Yulia -dijo la chica entre lágrimas.

Media hora más tarde, Emma tenía una pequeña maleta. Dejó una nota en el refrigerador exponiendo sus razones y al escuchar el claxon del auto sonar, salió para abordarlo.

Sergey aún seguía en la clínica. Yulia estacionó en la entrada de su casa mientras Elena salía. Le tendió los brazos a Emma y luego abordó el auto por la puerta del copiloto.

-Estás en tu casa, linda. Si tienes hambre, en la cocina hay comida recién hecha. Nosotras vendremos más tarde -le dijo la pelirroja desde la ventanilla.

Emma esperó que el auto se alejara y entró a la casa. Soltó un suspiro pesado, sonrió forzadamente y tomó la maleta para llevarla a la habitación de su novio.

Entró dejándola en el piso, se sentó en la cama y tomó una de las almohadas. Se abrazó a ella y lloró, hasta quedarse levemente dormida.

A la mañana siguiente

Emma despertó con la sensación de haber dormido un siglo. Pronto recordó la decisión que había tomado y en donde se encontraba. Por un momento se sintió mal por su madre, pero no tuvo opción. Si se quedaba en la casa perdería a su bebé.

Se estiró levemente, fue hacia su maleta para abrir y sacar algunas cosas. Se metió a bañar y cuando se estaba secando oyó que tocaron la puerta.

-Un momento -dijo para cubrirse apropiadamente.

Abrió la puerta y era una de las abuelas de su novio.

-Buenos días, señora Volkova -le dijo la chica.
-Buenos días, Emma. Llámame Yulia -le dijo en tono dulce- sólo quería comprobar si ya te habías despertado. Vamos a ver a Sergey hoy, por si nos quieres acompañar.
-Por supuesto, señora Yulia -dijo alegremente la joven- sólo deme unos minutos mientras me arreglo.
-Mi esposa está terminando el desayuno, te esperamos en el comedor.

Los secretos de familia se ocultan en casa: justicia para Sergey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora