3. Salto de fe

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Semanas después, Lorena contactó a Antoine y lo invitó a su casa. Por consejo de sus madres, pasó por una floristería y le compró un ramo de rosas rojas. Pensó que los chocolates serían demasiado, ya que ella por ser figura pública se cuidaba mucho su figura.

Se dio un baño corto, se colocó un jean, una camisa tres cuartos y unos mocasines. A su cabello le secó el exceso de agua y se peinó con las manos. Un poco de perfume y estaba listo para irse.

Al llegar a la gran casa, tocó el timbre y ella lo recibió. Tenía un conjunto deportivo y su cabello rubio recogido en una coleta. Él la miró como quien ve a Dios y sonrió.

—Te ves hermosa. Esto es para ti —le tendió las rosas.
—Gracias —se ruborizó levemente— pasa. Estaba en mi rutina de yoga, perdí la noción del tiempo y no me dio chance de cambiarme.

El chico entró hasta la sala, donde fue invitado a sentarse. Ella fue a la cocina y volvió con dos vasos de jugo de naranja. Se sentó junto a él y comenzaron a hablar.

—Eres el primero que me ve en esta facha. La verdad me siento muy cómoda así. Verme tan despampanante requiere mucho trabajo —soltó un bufido— es agotador.
—Pues me alegra. No niego que eres muy bella; pero no te miro como si quisiera, ya sabes... —se sonrojó levemente— respeto mucho a las mujeres, recuerda que fui criado por ellas.
—Eso lo noté desde la primera vez. Que eres diferente. ¿Te importaría si pedimos delivery? Me siento muy a gusto así y no quiero salir.
—Te propongo algo mejor. ¿Qué tal si cocino para los dos?

La rubia sonrió con incredulidad. Asintió con la cabeza y le mostró la cocina. Le dio un delantal y le colaboró, pasándole los ingredientes que él iba a usar.

—Eres un estuche de monerías, lindo. Y yo gastando una fortuna en restaurantes, cuando esta es la mejor pasta bolognesa que he probado en mi vida.
—Mis madres me enseñaron. Me criaron para que fuese un adulto independiente y funcional. Tú sabes, no un troglodita que vea a las mujeres como sus sirvientas.

Antoine levantó los platos y se encargó de ellos. Lorena lo veía embelesada. El chico era un pelinegro de ojos verdes, un poco alto y con un cuerpo nada despreciable. Aparte de atento y respetuoso, nunca la miró de forma incómoda ni le insinuó nada.

—¿Vemos una película? Tengo Netflix —dijo la rubia, disimulando sus nervios.
—Me parece perfecto. ¿Palomitas?
—En la encimera de arriba. Iré a ver que van a estrenar hoy.

Se decidieron por un maratón de American Horror Story. La rubia dio un respingo en una escena que la asustó y él la abrazó con ternura. Él miraba la televisión y ella lo estudiaba a él. Miles de dudas asaltaron su cabeza y si era cierto lo que pensaba, sería un lamentable desperdicio. No aguantando más la incertidumbre, decidió romper el silencio y preguntar de forma directa.

—¿Eres gay?

El chico la miró con total confusión. Ella se encontraba a la expectativa. No sabía qué le asustaba más: que fuera cierto lo que le preguntó o que por su imprudencia se haya arruinado la cita. El chico la soltó, cruzó sus brazos y se puso serio, frente a ella.

—El hecho de que me hayan criado en una familia homoparental no significa...
—Lo lamento —le interrumpió— no quise decir eso. Perdóname, es sólo que el que no te guste no fue una opción que consideré. Yo... lo eché a perder.

La rubia bajó la mirada y Antoine se sintió culpable por la forma tan dura en cómo le había hablado. Tomó sus mejillas y le levantó la cara, para que sus ojos se encontraran.

—No soy gay. Y en este momento sólo me gusta una mujer, pero soy un caballero.

Antoine se acercó a Lorena y la besó con suavidad. La chica le echó los brazos al cuello y él la tomó por la cintura, pegándola más a él. Se siguieron besando hasta que se separaron por la falta de aire. Se volvieron a besar y Antoine cortó el beso cuando notó que comenzaba a tener una erección. Rápidamente se alejó, se colocó las manos sobre la bragueta del pantalón para cubrirse. 

Los secretos de familia se ocultan en casa: justicia para Sergey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora