21. Caballo de troya

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Advertencia: contenido sensible. Se recomienda discreción.

Sergey salió iracundo y aturdido a toda prisa de la clínica. Corrió hasta que sus pulmones se quedaron sin aire y comenzó a gritar hasta que le dolió la garganta. Tenía tantas emociones encontradas e hicieron explosión con lo que sucedió con su novia.

Cansado, se dejó caer en el piso. La caída fue amortiguada por el césped del lugar. Era una especie de plazoleta, con algunos árboles y bancas por doquier. Su teléfono sonó incesantemente, pero se rehusaba a hablar con quien fuese.

Al ver que el aparato no se callaba, lo sacó de su bolsillo y miró la pantalla, en la cual se leía claramente “Número privado”. En Rusia ese servicio sólo estaba disponible para políticos y personas muy importantes.

—Aló ¿Quien habla? —gruñó.
—Me hieres el corazón, después de lo que pasó entre nosotros no creo que no reconozcas mi voz —le dijo el hombre del otro lado de la línea con falso dolor, haciendo que a Sergey se le revolvieran más sus emociones.
—¿Qué es lo que quieres? —lo desafió— si te acercas a mi familia te juro...
—Bah, no seas ridículo —le dijo con burla— eres tan sólo un cachorrito asustado, no estás en posición de amenazarme. Lo que le pasó a tu putita es sólo el comienzo... ¿A cual de tus abuelas quieres más? Si deciden seguir con el estúpido juicio, te juro que la vas a pagar caro.
—Déjalos en paz, tu problema es conmigo. Haré lo que sea —musitó.
—mmm, no sabes cuantas ideas tengo en mi mente, chiquito —le dijo con lascivia— tu oferta es bastante tentadora. ¿Dónde estás? Pasaré a recogerte.
—Estoy en el boulevard Lamas.
—Ok, dame diez minutos. Y más te vale que estés solo o sino...
—Estoy solo, por favor apresúrate.

Diez minutos más tarde, el auto se detuvo frente a él. Sergey estaba tan enojado que ya no sentía temor. El hombre bajó el vidrio de la ventanilla del copiloto para cerciosarse de que le decían la verdad y volvió a subirla. Liberó el seguro para que el chico abriera la puerta y se metiera.

—Sigues siendo mi tipo —dijo el hombre en un susurro, acariciándole la entrepierna a Sergey— muero por ver cuánto has crecido.

Sergey cerró los ojos con fuerza. Tragó grueso todo el asco y repulsión que sentía por aquel señor. Rodaron unas cuantas cuadras y tomaron un camino fuera de la vía. A los lados sólo se veían grandes árboles y nada más.

Llegaron hasta una pequeña y rústica casa de madera. La pintura se estaba cayendo y parecía que una fuerte brisa iba a hacer que se desplomara. Afuera había un escolta fornido, al cual él le entregó las llaves del auto una vez que se bajaron.

—Ya sabes que hacer, te avisaré más tarde.

El hombre vestido de negro asintió con la cabeza, entró al auto y se fue. El hombre abrió la puerta y apremió a Sergey para que entrara. Una vez los dos estaban dentro de la propiedad, le hizo una seña de que entrara a una habitación y se sentara en la cama. Sergey obedeció mirándolo con odio.

—Me encanta cuando no quieren— dijo relamiéndose los labios mientras se desabotonaba la camisa— quítate la ropa, pero déjate el bóxer.

Sergey se tomó el borde de la playera y sin dejar de mirarlo se la quitó de un tirón. Se levantó de la cama para aflojarse los pantalones y quitarlos, una vez que se quitó los zapatos.

En su pecho colgaba una cadena, con un dije de un crucifijo, el cual le había regalado Emma hacía unos días. Se llevó las manos al cuello para quitárselo, pero fue detenido por la voz del hombre mayor.

—Dejátelo. Así te terminarás de convencer de que no bajará del cielo a salvarte.

El hombre se acercó y acarició el pecho del chico con una mano, mientras que la otra la tenía en sus propios pantalones.

Los secretos de familia se ocultan en casa: justicia para Sergey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora