16. La voz de mis pesadillas

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Narra Sergey

Esa mañana hicimos el amor sin protección y luego de levantarnos, desayunamos con la familia como si nada. Mi abuela Elena nos miraba como escrudiñándonos y mi abuela Yulia me regaló un guiño, como si supiera lo que habíamos hecho.

Les pedí llevarme el auto nuevamente para ir con Emma al centro comercial. Era domingo y aunque la vería en la semana en el colegio, no era lo mismo. Allí no podíamos tomarnos de las manos ni expresarnos nuestro amor, porque Emma no quería que su madre se enterara. Le propuse hablar con mi futura suegra y dar la cara por los dos, pero me convenció de que ella misma le contaría de nosotros.

El lunes a media mañana suspendieron las clases porque vendría al colegio un benefactor. Teníamos que escuchar sus aburridas anécdotas y fingir interés, ya que su donación ayudaría a mejorar algunas áreas, siendo nuestro colegio uno público con subsidios limitados. Ya estaba acostumbrado a eso porque mi instituto buscaba inversores constantemente, pero esta vez fue diferente. Me petrifiqué al oír su voz.

Narra Emma

Después de la visita de aquel empresario, Sergey seguramente pidió irse antes y lo hizo. Fui un momento al baño y cuando volví, ya se había marchado. No lo entendí ya que no esperó para despedirse, pero mi chico era enigmático a veces. Seguramente me llamaría o me enviaría un mensaje de texto más tarde.

Transcurrieron un par de días y no supe de él. No vino al colegio ni tampoco me contactó. De verdad estaba preocupada pero no quería asfixiarlo. Lo había llamado unas diez veces pero me desviaba al buzón. Él me había confesado que este mes era muy difícil para él y yo no quería sumarle más estrés a su vida.

La semana transcurrió rápidamente, asomándose el viernes. Cuando llegué a la casa, mamá me abofeteó. Me tomó por sorpresa, pero luego lo entendí. No tenía derecho a leer mi diario, eso es privado.

Pero lo hizo y no sólo se enteró de que tengo novio, sino también de que ya no soy virgen. Aunque no tenga moral para hacerlo, me reclamó que eso estaba mal y que no era el ejemplo que me estaba dando.

Menos mal que no había escrito lo último que hice. Tuvimos demasiadas actividades y no tuve tiempo de hacerlo. Encima de la desaparición repentina de Sergey, me sentía extraña.

La abuela se complicó, mamá se la llevó al hospital y me advirtió que estaba castigada. Se llevó mi celular y me dejó incomunicada con el mundo.

Mi mejor amiga me llamó al teléfono local y lo agradecí enormemente. Le pedí que viniera a verme, pero que antes pasara por un farmacia. Tenía un mal presentimiento y quería descartar esa idea.

Amelia había llegado a mi casa hacía una hora. Me encontraba en el baño encerrada con el corazón agitado. Ella estaba afuera tocando la puerta.

—Emma por favor ábreme y dime que salió.
—No me atrevo a mirar Amelia, tengo miedo del resultado.

Mi amiga giró la perilla de la puerta y entró. Yo me encontraba sentada en la tapa del inodoro con las manos cubriéndome la cara.

Las pruebas estaban sobre el lavamanos. Desde que agregué el poquito de orina que indicaba la caja, las dejé allí para que pasaran los cinco minutos. Pero la verdad no quería ver.

Amelia se acercó y tomó la primera prueba. El resultado: dos rayitas color rojo pálido. Tomó la segunda: dos rayitas color rojo pálido. La tercera: dos rayitas color rojo pálido. No habían dudas, tres de tres.

Los secretos de familia se ocultan en casa: justicia para Sergey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora