13. Sé mi primero

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Emma quedó sola en casa, ya que le tocaba diálisis a su abuela. Su madre le preguntó si quería acompañarlas para no quedarse sola, pero ella alegó que tenía muchos deberes por terminar.

Una vez que su madre salió, llamó a Sergey al celular. Luego de invitarlo y coordinar que llegaría en una hora, se metió a bañarse para ponerse una ropa bonita. Al salir del baño se dispuso a preparar comida para su invitado y ella, y para que comiera su madre y abuela al llegar. El tiempo se le fue volando y ya el timbre de la casa estaba sonando.

Se dirigió a la puerta, suspiró y abrió. Se hizo a un lado para que el chico entrara y cerró la puerta detrás de él. Se alzó sobre sus talones y le dio un casto beso.

—Hola hermosa, te traje esto —le tendió un chocolate.
—Hola hermoso. ¿Tienes hambre? Acabo de terminar la comida.
—No en este momento, quizás más tarde. Vamos a apresurarnos con los deberes porque hoy tengo cena con la familia.

Emma lo tomó de la mano y lo llevó hasta su habitación. Le pidió que la esperara mientras ella bajaba hacia la cocina. Al regresar lo hizo con dos vasos de jugo y le tendió uno a él. Se lo tomaron mientras conversaban.

—Oye hermoso. ¿Cuándo me presentarás a tu familia?
—Pronto hermosa —le dijo desviando la mirada.
—Tranquilo ¿Sí? No sientas miedo de mí, no voy a juzgarte por nada.

Emma dejó el vaso de jugo a un lado y se acercó más a él. Le lanzó los brazos al cuello y se acercó para darle un beso. Era una sensación nueva e indescriptible para ambos. Estaban en plena adolescencia donde las hormonas las tenían alborotadas. El beso subió de intensidad a tal punto que Sergey bajó una de las manos que tenía en la cintura de ella hasta su trasero. Al darse cuenta se separó apenado.

—Lo siento —dijo el rubio poniéndose colorado.
—No te disculpes, puedes tocar —le dijo Emma volviendo a unir sus labios con los de él.

La intensidad subió. A pesar del frío que había afuera, en esa habitación se sentía un calor enorme. Sus suspiros se transformaron en jadeos y ambos estaban muy emocionados.

—Emma... yo...
—Lo sé y yo igual —le interrumpió el titubeo.

Sergey la depositó suavemente sobre la cama, haciendo a un lado su morral. Se subió sobre ella sin dejar caer su peso y siguió besándola. Pero de pronto fue como si se apagara y se giró hacia el otro lado de la cama, con la respiración agitada.

—¿Qué pasa? —dijo Emma avergonzada. ¿No te gusto?
—No es eso —dijo él sintiéndose mal— me siento tan estúpido ahora. No eres tú, soy yo.

Sergey se sentó en la cama dándole la espalda. Emma estaba conmocionada, tratando de adivinar qué hizo mal. Le gustaba tanto pero cómo él no daba avance para empezar, decidió ella tomar la iniciativa. Pero ahora se sentía una zorra. Ella también se sentó en la cama, en el otro extremo. Sergey se volteó al oírla llorar.

—Cariño por favor no llores. Yo... lo siento, soy un tonto.
—Perdón por presionarte Sergey, es que en verdad me gustas. Te quiero y quiero hacer esto contigo.

Sergey se levantó de la cama y se sentó a su lado. Abrazó a la chica y comenzó a hablarle.

—También me gustas Emma, pero no debemos apresurar las cosas. Oye mi amor. ¿Por qué no pides permiso y vienes esta noche a mi casa? Así te presento a mi familia.

A Emma se le iluminaron los ojos. Aunque no se lo había mencionado a él, su familia no sabía que tenía novio. Así que tendría que inventarse una buena excusa para permanecer fuera de casa.

—De acuerdo hermoso —le dio un pico— vamos a terminar lo de matemáticas y luego comemos. ¿Te parece?

Sergey se marchó, ya que Emma lo convenció de que si él no estaba era más fácil conseguir el permiso. Al llegar su madre y abuela le comentó que Amelia la invitó a quedarse en su casa hasta el siguiente día.

Los secretos de familia se ocultan en casa: justicia para Sergey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora