Capítulo 3: Casa

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Aylen

—¿Y tú a dónde irás a pasar la navidad?

Estoy sentada en una cafetería muy concurrida, pero que hoy debido al inmenso frío está un poco vacía. Frente a mí está Steven, un amigo que conocí al entrar a la universidad un poco después, va en su tercer año de arquitectura y es bastante tierno a decir verdad.

Su cabello es rojizo, ojos verdes y algo penoso cuando lo conoces al principio. Ha hecho que estos meses no se sientan tan malos, bueno, él y Ellie.

—Mis padres viven en un lugar algo pequeño. Mevagissey, iré en dos días —le respondo dándole un sorbo a mi café.

Son las tres de la tarde y varios copos de nieve se posan en las hojas del otro lado de la ventana de cristal. Me encanta este clima, aunque a veces ni me puedo mover al sentir mi cuerpo congelado.

Soy muy poco tolerante al frío, sí. Pero eso no me detiene de pasar horas y horas en medio de la nieve.

—Eso es bueno —sonríe acomodando sus gafas.

—¿Y tú?

—Mi familia vendrá.

La forma en la que lo dice es como si no le agradara mucho la idea, mas no pregunto y decido llevar la conversación a otro lado. Steven es gracioso, bastante, aligera un poco la tristeza que siento desde que sin querer, vi una froto de Adrien esta mañana en mi teléfono.

Era uno de esos recordatorios de todo lo ocurrido en el año, y para mi mala suerte, una en la que ambos salíamos abrasados y sonriente viendo al otro fue la que detonó todo.

Es absurdo, he tratado con todas mis fuerzas no pensarlo. Lo bloqueé de todas las redes, hasta le exigí a Ellie que hiciera lo mismo. Pero es imposible eliminar su recuerdo. Es como un maldito tatuaje.

Una vez hecho, es para siempre.

Suspiro en mi segunda taza de café. Debería preocuparme ya que se ha convertido en mi bebida diaria, pero me ayuda bastante con el cansancio.

—¿Necesitas que te lleve a casa? —inquiere cuando salimos del local.

Me abrigo bien y le muestro una sonrisa de boca cerrada.

—Si no es molestia.

Entramos a su camioneta y nos ponemos en marcha. El silencio es incómodo, por lo que pongo cualquier música en el estéreo que corte la tensión creada gracias a mí. En todo el trayecto noto sus intenciones de buscar conversación, pero no toma al valor de hacerlo al ver que de repente mi estado de ánimo ha decaído y es que, ¿cuándo dejaré de recordarlo? Es tortuoso estar así, deprimirme por su maldita culpa cada vez que a mi mente llegan las cosas que hacíamos hace unos meses, cuando nos conocimos, cuando fui su guía turística en el pueblo... cuando me preguntó si podía ser mi novio antes de entrar a la fiesta de su padre.

Todo eso, sumado a los sentimientos que nunca antes había experimentado a tal magnitud, me hacen quedar como una completa estúpida.

Porque lo soy, ¿no?

No me doy cuenta de que varias lágrimas ruedan por mis mejillas hasta que Steven aparca el auto en mi residencia y me observa con preocupación.

—Oye, ¿estás bien?

Carraspeo.

Patética, completamente patética.

—Sí, yo... —la vergüenza me haca apartar la mirada. Odio tanto verme así — gracias por traerme, Steven.

—Puedes contar conmigo, Aylen.

No le respondo, ni siquiera una mueca puedo hacer cuando prácticamente corro hacia el edificio y subo al ascensor que me lleva a mi departamento.

Conquistándolo [Libro 1 & 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora