[Final]

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KISHI

Hay peores destinos que la muerte.

Lo supe desde el primer día que puse un pie en esta escuela y conocí gente por la que estaría dispuesta a morir. Porque sí, una vida sin ellos era mucho peor que la muerte. Quizá fue ver a Mei Mei enfadada cada vez que perdía en el bingo contra señores mayores lo que me hizo darme cuenta de todo eso, o quizá las noches de karaoke con Utahime.
Quizá fueron las veces que Suguru me consoló componiendo canciones con su guitarra o quizá fueron las miles de risas que consiguió sacarme Satoru cuando en mi pecho solo había un vacío que se negaba a desaparecer.

Quizá fue la primera sonrisa de Megumi después de que sus padres lo abandonaran.

Qué más da. Cada uno de ellos me dolería hasta el alma si los perdiera en la batalla. Porque no, nunca me gustó aferrarme a esa vaga ley de la hechicería que dice que no podemos forzar lazos entre nosotros. Los lazos son conductos, conductos que nos ayudan a entendernos y a compartir buenos y malos momentos.

Si nos volvíamos unos seres insensibles, ¿en qué nos diferenciaremos de las maldiciones? ¿Cuál sería nuestro propósito?

¿De qué mierda servía todo esto si nuestro propio odio traía más destrucción?

Claro que era más fácil así. Encerrarte en tu propia cárcel e ignorar a los demás para evitar sufrir después con sus muertes era lo más sensato.

Lo más sensato para los egoístas.

Porque cada hechicero que caía, era una persona que había entregado su vida por y para los demás.
Y yo no iba a ignorar una muerte así. Merecen nuestro respeto y nuestra pena, una demostración de que lo hicieron en vida, marcó la vida de muchos.

Si sus muertes eran ignoradas, era lo mismo que reírse de su coraje que muchos otros no tuvieron.

Lo supe con Haibara. Y lloré, lloré porque era una persona por la que merecía la pena llorar.

Lloré cada noche que Megumi tenía pesadillas con el abandono, porque ningún niño se merecía que le arrebataran un derecho tan esencial como lo era la infancia.

Lloré cuando Suguru se fue, porque sabía que no había sido un capricho de la noche a la mañana. Sabía que había sufrido, que la insuficiencia había podido con él y eso no le permitió ver lo útil que era, lo mucho que lo queríamos.

Aunque ahora mismo, me encuentre de pie, mirando por el balcón de la enfermería después de que él casi me matase, no podía odiarle.

Solo podía odiar el mundo que tenía delante, los cielos anaranjados que transmitían una alegría que no existía para gente como nosotros.

Y lo peor de todo, es que tendría que aguantar vivir en este mundo muchos años más. Porque mi maldita suerte no es capaz de ver lo cansada que estoy de vivir.

Si no fuera por mi prodigioso nacimiento y porque en mitad de la batalla tiré mis pendientes al suelo, estaría enterrada dos metros bajo tierra. Porque mi suerte se inclina a lo que todo el mundo quiere.

Pero ahora que sabía la verdad de por qué la cuenta atrás de mis siete años de vida se había detenido, solo quería morir.

La puerta se abrió de golpe, dejándome ver a Satoru, despeinado y con la voz entrecortada. Sus ojos se iluminaron al verme, recobrando ese color del mar en calma que tanto me gustaba.

Corrió hacia mí hasta envolverme en sus brazos, como si tuviera miedo de que de un momento a otro desapareciese.

—Pensaba que… —no hizo el mínimo esfuerzo de esconder sus lágrimas. Ya daba igual.

Me guardé las palabras para otro momento. Hice un esfuerzo sobrehumano por sonreír, pero no pude.

Porque por mucho que Satoru se alegrase de verme viva, yo solo quería desaparecer.

Al ver que no compartía su ilusión, se separó de mí y me observó. No sabía cómo tenía la cara, tampoco me importaba demasiado, pero a él pareció importarle hasta el punto de ponerse pálido.

—¿Qué te pasa, cariño? Alégrate —intentó animarme —Estás viva. Y Ieiri me ha dicho que podrás vivir muchos años más. Ya puedes olvidarte de esa dichosa cuenta atrás y podemos…

—Satoru —le interrumpí —. ¿Recuerdas cuando os expliqué a ti y a Suguru lo de la cuenta atrás?

Asintió. Sus cejas estaban ligeramente fruncidas y no parecía estar muy seguro de querer escuchar mis palabras.

—Como recordarás, los usos de Joker restan años al corazón. Por eso no envejeces cuando lo usas.

—Es el corazón lo que envejece —completó él.

Lo miré, esperando a que él solo uniera los hilos de toda esta mierda, porque yo no tenía ganas de explicárselo a nadie. Pero como no, Satoru nunca ponía las cosas fáciles.

—Me trasplantaron un corazón —mi voz se fue rompiendo con cada palabra.

Me crucé de brazos, clavando mis propias uñas en mi piel hasta sangrar. Agaché la mirada y dejé que las lágrimas cayeran sobre mis botas, porque no quería reprimirlas.

Satoru dio unos pasos hacia atrás.

—No me digas que…

Cuando dije que habían peores destinos que la muerte, me refería a esto. Porque no había sido mi suerte de nacimiento la que me había salvado de una muerte segura.

Cuando Ieiri me dijo la verdad, simplemente algo se rompió y nada ni nadie podría repararlo. Ni siquiera Satoru.

No había peor destino para mí que saber que el hombre al que había amado toda mi vida, usó su último aliento para darme una vida mejor.
Una vida mejor junto a alguien que no era él.

—Usó una de sus maldiciones antes de morir —expliqué sin mirar a Satoru —Sanó su corazón con ella, porque era para lo único que servía esa maldición.

—Consiguió esa maldición porque sabía que le mataría —las lágrimas siguieron saliendo —Sabía que usaría mi expansión territorial para matarle y aún así, me ha salvado la vida.

Me dejé caer al suelo y me abracé a mí misma.

—Y ahora, lo que me mantiene con vida es su corazón.

Porque sí, lo que Suguru Geto había hecho era sanar su corazón y protegerlo antes de morir por mis propias manos. Porque quería salvarme. Porque a pesar de todo, me seguía amando como el primer día.

—Kishi no es tu culpa… —se arrodilló a mí altura.

—¡Estos años de vida no son míos! ¡Debería estar muerta! ¡Ambos deberíamos haber muerto!

Porque en la reunión con los de Tokio antes de ir a Shibuya, cuando dije que estaba dispuesta a matarlo, oculté la verdad.

Era capaz de matar a Suguru, sí, pero solo si yo me iba con él al infierno.

Porque esto no entraba en mis planes.

Porque ahora, viviría una vida con el hombre al que amo, con el niño al que consideraba mi hijo y rodeada de lujos.

Porque viviría una vida que no me tocaba.

Porque esta vida, no era mi vida nunca más.

Porque ahora, en mi pecho, le sentía más cerca que nunca.

FIN

“Oigo pasos de alguien que jamás llegará”

Mario Benedetti


As de corazones | Satoru Gojo × OC | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora