ESTE CIRCO DENOMINADO "MATRIMONIO".

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El "contrato matrimonial" fue firmado.

Nam se sentía desvastado y traicionado por mi, la mujer que tenía a su lado.

Sentía un gran vacío en mi pecho viendo que el hombre que ya amaba ni siquiera me miraba. Mis ganas de llorar me dolían en los ojos y en las sienes; sabía que no debía mostrarme débil ante aquel sujeto que ahora era mi esposo, pero eso me agobiaba inmensamente.

Salimos en silencio de la sala del ayuntamiento. No hubo invitados vitoreando la felicidad de la unión ni pétalos volando por el aire: solo un frío anillo dorado y la espalda recia del desconocido que caminaba frente a mi.

Traté de igualar los pasos de él pero era imposible. Un tipo de la talla de Nam no se alcanzaba fácilmente, siendo que también soy una mujer alta y de complexión fuerte; pero en ese momento, el agobio me disminuía y  ralentizaba.

Ya en la calle, Namjoon se acercó al auto que nos esperaba para llevarnos a nuestra nueva residencia. Abrió la puerta y esperó a que subiese. Luego cerró. Él no subió.

—Lleva a la señora a la casa, por favor—ordenó firme.

—¿Y usted señor?—preguntó confundido el chofer—¿en qué irá?

—De eso no te preocupes, Lee. Yo iré en un momento. Tomaré un taxi.

Escuché aquel diálogo callada, con la cabeza gacha y las lágrimas rodándome sin control.

Arrancó el auto con rumbo a lo que sería nuestro nuevo hogar.

"¿Se sentirá como un hogar?", pensé con muchísima amargura.

Trate de darme un poco de ánimo pensando que si le explicaba el malentendido él podría perdonarme y todo iría mejor.

La residencia era de dimensiones extraordinarias, pero no tanto como la de su padre; por algo Nam era solo el segundo socio mayoritario.

Preferí seguir pensando en cómo sería el interior de la casa y qué cosas podría hacer en ella.

En el hall principal se encontraba de pie una mujer esbelta, de curvas finas y belleza perfecta. La reconocí al instante: era la secretaria de mi esposo.

—Señora Kim, mi nombre es Hannah. Soy...

—Si, lo se. Es la secretaria del señor Kim, ¿acerté?— dije en un tono que denotaba cansancio y tristeza.

—Así es. Veo que no pasé desapercibida para usted, señora—habló con deferencia la secretaria.

Solo atiné a asentir insegura, mientras comenzaba a sentirme infeliz e imperfecta como siempre. Esa chica era, seguramente, todo lo que esperaba un hombre de una mujer. Sabía de sobra que yo no era competencia para Hannah, ¡claro que no! Pero, ¿qué más podía hacer? Ahora no me quedaba más que estar allí y ser la señora de la casa, aunque ello me significara un esfuerzo sobrehumano.

—Señora Kim, debo darle los términos y reglas de su estadía y convivencia aquí—interrumpió mis tormentosos pensamientos.

—¿Términos? ¿Reglas? Pensé que se trataba de convivir entre esposos e ir descubriendo cosas en el día a día—respondí.

—No señora. El señor Kim pidió expresamente el cumplimiento de términos y reglas para su próximo tiempo aquí. Paso a detallarle las más importantes: número uno, usted no permanecerá en esta casa junto al señor. Su estancia será en la casa de huéspedes que se encuentra en la parte de atrás de esta residencia.
Número dos: no contará con personal para que la asista y tampoco precisará los servicios de los empleados que trabajan aquí.
Número tres: solo tendrá contacto con el señor Kim cuando éste lo solicite.
Número cuatro: luego del lapso de doce meses (que es el tiempo estipulado de concreción del traspaso de las acciones de la fusión) el "contrato matrimonial" se disolverá, quedando ambas partes libres.
El señor le otorgará lo que usted pida para subsanar los inconvenientes que se ocasionen en este año de casados y a la espera de la fusión final, ¿está de acuerdo señora?

—¿Dónde debo firmar, Hannah?—hablé dejando escapar un suspiro de tristeza y dolor.

—Aún no están impresos los papeles. El señor Kim los traerá a su regreso.

—Aquí estoy, Hannah. Traigo conmigo los papeles—ingresó serio y agitando el sobre que contenía todos aquellos términos descabellados.

—Puedes retirarte, Hannah. Debo hablar con mi esposa.

—Muy bien, señor. Mañana lo veré en la oficina. Hasta luego y, señora Kim... ¡felicidades!

Sentí cada palabra de esa mujer como una ironía. Y es que, sinceramente, todo aquello era irónico y despiadado.

—Bien, creo que fueron suficientemente claros los términos que establecí, ¿verdad?—hablaba Namjoon mientras pasaba por su lado sin mirarla.

—¿De verdad vamos a vivir así, Nam?

—De otra manera no concibo aguantarte aquí, Alma Kang.

El desprecio y la frialdad de sus palabras me llenaban de consternación ¿Tan horriblemente me había equivocado? ¿Realmente era una farsante como Nam lo expresaba?

—Déjame explicarte todo, Namjoon. Creo que esto solo fue una confusión

—¿Una confusión? ¿El hecho de hacerte pasar por otra mujer, divertirte a costa mía y luego mostrarte como una oveja desvalida es solo una confusión? ¡No me hagas enfadar Alma!—gritaba él mientras se volvía hacia mi agarróndome por el cuello—Me viste la cara de tonto y aprovechaste. Jugaste conmigo desde el principio y eso no lo voy a tolerar. Odio verte, siquiera pensarte. No mereces, ni siquiera, el aire que respiras.

Y era tan cierto, pues comencé a sentir la asfixia que provocaba el agarre de aquella mano inmensa y fuerte. Quizás  merecía todo lo que me estaba sucediendo.

Tosí un par de veces, haciendo que Nam volviese a la realidad y me soltase inmediatamente.

Caí al suelo, producto del mareo que me había provocado el estrangulamiento. Me incorporé tambaleándome y masajeandome la garganta.

—Eeen..entendí el mensaje Nam. No volverás a verme a menos que lo solicites. Espero que este año corra rápido por el bien de ambos. Permiso, me retiro a la casa de huéspedes— concluí dándole la espalda a mi esposo y dirigiéndome hacia la puerta de entrada.

Namjoon observaba como me alejaba de allí. Las lágrimas inundaron sus ojos. La mujer de la que se había enamorado no podía ser esta, la que se retiraba de su casa.

Un dolor en el pecho lo hizo doblarse y sostenerse de la mesa. Jamás en su vida lo habían traicionado de esa manera, y menos, alguien a quien amaba profundamente.

Se prometió a sí mismo odiarla con toda sus fuerzas y hacerle padecer lo peor durante los trescientos sesenta y cuatro días que duraría este circo denominado "matrimonio".

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