LA LLAMADA

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Busán, 01:44 p.m. (Corea)

Es hora del almuerzo. He preparado el lugar para comer ¡Se siente tan sola y vacía esta casa!

Miro mi reflejo en el cristal de una de las puertas de la alacena. Me noto aún más vieja que hace tres años atrás; sin embargo, lo que se refleja no es mi imagen, sino mi espíritu empobrecido.

Quiero llorar todo el tiempo, pero también comencé a olvidar cómo se hacía. Mi memoria me juega malas pasadas; el rostro de Alma se esfumó hace un tiempo y es casi inaudible en mi cabeza su voz.

Estoy tan perdida en mis pensamientos que el timbre de una llamada me sobresalta, pero luego me calmo y recuerdo que mi niño del corazón me llama todos los días a esta hora.

"¿Es él?" Solo asiento sin darme la vuelta. "¿Cuándo me dejarás que le hable?" Le contesto con un gesto: mi dedo índice puesto en mi boca, señal de silencio.

Cuando atiendo, activo el altavoz. "¿Omma?" Su voz se siente cansada, rasposa.

–Hola, hijo ¿cómo estás? ¡Ah! Antes de que continuemos, tengo el teléfono en altavoz. Estoy preparando guarniciones para la semana, así que me moveré en la cocina ¡Tu sabes! Choi omma no se queda quieta–bromeo forzándome a reír, para cubrir la mentira piadosa; no estoy sola. Alguien más escucha.

–¿Qué día y que hora es allá Namu?– me apresuro a seguir con la charla para evitar otras preguntas.

–¡Ufff, omma! Sabes bien que, aquí, es un día más tarde y doce horas más que allí en Corea. Aquí ya es lunes a las 01:44 de la madrugada.

–¡Ay, hijo! Sabes que mi memoria no es la misma desde hace unos años. Lo que si debo decir es que tu carácter persiste en el tiempo–le dije en un tono de dulce reproche.

–Lo siento, omma. Es que hoy estoy muy frustrado–habló casi en un susurro.

—Nam, sería bueno que vuelvas y te hagas cargo de la empresa de tu padre. Hacen, ya casi dos años que falleció y...

—Prefirió dejarlo todo en manos de la comisión directiva y darme la espalda a mi por no cumplir "el contrato–dijo esto último con irónica énfasis.

–Aún así, puedes regresar y pelear por lo que es tuyo. Además puedes...

–La encontré omma. Encontré a Alma–me calló con su respuesta.

–¿La encontraste? ¡Oh, Dios! ¡Hijo! ¡La encontraste! ¿Cómo está? ¿Va a volver? ¿El bebé? ¿O es niña? ¿A quién se parece?–no lograba respirar ante tantas preguntas que le hacía. Mi ansiedad iba creciendo a medida que el mal presentimiento tamnién.

–Eh...–solo se le ocurrió decir eso, pasando a un mutismo cargado de dolor y llanto.

"Hijo, ¿acaso estás llorando?" Era como si le hablase al aire, no había contestación.

–Namjoon, por lo que más quieras, dime qué sucede.

—¡Omma! No es la mujer con la que me casé. Alma... Alma...–y otra vez ese llanto desgarrado.

–Hijo, calmate, respira ¿Qué pasa con Alma?–traté de cargar mis palabras con tranquilidad.

–Ella tuvo un accidente y no me recuerda. Ella no es la misma... ella... mi bebé... no está. No lo logró. El bebé no existe.

Quería no entender lo que decía, pero amargamente lo comprendí. No había Alma... tampoco "Botón de oro". La vida de mi hijo del corazón tambaleaba entre continuar o perderse, y yo tan lejos.

Sin pensar, corté la llamada. Me sostuve de la mesada, mi estabilidad se perdería si no me agarraba de allí. Era un golpe duro: Namjoon volvía a quedarse solo.

Sentí un agarre en mis hombros, uno firme pero cargado de cariño y consuelo. Me dí vuelta y abracé a esa mujer con todas mis fuerzas. Ella también lloraba.

–Su Jin... ¡Oh, Min Su Jin!

–Lo sé. Nuestro Namu, nuestro hijo, está sufriendo. Debemos hacer algo.

La siesta se volvió negra de repente. Unas enormes nubes precipitaban sin piedad. Ambas nos abrazamos para compartir el dolor.

EL GRAN PREMIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora