EL SILENCIO DE TU PARTIDA

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"La persona con la que usted quiere comunicarse no es un cliente..." La contestadora de la compañía de telefonía celular volvía a responderme.

Miles de pensamiento recurrieron a mi mente, pero el que más asaltaba mi tranquilidad era la maldita posibilidad de que Alma haya estado en peligro nuevamente y por ende hubiese "perdido" otra vez su móvil.

Marqué a Choi omma y no contestaba tampoco. Mis nervios se estaban destrozando al pensar lo impensado. Decidí llamar, entonces, a Lisa, que me contestó dándome tranquilidad: que había hablado con Alma ayer viernes por la tarde y que todo estaba bien, que mamá Choi (así la llamaba Lisa) aún no regresaría hasta bien entrada la noche y que ella se iría a dormir a la casa de huéspedes para no extrañarme tanto. Le agradecí darle sosiego a mi cabeza y nos despedimos, mientras cortaba la llamada. Aún así, el que la computadora de la compañia de teléfonos siguiese contestando me daba mala espina.

Preferí no enfocarme en ello pero si en llegar rápidamente a la joyería. No hice a tiempo la cancelación de lo que les había encargado, por lo que responsablemente me haría cargo de aquellos gastos y pagaría una multa por las molestias ocasionadas.

Ese regalo, en su momento, le pertencería a Hannah, mi secretaria. Ella fue distracción y, a veces, mi apoyo en los momentos en los que el odio cegaba mi amor por mi esposa. Sé que hice mal en involucrarla e ilusionarla, pero ella no es la dueña de mi corazón y mi vida. Las cosas entre ella y yo se enfriaron bastante, al punto de que ella misma pidió ser transferida a las oficinas de Kang Inc. en Estados Unidos. Por un lado, fue un alivio; pero por otro, sería un verdadero dolor de cabeza instruir a una nueva secretaria.

Llegué a la joyería y ya me esperaba una empleada. Había llamado anteriormente explicando la situación. Ya tenía preparado los papeles para la cancelación, compromiso de pago y multa por molestias ocasionadas. Firmé y extendí un cheque con la suma que solicitaban. Casi al terminar el trámite, la empleada se volvió para mirarme una vez más.

-Usted es el señor Kim Namjoon, ¿verdad?.

-Si señorita-aseveré dándome media vuelta en el asiento para mirarla con curiosidad-¿Hay alguna anomalía con los papeles?

-No, señor, tranquilo. Solo que recordé que el pasado miércoles una de mis compañeras había tomado una llamada de su esposa, la señora Kim Hannah. Quería saber sobre su encargo. Lo más extraño fue que la señora preguntó por unas alianzas y no por el conjunto- culminó la señorita mientras me observaba atentamente.

-¿La mujer dijo que era Kim Hannah?-pregunté tratando de ocultar mi ahogo de pánico.

-¡No! Ella solo se anunció como su esposa. Mi compañera buscó la solicitud del trabajo y vió su nombre. Obviamente le preguntó si era ella porque debemos verificar identidades para evitar problemas serios adversos-dijo a modo de información.

La realidad me iba apretando en el pecho como una pesada lápida que me estaba asfixiando. Puse mi mejor cara de serenidad, le agradecí por los datos a la empleada y salí de allí corriendo hacia mi auto, para manejar a toda velocidad hasta la casa.

Iba a volver a marcar su número pero ya sabía de antemano que no me iba a contestar nunca. Busqué en sus redes sociales y en todas salía la leyenda "this user is not found". La desesperación me estaba detruyendo. No conseguía llegar a casa; parecía como si el auto recorriese calles atiborradas de fango; se sentía pesado y peligroso.

Llamé nuevamente a Choi omma y la línea daba ocupada. Mi angustia iba en crecimiento y comencé a llorar. Sabía que lo había arruinado todo. Sin embargo, mientras enjugaba mis lágrimas con la manga de la chaqueta, albergué la esperanza de que Alma estaría en la casa y Choi omma la estaría consolando y hablando con ella. Solté una mínima risa de anhelo, haciéndome la idea de que prefería mil veces que aquellas dos mujeres que tanto amaba me acribillaran a reprimendas y yo les pediría perdón de rodillas. A estas alturas ya había entendido que no las merecía por ser tan estúpido e impulsivo.

Un mensaje de texto me sacó de mi débil ensueño. "Nam, debes venir urgente a la casa". Era el número de Choi omma. Por alguna extraña razón, no lo pensé como un mensaje con tono de enojo, sino más bien, como uno en tono de desasosiego. Entonces mi espíritu dejó de volar y se precipitó en un abismo sin fin. Sentí cómo mis manos temblaban, mi cuerpo entero colapsaba y mi yo interior gritaba enloquecido de furia. Presentí el cierre de algo que no tendría que haber terminado aún, pero que segué por mi estupidez y mi inmadurez.

Al llegar, primero fuí a la casa principal para ver si Choi omma estaba allí... y si ella también estaba. Entré ciego gritando sus nombres, pero solo me recibió el sonido mudo del silencio. No había nadie allí. Volví hacia la sala y así salir por la puerta principal para dirigirme a la casa de huespedes.

"Choi omma, ¿estás en la casa chica?" escribí en el mensaje. "Aquí estoy" solo fue su contestación. "Alma. Alma, ¿está contigo?" Y mi mensaje solo fue puesto en visto. No continué porque era inútil entablar una discusión en estos momentos con mi madre.

Casí en la salida, mi mirada recayó en un sobre manila. Si mal no recordaba, ese objeto no estaba allí cuando me fui. Me volví sobre mis pasos y me detuve frente a él. Sentía mis manos y brazos pesados por el miedo a moverse y levantar aquello. Cerré los ojos dejando escapar un par de lágrimas y un suspiro nervioso exhalado por la nariz. Levanté el sobre y el frente me dió un panorama horrible de lo que se vendría después y que yo aún desconocía: tenía el membrete de un bufet de abogados especializados en divorcios; en el extremo superior derecho del mismo, pendían de un broche, la tarjeta de contacto de "joyería Jeon" y una nota doblada en donde se leía claramente el desagradable apodo que me puso Alma cuando estabamos en guerra: para el "señor Kim". Antes de abrir la nota, di por sentado que las cosas estaban demasiado mal, así que, con una pena enorme, desdoblé el papel para leer lo que marcó mi muerte:

"No solo el conjunto de accesorios le quedará bien a Hannah, sino también esta sentencia de divorcio.
Gracias por todo, señor Kim".

Desgajé en mil pedazos aquella nota que me estaba matando y grité cayendo de rodillas en el lugar. Temblaba por el llanto y la desolación.

Salí corriendo como pude hasta la casa de huespedes. Necesitaba imperiosamente pedirle perdón. Necesitaba que me abofeteara y me gritara lo imbécil que era. Pero, lo que más necesitaba, era verla; saber que estaba, que seguía allí, que seguía en mi vida.

Entré de inmediato. Busqué a Choi omma en la cocina, pero no estaba. La llamé elevando la voz y la escuché, apenas, nombrándome. Su voz provenía del cuarto de Alma.

Caminé con urgencia hasta allí, para encontrarme con la puerta abierta, a mi madre llorando sentada en la cama, el armario totalmente vacío y una agenda sobre la mesa de luz.

-Omma, que...-es lo único que alcancé a decir cuando, en un susurro, me interrumpió.

-Alma se fue y no sé adonde. Pero mi corazón me dice que se fue muy lejos. Dime, hijo, ¿qué pasó? ¿Qué hiciste?-se quebró en un sollozo apesadumbrado.

-Algo imperdonable, omma. Algo que me va a costar una muerte en vida de ahora en más-caí de rodillas frente a ella y escondí mi rostro en su regazo.

Su mano se posó en mi cabello, acariciándolo a modo de resignación. Ninguno de los dos teníamos consuelo.

-Este cuadernito estaba caído entre la mesa de noche y la cama. Quizás no se dió cuenta cuando empacaba que se le deslizó y se fue sin él. Tal vez tiene algo escrito que eche luz a esta incertidumbre-dijo mientras tomaba la agenda y me la entregaba.

Así como el sobre con los papeles del divorcio me había llenado de temor, presentía que, hojear la agenda, sería el puñal que se clavaría en mi corazón para siempre.




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