MEMORIAS

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-¡Señorita Uribe!

-¡Aquí!-respondo al llamado de Blanca, la secretaria de mi neurologo.

-Pase, por favor. El doctor Kim la espera.

Me paro y camino hacia el consultorio. Blanca me devuelve una sonrisa franca y conocida. Esas pequeñas cosas me dan seguridad.

Pasaron, ya, cerca de tres años desde el día del accidente. Casi no quedan vestigios de mi vida anterior como Alma Kang. Ahora mi apellido es el mismo del de mi madre cuando soltera. Con ella estoy desde que volví de la muerte.

Del accidente me quedan pocas secuelas: una gran cicatriz en el costado derecho de mi cabeza, algunos recuerdos borrosos del momento; una línea fatal en el abdomen y los ultrasonidos de mi hijo perdido. Si, no logró sobrevivir al impacto de la colición y no llegaron a salvarlo; mi pequeño "koala" se durmió dentro de mí.

Trato de vivir una vida tranquila y sin sobresaltos. Ahora llevo el cabello muy corto y visto más a la moda. Muchos dicen que me he vuelto frívola y distante... a mi, sinceramente, me importa un bledo. Que si mi pasado era distinto, también me tiene sin cuidado.

En mi mente giran muchas cosas en un antes y un después. Entre medio de esos sucesos, hay un bache enorme de memorias que no consigo recordar y que tampoco establecen un nexo con los demás recuerdos: los viejos y los actuales.

Mis únicos apoyos humanos son mi madre y Juan Sebastian Kim, mi médico neurólogo.

Según mis registros memoriales, a Juan lo conocí en el aeropuerto de Incheon, Corea del Sur. De no ser porque él me contó un par de cosas, yo no tendría ningún indicio de lo que era mi vida antes de la tragedia.

Juan Sebastián Kim, en realidad, es Kim Seokjin, ese es su verdadero nombre coreano; pero Jin (hay veces en que lo llamo así) es más porteño que cualquier nacido en Buenos Aires. Vino a la Argentina en plena adolescencia y no le costó para nada hacerse del idioma, de amigos y una flamante carrera univeristaria en la UBA.

Pero este Kim conservó también su nacionalidad coreana, por lo que a sus veintinueve años volvió a su tierra natal a cumplir con su deber de enlistarse en el ejército.

Fue así, como un año y medio después, me lo toparía en la sala de embarque para el vuelo rumbo a Argentina (todo esto contado por Jin. Yo no tengo registros de aquel momento).

Luego compartiríamos butaca en el avión e historias de vida resumidas, para arribar juntos al aeropuerto de Ezeiza ya convertidos en conocidos y casi amigos.

El destino quiso que también compartieramos el taxi que, en un principio, nos llevaría a la casa de cada uno pero que, lamentablemente, nos llevó a una estadía -en mi caso- de varios meses en el hospital y que me dejaron, apenas, con vida.

A Juan no le pasó mucho: un par de cortes en su lindo rostro, un brazo fracturado y una culpa inmensa por dejarme ir en el asiento de acompañante del conductor.

Actualmente, vivo una vida profundamente monótona. Siento que no es mía. Siento que yo no soy la mujer que dicen que soy.
Muchas veces me encuentro pensando en que todo esto es una farsa; quizás, simplemente, porque quieren protegerme de algo o alguien pero, ¿de qué o de quién? Más bien, es de quien.

Desde que la memoria se me borró parcialmente, casi todas las noches aparece en mis sueños una figura oscura, de proporciones grandes. A tientas intuyo que es un hombre que trata de decirme algo, pues se siente un murmullo y un quejido... pero no logro escuchar sus palabras. E inconcientemente me llevo las manos a mi vientre como protegiendo a mi hijo fantasma. El resultado siempre es el mismo: el hombre me tapa el rostro con su mano negra enorme, me quita el aliento y yo cubro mi estómago en señal de defensa, para luego despertarme ahogada en el pánico y las lágrimas.

-Esa figura en mis sueños debe significar algo mamá- siempre insisto en el tema -ese hombre debe ser alguien de mi pasado.

Cada vez que insisto en ello, observo los gestos de mi madre. Tensa la mandíbula y fija la mirada en el suelo, o deja de hacer lo que está haciendo. Es como si le hablase del demonio mismo, lo que también conlleva a la misma respuesta de siempre.

-¿Lo consultaste con la psiquiatra?- contesta ella tratando de que en su voz no se denote la aflicción. Yo solo atino a reproducir lo que ella dice haciendo mímicas con los labios.

-Sabes que si. Y la contestación es la misma: o que es una gran angustia o es mi cerebro intentando rescatar algo de ese bache que hay en mis recuerdos.

-Alma querida, es algo pasajero, producto de tu mente. Ya, en algún...

-Si, en algún momento todo se aclarará y que debo continuar con mi vida y muchas otras bobadas que siempre dices mamá- mi interrupción ya raya la exasperación y la frustración.

Luego me levanto y me voy. Y luego llega Jin y me lleva a otro lado para calmarme. Y él también tiene el mismo discurso aprendido para mí. "Ya pasará" ¿Cómo lo sabe? "No te enojes con tu madre. Ella hace lo posible por cuidarte y protegerte" ¿Por qué tienen ese miedo constante que los hace estar demasiado alertas hasta el punto de estar encima mío?

Pero esta vez, antes de que mi madre llame a Jin, decido cambiar un poco este bucle y salgo de mi casa sin decirle mi rumbo. También cambio un poco mi camino, sabiendo muy bien dónde me buscarían. Necesito despejarme, poner la mente en blanco... tan solo respirar.

Hace poco descubrí un pequeño parque en donde convergen pequeños pasajes callejeros. Casi nadie va allí. Quizás porque está perfectamente escondido; se que en ese lugar no me encontrarán, así que me dirijo hacia ahí.

Apuro mis pasos y logro llegar a tiempo para disfrutar de la caída del sol. Pero el lugar no está solitario como siempre, doy con alguien que también supo cómo encontrar aquel lugar escondido. En ese momento me asalta la desazón, porque no estaré sola y al instante me embarga un sentimiento de angustia pues cabe la posibilidad de que sea Juan Sebastian que ya me encontró. Sin embargo, a medida que me acerco, compruebo que esa figura no es familiar y suspiro aliviada; aún así, quiero acercarme para saber quién es pues, de manera inquietante, me parece conocido.

Se nota que está cansado y abatido, como si hubiese estado caminando horas buscando algo o alguien. Está de espaldas, así que solo puedo imaginar que le sucede solo por su postura.

Parece haber oído mis pasos y comienza a removerse en el banco en el que está sentado. Se queda quieto y luego duda en darse la vuelta y ver quién es a sus espaldas; y se determina por la segunda opción: se pone de pie y se vuelve hacia mi. Mis ojos no dan crédito de lo que ven, quiero gritar y mi boca está sellada, quiero correr pero mis pies están enclavados al piso.

-¿Alma?- en su voz abunda la incredulida impreganda de vieja esperanza.

-¿Usted me conoce?- por fin puedo articular.

El silencio y la corta distancia se hacen eternos. Mi corazón late frenéticamente: el hombre frente a mi es la sombra de mis sueños.

EL GRAN PREMIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora