INSTANTE

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Desperté aturdida y encandilada por la luz del amanecer. Caí en cuenta que aún seguía bajo los efectos de los calmantes y los analgésicos y luego recordé dónde estaba: en la casa grande.

Miré alrededor y también recordé que Nam me había traído a su habitación y que dijo dormir en el sillón que estaba frente a la cama para no dejarme sola y atender a mis pedidos si era necesario.

Dirigí mi mirada hacia aquel lugar y... efectivamente, él continuaba allí. Verlo dormir, lo juro, fue el milagro más maravilloso que pude concebir en ese momento: sus labios levemente trazados en una línea, como si discutiese con su alma y su razón, el holluelo en su mejilla se profundizaba cuando pequeños gestos aparecían. Sus cejas mostraban severidad a medida que se fruncían y se relajaban. Si, luchaba contra algo o contra alguien. Solo rogué que no fuese con mi sombra; demasiado ya me dolía haberlo extrañado durante tanto tiempo, sabiendo que de un plumazo, el otro poco tiempo que nos quedaba desaparecería ahora y con él.

Me quedé quieta observándolo ¡Dios! Lo amaba más de lo que recordaba y lloraba por dentro por no poder tenerlo.

Solo fue mío desde aquella vez de la primera subasta y con esa imagen me las arreglaba cada noche para saciar mi deseo, mi lujuria y mi frustración.

Acariciar mi clítoris me transportaba hacia esa habitación oscura, pero esta vez mi mano tomaba el control de su erección.

Subía y bajaba, tocaba, estremecía; y él, él solo se perdía entre gemidos y sudor. Intentaba llegar a mí pero no podía. Mis lágrimas aparecían mientras mis ojos se ceñían de impotencia e irrealidad.

Entonces decidía bajar y posar mi boca en su falo, abrirla y ver cómo esa maravilla desaparecía dentro y percibir, palmo a palmo, su largo, sus venas y su calor.

El espectáculo que se presentaba ante mí era fabuloso: su cabeza hacia atrás, su nuez de Adán en un vals incontrolable por poder tragar aquella saliva que ya se había tornado espesa y el clamor que luchaba por salir desde allí.

Al darme cuenta de que me estaba dejando llevar, sacudí mi mente y traté de acallar las palpitaciones en mi pecho y mi entrepierna. Sequé mi llanto mudo y crucé mis piernas intentado detener el mar de fluidos que se había desbordado.

—Buen día ¿Hace mucho despertaste?—me sobresaltó su voz.

—Buenos días. No, recién despierto ¿Pudiste dormir?

—Pude, pero después de varias horas de vigilarte y constatar de que estabas cómoda y bien.

Mi corazón volvió a inquietarse ¿De verdad se preocupaba por mí? Pero no quise hacer conjeturas y embarcarme en una balsa que podría hacer agua pronto.

No supe que decir y solo asentí. Sentía que si decía algo todo se iba a desmoronar y volveríamos al odio de siempre.

—Iré hasta la cocina a pedirle a la señora Choi que te prepare el desayuno. Luego le pediré a la mucama que te lo traiga, ¿te parece bien?

—Bien—era lo que me salía contestar.

El rió de una manera encantadora. Ahí pensé que estaba muerta y que había llegado al cielo. Verdaderamente: mi "esposo de fantasía" era el ángel que yo tantas veces había pedido desde que aprendí a rezar; lo amargo de esto era que sabía con seguridad que iba a durar poco esta felicidad ,así que debía conducirme con pies de plomo así no terminaba pronto.

—¡Quién diría! Kang Alma no tiene lengua para contestar ahora.

El escuchar mi apellido de soltera hizo que el encanto explotara como la burbuja que era. Volví a la realidad y, antes de romper en un inmaduro llanto (porque, seguramente, eso es lo que él pensaría) comencé a salir de la cama a duras penas.

—Señor Kim, le agradezco su buen gesto, pero quisiera irme a la casa de huéspedes, por favor.

—¿No desayunarás? ¿Por qué quieres irte de repente?—su expresión casi me hizo creer que le interesaba y estuve a punto de quedarme, pero mi apellido resonaba una  y otra vez en mis pensamientos y eso me mantenía en la realidad.

—Tengo el estómago revuelto por los medicamentos. Solo quiero seguir durmiendo y no quiero desestabilizar la armonía de este lugar. Estaré bien cuando llegue a mi habitación. Solo debo hacer reposo, tomar las drogas como lo indicó el doctor y todo estará bien—expliqué mirando hacia el piso e intentando hacer un envión para pararme. Terminé en sus brazos, pues el esfuerzo que hice me costó un dolor agudo en el costado donde estaba la fisura y una eventual pérdida del equilibrio.

—¿Así dices estar bien? ¿Crees que me tragaré el cuento de que podrás sola?—su voz sonaba molesta.

—No puedo permanecer aquí, señor Kim. Usted fue claro a la hora de los términos en nuestro contrato. Ya rompimos una de las cláusulas que era no vernos hasta cuando me precise. Lamento haber querido continuar con mi vida y que haya ocurrido lo que pasó. Le dije que...

—Ya me sé la historia: que no me llamaran, que no era necesario y todas esa zarta de estupideces que dices para compadecerte, ¿verdad? ¡Pues, mira, no puedo dejarte sola! ¡Vive con eso, por todos los santos!

Quise zafarme de su agarre pero el dolor me lo impedía. Me abandoné en su abrazo y percibí alivio en su agarre. Ya no pude contenerme y comencé a llorar como una niña.

Instintivamente, me arrellané en su pecho y escuché algo magnífico: su corazón golpeaba enloquecedoramente. Era un arrullo para mi angustia.

Acarició mis cabellos y le dió a mi crisma un dulce beso. Jamás me había sentido tan bien y tan protegida.

Luego de un rato, mi llanto cesó y el silencio se hizo escuchar. Temí que se soltara de mí y volviese a ser el Namjoon frío y duro de siempre, pero fue todo lo contrario, fue lo que siempre esperé: el amor hecho persona.

Levanté mi rostro hacia el suyo y ahí lo vi, detras de sus pupilas y opacando el rencor: el deseo con el que se batía a duelo el orgullo por verme acabada. Sin pensarlo, se precipitó en mis labios en un beso hambriento y necesitado.

Enrrollé mis brazos en su cuello y también le dejé saber de mi necesidad por él. Quería que esta perfección no terminase jamás. Sin embargo, se separó bruscamente de mí, como si yo le quemara.

—No debí—se frenó en sus palabras.

—Por favor, Nam. No te alejes—me descubrí ahogada en desesperación.

—No. Tu debes irte ahora.

Se incorporó de inmediato y se apresuró a salir.

—La señora Choi es quien te ayudará hasta que te repongas. Luego volverás a tu vida normal. Le pediré al chofer que te ayude a llegar hasta la casa de huéspedes—dijo volviendo a aparecer el "señor Kim".

Solo atiné a mover la cabeza en señal de que entendía. Mi esperanza, por poco, se estrella en aquel espejismo. Pero fue peor: cayó en el hueco oscuro del desprecio otra vez.

EL GRAN PREMIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora