BLANCOS... NEGROS... GRISES

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Hacía tiempo que no disfrutaba de una cena con mi Namu. Verlo comer me llenaba el espíritu de amor incontenible... y de tristeza crónica, pues su hambre no solo venía del vacío de su estómago, sino también del gran abismo que se había abierto en su pecho luego de que su madre biológica lo traicionase y abandonase por otra familia, otro cariño.

Pero, ¿cómo explicarle a un chiquillo que su madre tuvo que hacer lo que hizo por su bien? ¿Cómo hacerle entender, ahora ya adulto, que no solo existe el blanco y el negro en las determinaciones de las personas, sino que también hay una inmensa paleta de grises que los hacen quedar, frente a los demás, como los villanos de la historia?

Min Su Jin sufrió el mismo destino que ahora le tocaba sortear a su hijo: el de "casarse por contrato".

Kim Nam Seok no era precisamente el príncipe azul del cuento de hadas de Su Jin; al contrario, fue el ogro que la empujó a abandonar lo que más debía amar en su vida: su bebé.

Es verdad que aborrezco a Min Su Jin por no haber luchado con uñas y dientes por quedarse con el pequeño Namu pero, ¿cómo enfrentarte a tu peor pesadilla cuando amenaza con matar a tu hijo si no desapareces?

Mi niño creció convencido de que su madre nunca lo amó y que prefirió mil veces irse con cualquiera a quedarse con él. Esa mentira lo persiguió siempre y es por eso que ve sombras en todas las personas que se le acercan.

Su padre tampoco se quedó atrás. Nam Seok (las veces que pudo, por no decir, todas) hizo de la existencia del pequeño Namjoon el peor de los castigos por parecerse demasiado a su madre.

El error de Su Jin fue confesarle en un acto de ira a Nam Seok que nunca lo amaría, pues su corazón le pertenecía a otro hombre que, por supuesto, no era de la condición social de ellos ¿Pero amar es, acaso, una equivocación?

Yo también quise ver los grises de esa trama, pero más pudo mi odio hacia esos dos seres que debían comportarse como padres amorosos y no como egoístas que jamás vieron lo que estaban destruyendo.

Moví la cabeza despojándola de aquellas reflexiones que solo me llevaban a llorar y en ese momento tenía que concentrarme en buscar la manera de que mi hijo amado del corazón fuese feliz de una vez por todas; que aprendiese que no todo en esta vida es engaño y pérdida, sino un continuo camino de aprendizaje y ganancias.

— ¿Te gustó el guisado, hijo?— le pregunté mirándolo dulcemente.

Él seguía llenándose la boca de cucharadas. Solo paró un momento para menear su cabeza afirmando. Reí con ganas, descontracturándome un poco para animarme a continuar con las preguntas.

—Entonces, cocina bien Alma ¿verdad?

La cuchara cayó dentro del plato salpicándo guisado alrededor, incluyendo la camisa de Nam. Se limpió de manera molesta las comisuras y suspiró impaciente al ver el desastre.

—Mira lo que me hiciste hacer, Choi omma ¿Tenías que nombrarla?

—Y tu, ¿tenías que ser tan dramático? ¡Ay, Kim Namjoon! ¡Cuánto has aprendido de Kim Nam Seok! ¿Eh?

El decirle aquello fue peor que hablar de Alma. Sus ojos se aguaron rápidamente, mientras su boca se fruncía en una dura mueca de odio.

—No puedes decirme eso, omma. No soy como ese hombre—escupió duramente.

—Pues, hijo, lamento decirte que llevas los genes de ese hombre y de aquella mujer a la que no quieres llamar "madre". Puedo entender tu enojo y tu dolor—quiso interrumpirme pero levanté mi índice derecho frenándolo—pero Alma no tiene nada que ver con ellos. Ni siquiera, con que te hayan destruido.

Las lágrimas que habían estado amenazando con salir comenzaron a correr por sus mejillas. El llanto no se le daba mucho, puesto que "su padre" lo había golpeado tantas veces tratándole de "enseñar" que "llorar no era de hombres". Solo conmigo se permitía esos deslices emocionales.

—Namu, pequeño mío, el dolor puede que te ayude a continuar tu vida, pero si le das el beneficio de la duda a Alma, ella puede que sea quien sane tus heridas ¿Por qué no le das la oportunidad de explicarse? ¿Acaso no pensaste que ella también puede haber tenido una vida desafortunada, parecida a la tuya?

—Tu hablas así porque no estuviste en el momento en que pasó todo lo que pasó con ella—contestaba mientras se secaba el rostro con las mangas mugrientas de la camisa— Ella se presentó ante mí como otra mujer, que en realidad no es. Si tanto le costaba ser ella misma, ¿por qué engañar así? ¿Qué le costaba desde el principio decir la verdad?

Dejé que su angustia se disipara. Me acerqué y, rodeándolo en un abrazo, comencé a acunarlo como cuando era un frágil bebé. Aún lo es, solo que no quiere admitirlo: sigue siendo ese dulce pedacito de cielo que Dios me regaló.

Unos minutos después, su estado era más calmo. Quizas podría seguir bregando por Alma para ver si así conseguía otra tregua más o, quien dice, hasta la paz completa.

—Dulzura mía, haz un esfuerzo y escucha a tu esposa. Quizas lleguen a buen puerto si se comunican—se removió en su asiento un tanto inquieto— o, por lo menos, hazlo por mí. Cúmplele este capricho a tu anciana Choi omma.

—¡Ay, omma! Tú si que tienes cada ocurrencia. Siempre recurres a esa artimaña sabiendo que no puedo negarme. Pero, esta vez, no creo poderte complacer—calló mientras bajaba la mirada en signo de pena.

—Está bien, Kim Namjoon, no te presionaré más. Lo que si te diré es esto: si vas a comportarte como un idiota con esa pobre chica, es preferible que pierdas dinero pero que te divorcies, antes de que esto sea otra tragedia más en tu vida—sentencié seria y firme.

Su mirada se volvió con urgencia hacia mí. Sabía que lo último que había escuchado le escosería en su mente y buscaría una respuesta; una, que aún no era momento de dársela.

—¿Por qué dices eso, omma? ¿Podrías explicarte?—me tomó de los hombros, asegurándose de que no me escabulla—¿Acaso, lo que dijiste, tiene algo que ver con mi madre?

Se que el nombrarla lo lastimaba enormemente, pero cuando se refería a Su Jin era porque algo necesitaba saber para poder armar el rompecabezas de su complicada vida.

—Todo a su tiempo, mi querido hijo, todo a su tiempo. Más allá de todo, debes hacer tu propio camino y tus propias vivencias. Por eso es que te presento dos opciones: o hablas con Alma o dale la libertad para que no muera en este intento de matrimonio que creen haber concretado.

Me zafé de su agarre y me aparté de su lado. Se levantó de la banqueta, dirigiéndose a la puerta ventana hacia el jardín.

Mientras la oscuridad se devoraba la figura de mi pequeño Namu, mi espíritu se llenaba de tenue fulgor de esperanza. Esta noche, la vida de estos niños podría dar un giro de ciento ochenta grados... Eso espero.

EL GRAN PREMIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora