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Capítulo final

Cuando Gerard despertó se incorporó en la cama sentándose, refregándose los ojos con una mano para quitarse las lagañas, mientras que con la otra tocaba a un lado de la cama. Como siempre, estaba vacío. No había más que un trozo de su sábana revuelta porque en algún momento de la madrugada se la habría quitado de encima.

En fin.

Gimió antes de levantarse por completo, no lograba acostumbrarse a un horario establecido después de tanto tiempo haciendo lo mismo, pero percibió a los segundos el olor a café recién echo que se colaba en su habitación, y eso lo motivó a darse un baño.

Tenía un problema con levantarse temprano, no había duda, pero reconocía que su alarma ya tenía un rato que había sonado y ya era bastante tarde como para seguir en su departamento. Se vistió con algo semiformal, un pantalón de tela lisa negra, una camisa blanca y unos zapatos que recién lustró. Se peinó con un poco de gel, hacia atrás, se echó un poco de enjuague bucal y algo de loción en el cuello. Se dio un último vistazo al espejo, tenía otra vez un poco de ojeras, pero era resultado de un libro que lo había entretenido toda la semana.

Al llegar a la cocina se topó con Kai, la chica con la que compartía renta, y su amiga. Ella era la que había encendido la cafetera en cuanto se levantó y ya le tenía su taza lista en la mesa. No lo apresuraba, incluso le estaba esperando porque se irían juntos al trabajo, sin embargo, no compartían las mismas razones esta vez.

—¿Estás listo? —le preguntó sirviéndole el café cuando se posicionó delante de ella. Él asintió y sopló por encima, para poder dar el primer sorbo degustando.

—Sí, no se renuncia todos los días.

Kai soltó una risa escandalosa, asintió mientras movía su dedo índice y tomaba de su taza también. Gerard la acompañó riéndose imitándola y dio unos sorbos más. No iba a mentir, se sentía tranquilo y su amiga le había ayudado motivándolo de que era lo correcto. Ellos se habían conocido en la facultad de artes, donde Gerard se había inscrito hace unos años y había concluido sus estudios.

Se había animado a estudiar artes visuales, y aunque había escuchado malas reseñas, no fue motivo de desistir. Después, ella le había dicho que en su trabajo había una vacante disponible y no se lo pensó mucho para postularse. No le importaba trabajar en una boutique. Incluso le llamaba la atención los diseños que llegaban cada quince días, pues le habían enseñado a vender, al tipo de trato en ese tipo de clientes, y sentía que en todo ese tiempo había aprendido bastante, porque ya era un trabajo formal. Por fin había conseguido un trabajo formal.

Pero ya era hora de regresar a casa.

Llegaron en su horario habitual, la jefa ya había abierto la tienda, y de reojo miraba a su amiga, porque quizá sería la última vez que lo haría ya que sus cosas ya estaban empacadas desde un día anterior y ella se quedaría ahí, trabajando. Quizá estaba yéndose en un momento donde lo necesitaban mucho, pero no podía dejar pasar más tiempo. Respiró hondo y se dirigió hacia Jimena, quien ya percibía algo raro en él. No tardó mucho, tampoco dio muchas explicaciones. Jimena le dijo que no podía darle su finiquito en ese momento, y Gerard le dijo que de todas formas no era necesario, así que no pasaba nada. Más tarde, estaría en la terminal de autobuses con sus manos aferradas a sólo dos maletas, llevándose lo necesario.

***

Gerard tocó la puerta de madera armándose de valor, muchas cosas pasaron por su mente y los recuerdos no se hicieron esperar. Incluso, si su memoria no le fallaba, todo seguiría de la misma manera. Así que tranquilizándose y soltando un suspiro, esperó. No creía que la casa tuviese un nuevo dueño, o que se habría equivocado de dirección. Cuando regresó a la ciudad y recorrió las mismas calles que transitaba antes, parecía que esos casi seis años que había estado fuera no habían sido nada.

Pero sí había pasado mucho.

Antes de irse le había dejado una carta a Frank explicándole todo lo que sentía y sintió después de cada acontecimiento vivido, de una forma que no había hecho antes, y le expresó que sentía una enorme deuda con él, por ser tan buena persona sin esperar nada a cambio. Pero tenía vergüenza, porque Gerard no tenía nada que ofrecerle o no sabía cómo pagarle, aunque Frank no esperaba algo a cambio.

A veces, recibías ayuda de quien menos esperas.

También escribió que, a pesar de que todo parecía haber terminado, quería iniciar de cero en otro sitio, donde no le recordara que cada noche había llorado hasta sentir que le faltaba el aire. Explicó que necesitaba tiempo a solas porque quería saber quién era y qué debía hacer. Aún no sabía cuál era su propósito de vida o el rumbo que tomaría, pero lo encontraría.

Frank no pudo saber a dónde se había ido y no pudo detenerlo porque cuando encontró el papel ya no había rastros de él. Ni Ryan, ni Bert sabían de eso, y su teléfono había quedado en el comedor como para contestar las llamadas de esos tres. Por más que intentaron dar con su paradero, no lo hicieron, y por un momento Frank tuvo sentimientos encontrados porque, por primera vez no entendía la decisión que Gerard había tomado, incluso temió por su vida y quiso comprenderle. Sólo deseaba que estuviese vivo, que de verdad se hubiese ido para resolver los problemas existenciales que tenía.

Frank nada podía hacer, sólo continuar y desacostumbrarse a él. Todas las noches le pedía al ser supremo que el pelinegro encontrara esa paz que tanto necesitaba, pero no supo que Gerard había sanado sus heridas lejos de él porque quería hacerse de sus propias cosas.

Sólo tenía la esperanza de volverlo a ver. Sin embargo, cada vez se hacía más lejana esa idea.

El castaño se deprimió un tiempo porque se echó la culpa, sintió que quizá inconscientemente lo había orillado a algo donde no se sentía cómodo o lo estaba controlando, pero esa carta que había dejado decía lo contrario, y lo reconfortó de alguna manera. La guardó y se enfocó completamente en su trabajo para evadir sus emociones. Sólo así pudo hacer más llevadera la situación.

Quizá no había nadie.

Gerard estaba dispuesto a tocar nuevamente para estar seguro de que seguía siendo la casa de Frank, pero dejando su puño en el aire abrieron esa puerta. Sus orbes esmeralda se encontraron con unos ojos avellanas que lo conocían perfectamente, pero que de primer instante no habían tenido reacción. Gerard entendió que esa reacción sería lo primero, entonces alzó las comisuras de sus labios en una sonrisa tímida, porque tenía tantas preguntas qué contestar. El ceño de Frank se frunció poco a poco como escaneándolo, después sus cejas se levantaron y su boca se abrió finalmente.

Gerard estaba enfrente de él, por fin había regresado.

—Hola.

Pasaron unos segundos en silencio. Frank no sabía qué decirle, pero atinó muy bien en responder:

—Hola.

I'm (not) okayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora