Expediente

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Los pisos bajaron a toda velocidad, pero no se sintió que se moviera el ascensor. Cuando las puertas se volvieron a abrir, el piso que marcaba en la pequeña pantalla era el "00". Lo que significaba que habíamos descendido.

Salimos en el orden en el que habíamos entrado, y a nuestro alrededor se apreciaba el aire fresco de la tarde; estábamos de nuevo en el exterior. Al parecer, nos encontrábamos al nivel del mar, lo que me hizo imaginar que el ascensor había sido construido de alguna manera en un túnel que atravesaba la roca desde la superficie alta donde habíamos aterrizado hasta este nivel de la isla.

En este punto, todo se veía muy diferente, nada comparado con las cámaras y farolas inquietantes del salón por el que entramos. Aquí todo tenía un aspecto mucho más amigable. Al salir del ascensor, encontramos un camino empedrado muy lindo con pequeñas rocas blancas que terminaba en la entrada de una gran mansión, completamente de color negro, lo que la hacía contrastar de una manera muy elegante.

Alrededor del edificio, había campos de césped artificial forrados de un verde brillante, con grandes árboles y bancos de color dorado ubicados a lo largo de todo el camino de piedras. El sonido del mar se escuchaba fuerte, golpeando en la costa, aunque no podía verlo; el ruido parecía provenir de la parte de atrás de la mansión.

Entramos por la puerta principal, que también tenía un color oscuro como el carbón. Y se siguió el mismo procedimiento de reconocimiento, bien ya me había quedado claro. No había manera fácil de salir de aquí.

Y una vez dentro, me quedé atenta a la decoración que me dio al instante una vibra oscura y lúgubre. Parecía la mansión de Drácula trasladada a nuestra época, con sillones, alfombras y candelabros lujosamente modernos.

—Espera aquí por favor Arabella— me indico la doctora dirigiendo su mano a un largo sillón en el vestíbulo de color rojo sangre.

Unas enormes escaleras de caracol se encontraban al centro de la gran habitación y las paredes negras a su alrededor tenían sobre ellas cientos de reconocimientos y diplomas que no alcanzaba a leer. Un candelabro pendía de lo alto del techo y reflejaba a través de sus cristales la luz fragmentada de la farola.

Alrededor de las escaleras había tres puertas grandes que parecían cerradas con el mismo mecanismo de seguridad que todas las demás.

Pasados unos minutos que se sintieron eternos, una mujer descendió de las escaleras. Tenía el cabello de color blanco intenso, pero no de un color cano, más bien de un blanco que parecía haber sido teñido, y estaba recogido en una larga trenza que le llegaba a la espalda baja. 

—Debes ser Arabella Dolovan— pronuncio en un tono neutro, nada entusiasta en comparación con el de la Dra Rosaline. Vestía un traje de equitación color negro y unas largas botas color marrón.

—Soy la directora Katherine Vance, por favor acompáñame para instalarte. 

La seguí de mala gana, debía tener a lo mucho cuarenta y tantos años y llevaba unos pendientes con unas preciosas piedras ámbar en el centro. La seguí por la puerta que estaba a la izquierda de las escaleras, en donde entramos a un pequeño cuarto blanco con dos sillones del mismo color, uno frente al otro. Había una planta bonita situada en la esquina, y una gran máquina que parecía una consola de karaoke futurista

—Por favor toma asiento, te haré unas preguntas sencillas para el ingreso— me expresó con sus alargados ojos grisáceos viendo hacia los míos con curiosidad, en una expresión inquietante.

En la habitación nos encontrábamos únicamente ella y yo, el resto de personas se había quedado atrás, en la recepción de la mansión.

—Disculpa tantos protocolos de ingreso; son una vieja costumbre que tenemos para que los padres puedan estar seguros de que no les pasará nada durante su estancia con nosotros. Como puedes ver, la seguridad es excepcional, por lo que no habrá temas de infiltrados que quisieran hacerles algún mal.

Hablaba de manera automática, dando la impresión de que repetía todo el tiempo, como si se tratara de un discurso previamente escrito.

—Ahora bien, tu padre llenó todos los documentos que necesitábamos, pero quiero hacer unas preguntas más personales que faltan para llenar tu expediente. Cruzó una de sus piernas y tecleó algo en la pantalla de la tablet que llevaba en las manos. —¿Sabes por qué fuiste enviada aquí?

—Sí —respondí de manera cortante.
—¿Comprendes el periodo de castigo que se te asignó de acuerdo a la ley y que estarás cumpliendo en el instituto St. James?

—Sí —volví a responder de manera automática.

—¿Estás de acuerdo en que, para poder recibir tu liberación, debes graduarte satisfactoriamente al finalizar tu año en el instituto, y que, de no hacerlo, pasará a manos de la ley el ajuste de tu nueva condena?

Solo asentí, dirigiendo mi vista a la planta a mi costado. 

—Arabella, necesito la confirmación en voz de que entiendes y estás de acuerdo con cada palabra que te estoy comunicando.

La rabia me subió de repente a las mejillas, como si la situación estuviera comenzando a llegar a mi límite. Una que me recordaba mi vida a partir de ahora, donde había perdido mi total libertad y libre albedrío.

—Sí —concluí de mala gana, y ella pareció no inmutarse con mi tono.
—Bien, por favor dirígete a la computadora detrás de mí y di fuerte y claro tu nombre completo viendo a la pantalla.

Me levanté y me dirigí a lo que había pensado era una consola de karaoke, e hice lo que me pidió.
Una luz resplandeciente apareció a la altura de mi cabeza y en la pantalla se mostró una foto mía con mi nombre completo, seguido del número y la palabra 23-S-Naranja.

Una voz computarizada se escuchó a través de la consola y me pidió que metiera mis manos a una pequeña rendija que había debajo. Era más profundo de lo que parecía y se iluminaba mientras introducía con algo de temor mis manos en ella. Las esposas hicieron un ruido y mis muñecas se pudieron liberar de golpe; me dolían y se habían marcado en ellas unas delgadas líneas rojas sobre la piel. Dejé las esposas en esa misma rendija y me dirigí de nuevo al sillón.

—Es todo, de aquí en adelante, la Dra. Rosaline será tu tutora personal. Te ayudará a dar un recorrido por el instituto y será la encargada de monitorear y reportar tu avance con los profesores. Recuerda que es imprescindible que pases con nota satisfactoria todas tus asignaturas y recibas una carta de mi parte para poder graduarte —dejó su tablet de lado y tomó su trenza de manera desinteresada.

—No lo tomes a la ligera, ya te darás cuenta que muchos de los estudiantes decidieron no comprometerse con el proceso y alargaron sus condenas más de lo que debían.

Salimos de la habitación, de nuevo al vestíbulo, en donde la Dra Rosaline me estaba esperando. Estaba sola, pues ya no se encontraban ninguno de los guardias del inicio con ella, lo cual agradecí profundamente, ya que comenzaban a hacerme sentir bastante incómoda.

—Buena suerte—me dijo moviendo su larga trenza y acto seguido, desapareció por donde había entrado, escaleras arriba.

—Bueno, la directora como verás es una mujer de pocas palabras, pero es bastante comprometida con su trabajo, y con los estudiantes. Quiere crear un cambio real en el mundo y lo está logrando —soltó una risita amigable y después dio unos pequeños brincos que hicieron resonar sus tacones por todo el eco del vestíbulo.

—Ven conmigo; te enseñaré todo el lugar.


ARABELLA: La herencia de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora