Despedida

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Pasé dos días confinada en aquella habitación. Comiendo un solo un alimento al día, mientras la directora, así como mi padre, no habían vuelto a aparecerse.

La incertidumbre me asfixiaba, formando un desagradable nudo en mi garganta que reflejaba el miedo que sentía por lo que pudiera sucederle a Olivia o a Lucas.

Y finalmente al tercer día, los guardias me escoltaron fuera del faro sin dirigirme la palabra ni explicarme nada.

Una vez fuera, los rayos del sol me cegaron al instante. Mis párpados intentaban con dificultad acostumbrarse a la luz en un abrir y cerrar doloroso que duró un par de minutos.
No me habían quitado las esposas en días, por lo que mis muñecas ya comenzaban a arder como fuego con cada roce en mis muñecas. 

Seis guardias que me guiaban hacia el interior de la jungla frente al faro. Y parecían absortos en la débil situación en la que me encontraba, pues me arrastraban con brusquedad del brazo por todo el conjunto de arboles.

Avanzamos por un camino de piedras durante un largo rato, donde pude escuchar el canto de un centenar de aves a nuestro paso.
Quería imaginar el color de cada una de ellas, pero me sentía tan cansada que solo podía recrear en mi mente la débil imagen de tres colores a detalle.

Cuando el claro de árboles comenzó a despejarse, vislumbré la pista de aterrizaje y el edificio por el que había ingresado al inicio del año.

Una avioneta esperaba con las iniciales de la compañía de mi abuelo pintadas a lo grande en su fuselaje, mientras dos guardias más esperaban al pie de las escaleras.

En ese momento, me di cuenta de que no tendría otra oportunidad. 

Traté de retroceder, de soltarme de su agarre, pero fue en vano. 

Los guardias tiraron de mi brazo con más fuerza, y sentí la impotencia crecer en mi interior mientras nos acercábamos mas a la pista pavimentada.

No volvería a saber de Olivia ni de Lucas. 

Podían seguir encerrados en la torre, y yo no sería capaz de descubrirlo jamás.

Sentí el terror impregnarse en mi subconsciente con tanta fuerza , que me tiré al suelo de rodillas y me aferré a mis piernas con toda la fuerza que pude.
Les tomó unos segundos levantarme, mientras mis gritos y forcejeo parecían no hacerlos sentir ninguna clase de empatía.

Y justo cuando íbamos a reanudar la marcha de nuevo, alguien golpeó con fuerza al guardia a mi lado.

Levanté la vista instintivamente y noté como el guardia a mi otro lado suavizaba su agarre. Aproveché la oportunidad para pisar con fuerza su pie y propinarle un codazo en la boca del estómago.

Al girar y tratar de golpear a la persona detrás de mí, vi a Lucas vestido como los guardias, con un chaleco antibalas y un casco recién levantado, revelando su rostro.

Y antes de que pudiera preguntarle algo, golpeo con el mango de un arma a otro guardia más.

Los otros dos que quedaban en pie sabían que no podían dispararnos, ya que nuestras familias jamás lo permitirían. Pero aun con eso en mente, apuntaron a nuestros rostros, y nos quedamos inmóviles.

La adrenalina y el coraje seguían corriendo por mis venas, acumuladas durante los dos días que pasé encerrada. Por lo que, en un momento de locura, me lancé a las piernas del hombre que me apuntaba y lo derribé, arrojándolo de espaldas al suelo.

Con las esposas, comencé a golpear su cara con fuerza, y un flashback con la cara ensangrentada de Finneas llegó a mi mente. Lo golpeé repetidas veces y paré únicamente cuando Lucas tiró de mi hombro. 

ARABELLA: La herencia de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora