Fiesta

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El miércoles en la tarde me encontraba dando vueltas en mi habitación, tratando de convencerme que era una locura arriesgar todo, por una estúpida reunión en la playa. 

No había hablado con Lucas, por lo que aún me encontraba bastante escéptica con lo que había descubierto en el despacho de la directora. Pero por primera vez, decidí que debía omitirlo al hablar con él, ya que me interrogaría sobre lo que causó la pelea, lo cual podría exponer la horrible condición que me llevó a ese lugar.

Quizá si le contaba, tendría la posibilidad de perderlo a él, así como al resto de mis amigos. Con los que no había dirigido ni una palabra desde la cena de la noche anterior.

Con eso en mente, y con las muchas ganas que tenia de un poco de contacto adolescente de mi antigua vida que terminé por decidirme a ir, una vez que ya estaba entrada la noche.

Así que, a las doce en punto, observé el reloj en mi muñeca una última vez y salí a hurtadillas de la habitación con dirección al baño. Solo que, a medio camino, escuché una puerta abrirse por el pasillo que había recorrido. Sin girarme a ver quién era, aceleré el paso hasta el baño y me escondí en el interior de la primera ducha que vi abierta, corriendo la cortina de golpe justo a tiempo para escuchar a alguien entrar con pasos lentos.

Rogando que no fuera un guardia, tomé la cortina nerviosa y la sostuve con fuerza, esperando que se fuera. Sin embargo, escuché los pasos acercarse, y de un momento a otro, alguien abrió la cortina de golpe, sacándome el susto de la vida.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí?

Olivia me miraba desconcertada, mientras yo reprimía un grito de susto con las manos sobre mi boca.

—Olivia, casi me da un infarto. Solo vine al baño —respondí tratando de sonar convincente, observando a mi alrededor. Ella me miraba en silencio, con una ceja arqueada de manera particular.

—¿Una ducha a medianoche?

Me quedé pensando en una respuesta, pero no se me ocurrió ninguna, así que opté por el silencio.

—Bien, dime qué está ocurriendo. He notado que desapareces por las noches. ¿A dónde vas? ¿Qué estás ocultando?

—No es nada —negué con la cabeza, tratando de evitar la discusión, pero sus ojos se posaron en los míos, tristes. Entonces, me sentí mal.

Sus ojos no se veían ni mínimamente horrorizados como los de la cena, donde mostré el verdadero reflejo de mi ser frente a ella. Pero no estaba segura de si me odiaba o si simplemente no quería tener nada que ver conmigo de nuevo.

Quizá me tenía lástima, pero sus ojos tristes se sintieron como una fuerte bofetada de realidad. Una que me aterrorizaba al imaginar perderla.

—Pensé que me tenías confianza. Ya veo que no es así —me miró decepcionada mientras daba la vuelta en dirección a su habitación. Y después de meditarlo tan solo medio segundo, maldije por dentro y la detuve.

La tomé del brazo antes de que saliera del cuarto de baño y señalé con mi dedo los labios en señal de silencio —Acompáñame, pero sin hacer una pregunta hasta que salgamos del edificio.

Me miró extrañada, pero hizo una seña de sellar sus labios con un cierre imaginario, y siguió en cuclillas por el vestíbulo de la fuente de piedra hasta la puerta del comedor.

Nos quedamos ocultas detrás de la banca de metal, y cuando el guardia salió por la puerta, la sostuve con cuidado, esperando a que se fuera a su descanso. Repetí el mismo recorrido escondida bajo las mesas redondas, con Olivia a mi espalda, pero esta vez me dirigí a la salida del patio.

ARABELLA: La herencia de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora