Volar

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—¿La fuente? ¿Esa es tu grandiosa teoría? —susurró Lucas, incrédulo, cuando le compartí lo ocurrido la noche anterior.

—¿Por qué le importaría tanto que me acercara a ella si no hay algo más detrás? —me defendí, respaldando mi teoría aunque sabía que carecía de lógica. Y guardé para mí el recuerdo de haber visto una en su despacho la noche en que golpeé a Finneas.

Después de anotarlo en su libreta, Lucas me contó lo que había conversado con la doctora Rosaline, de quien pudo extraer un detalle valioso que se le escapó durante la terapia sobre las condenas prolongadas.

—Mencionó que hay alumnos que llevan más de cinco años aquí porque se resisten a mejorar —agregó reflexivo, detallando minuciosamente todo lo hablado en su encuentro.

Tragué saliva, imaginando cinco años en este lugar, y el terror me invadió. ¿Era una locura arriesgarnos de esta manera? 

Por supuesto que sí.

No obstante, no era una persona que se quedara de brazos cruzados ante una corazonada, y la tenía, una muy mala sobre este lugar. 

Discutimos los últimos detalles sobre el gran día que se avecinaba a tan solo dos semanas y coincidimos en que ninguno retrocedería.

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Pasamos todos los exámenes con éxito, y la alegría en el ambiente se volvió contagiosa, envolviendo a todos menos a Finneas y Myers. Pues desde aquel incidente, habían forjado una extraña alianza, estrechando lazos en torno a su común desprecio hacia mí. No se limitaban a ello, regalándome miradas hostiles entre clases y pasillos.

Sin embargo, a medida que avanzaron las semanas, me di cuenta de que gran parte de esa sensación de hostilidad era producto de mi propia paranoia. Pues las semanas pasaron rápidamente sin ningún altercado, y pronto, llegó el tan esperado día. 

La tan esperada mañana de jueves inicio con un cielo cubierto de nubes grises que teñían de un aburrido tono, la inmensidad de la isla.

La brisa de la lluvia golpeó mi ventana, despertándome al instante con una incómoda sensación de nervios. Esta era la noche que habíamos planeado por meses, esta misma noche, se reunirían en el faro con la directora, tal y como aquella vez que recorrí la playa con Lucas. 

Salí del calor de mis sábanas y me dispuse a tomar una larga ducha en las regaderas. Tambalee todo el camino, pero al llegar al cuarto de baño, recupere la postura metiéndome en la primera ducha disponible. 

Mientras el agua caía por mi cuerpo, reviví por última vez los regaños de mi entrenador. Su voz sonaba tan real en mi cabeza que tuve que girarme varias veces para confirmar que solo era producto de mi imaginación.

Estaba a punto de regresar a mi antigua vida, pero al mismo tiempo, me sentía distante de los recuerdos de lo que alguna vez fui. Dudaba si debía sentirme feliz o no de estar a unas pocas semanas de salir.

En este punto, era simplemente una joven con problemas de ira, que había arruinado por completo su carrera en el boxeo. ¿Podría volver a participar con antecedentes delictivos?

Se suponía que el historial no quedaba manchado penalmente en St James, al menos no como una condena en la cárcel real. Sin embargo, los rumores habían aparecido en algunos noticieros durante las semanas de mi juicio. ¿El Sr. Taia volvería a representarme como antes? ¿O todo eso sería irrelevante si nos descubrían fuera de mi habitación esta noche?

La ansiedad me consumía, así que, decidida a relajarme, me sumergí bajo el cálido chorro de agua, inhalando profundamente el aroma a naranja que impregnaba los azulejos de la regadera.

ARABELLA: La herencia de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora