Fuego

1K 99 12
                                    

En los siguientes meses, nos reunimos en secreto cada vez que teníamos la oportunidad en el congelador de la cocina.

Durante mi último periodo, me dejaba una nota oculta en el extintor rojo junto a la ventana, indicando el día y hora de nuestro encuentro. Que mayormente, era los domingos por la madrugada, aprovechando que todos estaban profundamente dormidos después de la agotadora semana.

Compartíamos los detalles observados durante la semana: el número de guardias, cambios de turno e incluso la cantidad de veces que había llovido en esos días.
Datos meticulosamente anotados en una pequeña libreta que había logrado "rescatar" de la clase de historia.

Lucas me caía bien. De manera que, bajo circunstancias normales, podría haberle llamado amigo. Pues la conexión que comenzaba a sentir con él, solo la tenía con mi hermano Caín.


En la noche de Navidad, los cocineros nos obsequiaron un banquete especial: puré de papa, ensalada de manzana y un jugoso pavo como plato principal. Y para la ocasión, nos permitieron disfrutar de unas copas de vino, aunque claro, bajo la constante mirada vigilante de los guardias desde el marco de la puerta principal.

—No sabía cuánto extrañaba beber hasta este momento.

Suspiró Erick, saboreando con determinación su copa.

—Esta es la prisión más extraña que pueda existir —añadió Annie.

—Ni que lo digas— respondí inmediatamente.

Sentí la mirada penetrante de Olivia a mi lado y levanté la cabeza para mirarla.
Sus grandes ojos verdes brillaban como siempre, y sus labios formaban una expresión seria. No había hablado mucho con ellos últimamente, por lo que mi comentario debió ser la excusa para bombardearme con preguntas, pero no lo hizo. 

En su lugar, bebió un gran trago de la copa en sus manos y compartió varias de sus ocurrentes anécdotas mientras cenábamos.

No estaba acostumbrada a beber alcohol, el Sr. Taia me hubiera reprendido si algo hubiera interferido con mi dieta y entrenamientos matutinos.
Pero fuera cual fuera mi aguante, parecía ser mucho mayor que el de Olivia.

Cuando salimos del comedor, ella tambaleaba y soltaba risas que resonaban fuerte por los pasillos, exponiendo su delicado estado.

—Yo me aseguro de que no muera, Erick, no te preocupes —dije ayudando a Olivia y pasando su brazo por mis hombros una vez que llegamos al pasillo de los dormitorios de las chicas.
(Lo que era irónico, ya que a pesar de que los baños eran mixtos, las habitaciones si estaban separadas por géneros).
Él pareció convencido conmigo y se despidió advirtiendo a su media hermana que, si moría ahogada en la noche, él la iría a buscar al mismísimo infierno por abandonarlo en esa isla.

A pesar de ser un poco más alta que yo, su cuerpo parecía no pesar mucho. Con mis hombros pudiendo sostener su peso con naturalidad, la llevé a su habitación, la cual estaba justo frente a la mía.

Abrí la puerta con cuidado, mientras intentaba silenciar en vano sus risas que retumbaban por todo el lugar. Y al entrar en su habitación, el aroma a sal de mar que caracterizaba a la castaña invadió mis fosas nasales. 

Había un pequeño escritorio en el lado opuesto al de mi recámara y su cama estaba hecha un alboroto.

La solté con cuidado sobre el edredón blanco y le quité las zapatillas con esfuerzo, ya que no paraba de retorcerse y cantar canciones entre risas.

—Sí que te pasaste un poco de copas hoy, ¿eh?

—Tú...  —decía entre risas y con los ojos medio cerrados. —Sí... tú, me escondes algo —señaló mi pecho.

ARABELLA: La herencia de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora