Veinte

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Las matemáticas y la historia nunca habían sido mis fuertes, y eso se volvía aún más evidente en St James, donde tomar clases parecía ser una mera formalidad. Muchos de mis compañeros ya habían comenzado la universidad, inmersos en áreas completamente diferentes a las mías. Sin embargo, al ser un instituto para menores de veintiún años, se habia decidido que debíamos ocupar nuestro tiempo de alguna manera productiva.

Así fue como nos vimos obligados a estudiar un repaso exhaustivo de todo lo aprendido en la preparatoria. Y a pesar de mi desinterés inicial, me esforzaba por estudiar durante las noches y completar los exámenes con la mejor disposición posible en las mañanas.

Pues no tenia ninguna intención de alargar mi condena en esta isla.


En la mañana de mi cumpleaños, Erick, Annie, Olivia y yo nos encontrábamos recostados bajo la frondosa sombra del gran árbol, justo antes de que la clase de deportes diera inicio, todo con el propósito de "celebrar" mi día especial.

Sin embargo, era evidente que nuestras opciones de celebración eran limitadas, y la palabra "celebrar" resultaba un tanto exagerada para describir la simple acción de descansar bajo el árbol.

—Esto apesta —farfulló Annie, recostada a la izquierda de Olivia en el césped.

—No es como si pudiéramos solicitar un permiso especial, ¿recuerdan? Agotamos todos en la víspera de Navidad —contestó Erick de inmediato, sin apartar la mirada del frondoso follaje del árbol.

—No suelo celebrarlo de todos modos, así que tener un momento para nosotros solos, sin las clases ni el bullicio del comedor, me parece más que suficiente —respondí, girando la cabeza para mirar al chico de melena rubia a mi lado. 

Nos sumimos en un breve silencio mientras observábamos el sol ascender sobre el mar, iluminando la isla con tonos anaranjados.

Una sensación de paz me invadió al estar junto a ellos, como si, después de pasar tanto tiempo a su lado, comenzara a acostumbrarme a tenerlos cerca.

En un extraño sentimiento de pertenencia a un grupo único de estudiantes criminales.
Incluso me había acostumbrado a la presencia de Annie, con la que empezaba a llevarme mejor a pesar del palpable choque de caracteres entre ambas.

—Opino que, en lugar de cantarle la canción de feliz cumpleaños, le cantemos aquella de Arctic Monkeys que lleva su nombre —propuso Olivia, levantándose de golpe del césped.

—Yo no escucho ese tipo de música, no me incluyan —protestó Annie, aunque fue obligada a incorporarse segundos después por la mano de Erick.

—Arabella tiene una mente de los setenta —comenzó a cantar Olivia con un grito desafinado, provocándome una risa instantánea. 

La observé y arrugué la nariz en desaprobación.

—Pero ella es una amante moderna —añadió Erick a su lado, y ambos comenzaron a tararear el tono del coro, fingiendo tocar el solo de la guitarra con sus manos.

Annie solo los observaba, pero su expresión denotaba felicidad, acompañada por los aullidos de la pareja de hermanos que intentaban tararear lo más afinadamente posible.

Contemplar a Olivia reírse me hacía reír automáticamente, siempre lo hacía, como si el simple sonido de su risa tuviera el don de disolver cualquier tensión y convertir un día común en algo extraordinario.

Haciendo una nota mental, juré que al salir de esta isla, lo primero que haría al subirme a mi carro sería poner esa canción de Arctic Monkeys a todo volumen, con las ventanillas bajadas.

ARABELLA: La herencia de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora