Génesis

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A la mañana siguiente me levanté a la misma hora para bajar a entrenar al gimnasio, y me detuve solo hasta que mis nudillos quedaron igual de enrojecidos que el día anterior.

A decir verdad, los días aquí comenzaban a pasarse increíblemente rápido. Entre las deliciosas comidas y las tediosas clases, apenas tenía tiempo para pensar en mis problemas.

Llegado mi sexto fin de semana en St. James, decidí usar mi día libre para ir al puerto.

Caminé por los jardines en dirección a la playa. En donde cuatro guardias me dirigieron la vista nerviosa, a la par que sujetaban el arma de su cinturón en postura de alarma. Y recorrían con la vista cada uno de mis pasos por el muelle.

Levante las palmas de las manos en señal de paz, y me senté en el borde, con los pies colgando del puente de madera. Y al cabo de unos minutos de permanecer así, el guardia que estaba más cerca mío, desvió su vista mucho más tranquila en dirección a la escuela.

Observé el mar rompiendo en suaves olas bajo mis pies, y me pregunté qué estaría haciendo mi hermano en esos momentos.

Lo visualicé, quizás sumido en la creación de alguna de sus melódicas composiciones en el piano, o tal vez inmerso en la televisión, absorbido por el programa de talentos que tanto disfrutaba. Me lo imaginé pasando horas sin moverse, transportándose mentalmente al escenario, como si de alguna manera pudiera sentirse parte de aquel mundo artístico que tanto admiraba.

—No me extrañas, ¿verdad, Caín?—. Susurré al viento mientras acariciaba mis nudillos con suavidad.

"Caín y Arabella"

Son los nombres que nos pusieron nuestros padres en alusión a unos personajes de la biblia; Caín y Abel. Los dos primeros hijos de Adán y Eva, tras ser expulsados del Jardín del Edén.

Mi abuela era fiel creyente, por lo que solía narrarnos la historia cada que podía.
Traumándonos con ello a nuestra corta edad. Pues la narración culmina en nada más y nada menos que; el asesinato por parte de un hermano al otro.

Recuerdo con cierta amargura la expresión que mi abuela tendría si me viera ahora, y un fugaz sentimiento de culpa se apodera de mis pensamientos.
¿Quién habría pensado que, al final, sería yo la gemela mala de esta historia?

Las palabras de la Biblia resonaron en mi mente: 

"Pero a Dios no le agradan personas como Caín. Por eso, después que Caín mató a su hermano, Dios lo castigó enviándolo lejos del resto de su familia" 
(Génesis 4:2-26; 1 Juan 3:11, 12; Juan 11:25). 

Dios, o tal vez la vida misma, me había castigado de manera similar, enviándome lejos de los míos, en una isla remota donde pudiera expiar mis culpas.

Un suspiro largo se escapó de mis labios, mientras recordaba el abrazo y la mirada triste que intercambiamos la última vez que vi a Caín. 

Cerré los ojos, permitiendo que el cálido rayo del sol se filtrara entre mis pestañas, molestando momentáneamente mis pupilas.
Sentada en silencio, el sol vertía su calor sobre mi cabeza, mientras el mar, parecía el único capaz de silenciar mis pensamientos. Permanecí así durante horas, escuchando el tumulto de las olas debajo del muelle intensificarse.

Cuando el sol comenzó a ceder su intensidad, me di cuenta de que la tarde había llegado y que, seguramente, había pasado por alto la hora del almuerzo una vez más.
Resoplé exhausta, por pasar tanto tiempo lidiando conmigo misma. Y me dispuse a averiguar si aún quedaba algo en el comedor. 

Debía dejar de saltarme comidas, o seguiría perdiendo peso sin control.

Poniéndome de pie, caminé de regreso al colegio, observando con detalle cada rincón de los jardines a mi paso. Al llegar al edificio, me dirigí hacia la puerta del comedor, pero antes de poder entrar, sentí que alguien tomaba mi brazo y me giraba hacia él.
Vestía una sudadera roja caída sobre sus hombros, dejando su espalda y torso al descubierto. Un tatuaje de un águila reposaba en sus costillas, del cual parecían escurrir gotas de sudor.

ARABELLA: La herencia de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora