Cascabel

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Al día siguiente me desperté con un terrible dolor de cabeza. Me pesaban los párpados como si llevaran dos grandes monedas sobre ellos, y mis muñecas aún tenían marcadas las esposas que me habían puesto por horas, el día anterior.

Me costó asimilar un momento la situación de donde me encontraba. Pues era la primera vez que despertaba en un lugar diferente a mi habitación en la mansión, pero pasados unos minutos, asimile todo con gran tristeza.
Caminé por el corredor fuera de la habitación y giré a la derecha. Al cabo de varias vueltas por todos los pasillos de la sección, finalmente encontré las regaderas. Que se situaban justo en la entrada del lugar, junto a la fuente de piedra que se encontraba en el medio.

Para mi fortuna se encontraban vacías, e imaginé que debía ser porque la mayoría de jóvenes aquí no debían estar acostumbrados a levantarse tan temprano como yo, y eso me alegró el humor automáticamente. Odiaba tratar con desconocidos. 

No tenía muchos amigos en casa, seguramente por (y mi hermano hubiera coincidido conmigo), mi temperamento de mierda.

Me metí a la primera regadera que vi y recorrí la cortina. Abrí la llave y dejé que el vapor inundara todo a mi alrededor, mientras cerraba los ojos, en un intento por poner mi mente en blanco.

¿Qué diría el señor Taia en este momento de que estuviera tomando una ducha tan caliente?

Seguramente algo como; que mi día sería mediocre, si no ajustaba la temperatura tan helada como él me advertía siempre. Mejorando con ello mi nivel de alerta antes de cualquier competición.
O al menos esas mismas palabras recordaba habían salido de su boca alguna vez.

Me quedé bajo el chorro de agua pensando en él.

La última vez que lo había visto fue en el juzgado. Sonriéndome desde el fondo, mientras hacía un gesto con la mano de que todo estaría bien, que estuviera tranquila, que yo podía con eso y más.

Que equivocado estaba el Sr Taia. No podía ni con la sensación sofocante en mi pecho que cargaba con la culpa de lo que había hecho.
Una que, a cada segundo, me recordaba cuanto merecía estar aquí.

Me duché, y después de varios minutos debatiendo si debía salir del agua o no, cerré la llave y tomé la toalla que había colgado justo afuera de la cortina.

Caminé de regreso a mi habitación y me puse el uniforme justo a tiempo para cuando llegó la Dra. Rosaline por mí.

Vestía la misma bata blanca del día anterior, pero llevaba unos zapatos morados bastante altos, que iban a juego con su lápiz labial.

—¿Lista para conocer a tus compañeros? — me dijo sonriendo mientras me dirigía al exterior de la sección naranja. Pasando por la puerta principal frente a la fuente de piedra, misma que el día anterior, ella había mencionado daba al comedor.

—El desayuno se sirve justo después de los deportes. Los estudiantes de la sección naranja siempre comienzan sus clases con un poco de ejercicio para liberar el estrés de la mente—.
Me guiño un ojo y se dirigió a una salida que estaba junto a la cocina con la palabra PATIO que brillaba sobre la puerta.

Al salir por ella, pude respirar de inmediato el aire fresco de la mañana.

Guíe mis ojos en dirección a la vista frente a mí, la cual puedo aceptar, que era en verdad hermosa.

Todo el edificio de color negro estaba rodeado de jardines verdes y muy al fondo se podía ver el puerto con algunos botes anclados y el mar rompiendo junto a ellos en la costa. Había guardias en esa zona, pero el resto del jardín estaba sin vigilancia.

Era el área segura donde podría salir a pensar en caso de una crisis nerviosa, me dije a mi misma.

—Tu juicio tardó más de lo normal, por lo que entras un poco tarde, en comparación al resto. Se iniciaron las clases hace un mes— me explicó mientras tomaba sus gafas y se ponía a limpiar los cristales con el borde de su bata.

ARABELLA: La herencia de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora