18. Último día de verano

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Me encontraba en un bar de confianza, el bar de los padres de Mario, junto con su hijo y mi mejor amiga. Los tres estábamos de acuerdo con el maravilloso e increíble verano que habíamos pasado, pero estaba llegando ya a su fin. Fueron días de alegría, tristeza también, pero menos abundantes, y sobre todo mucha fiesta. Estábamos muy contentos, pero también nerviosos por el día de mañana, por todo lo que venía.

- ¿Creéis que empezaremos con ganas? -preguntó Carla.

- Ojalá fuera así -respondió Mario-, pero sé que no, siempre digo que iré al día, pero llega el momento de la verdad y me da pereza todo.

- Me pasará lo mismo que a ti Mario, y también tengo miedo de haberme equivocado de carrera -dije preocupada.

- Tía que no, llevas mucho tiempo diciendo que la psicología es lo que a ti te gusta, así que confía en ti -dijo Carla consolándome.

Poco después vino la madre de Mario a tomar nota de lo que queríamos.

- Yo quiero un café con leche -dijo su hijo.

- Nosotras una coca-cola -dije yo hablando por las dos.

- Perfecto -dijo la camarera- en un momento os lo traigo.

Mientras, íbamos hablando de lo que nos esperaba, sobre nuestras carreras, los compañeros...

- Pues a mí me han dicho que mi carrera de deporte está muy bien -dijo Mario contento-, se ve que varios días a la semana se hacen cosas prácticas como natación, atletismo...

- Parece entretenido, demasiado de hecho -le dije yo riendo- y probablemente te acabe cansando la rutina.

- ¿Quieres saber qué otra rutina tendré?

- Adelante -dije acercándome a él.

- Tener a tu novio en clase.

- Gilipollas... ¿Quién sabe si os tocará en el mismo turno?

- Igual uno va por la tarde y el otro por la mañana -dijo mi amiga.

Lo que le pedimos a la camarera llegó y rápidamente nos pusimos a tomarlo, al parecer estábamos bastante sedientos.

- Lo que decíamos -dijo Mario- ¿a qué universidad os ha tocado ir?

- A mí a la que está cerca del zoológico -dije.

- Increíble -dijo Carla levantándose de la silla- ¡a mí también!

- Qué fuerte -dije abrazándola.

- Ni con cola os separáis -exclamó Mario-, a mí me ha tocado la autónoma, igual que Héctor, por lo que me dijo, aunque es eso, falta saber los horarios de cada uno.

De un momento a otro viajé en mi mundo, empecé a sentirme mal y a comerme la cabeza demasiado, así que decidí irme.

- Chicos me voy, nos vemos.

Le mandé un mensaje a Carla, quería hablar con ella a solas, así que decidimos quedar a la vuelta de la esquina, ya que Mario se habría ido por otra calle a por el metro. Vi a alguien a la lejanía que me saludaba, era ella, así que fui ahí dónde estaba.

- ¿Qué te pasa amor? -dijo ella.

- Me agobio, Mario, a veces me agobia, con cariño.

- ¿Y eso?

- A veces siento que quiere introducir poco a poco a Héctor en nuestro grupo, aparece en muchos de sus comentarios.

- Me he dado cuenta, pensaba en si te habrías enterado tú.

- Pues ya ves que sí -dije jugueteando con mis manos-, no digo que esté mal, pero es mi novio, no mi colega.

- Te entiendo -dijo Carla mientras me abrazaba.

- Encima sé de gente que lo ha dejado por estar tanto tiempo al lado de su pareja, Mario se queja mucho, pero ¿sabe la que liaría sin darse cuenta?

- Pues no, no lo sabe.

- Es que no puede hablarse con él, de este tema no, no sé por qué motivo pienso que lo defiende más a él.

- ¿Qué pasaría si algún día llegáis a dejarlo? ¿Se separaría de nosotras?

- No lo sé, lo he pensado mil veces y empiezo a agobiarme. ¿Crees que deberíamos dejarlo? -dije entre lágrimas.

- No, no, ven aquí -dijo mientras secaba el agua que caía por mi cara-, eso no tiene nada que ver.

Y otra vez las preguntas invadieron mi cuerpo, mi cabeza, mi mente, mi todo. No podía estar así hoy, mañana se podría decir que mi nueva vida empezaba y no podía iniciarla con el pie izquierdo. Me despedí de ella y me dirigí a casa.

Poco a poco iba asimilando la no estancia de mi padre en el hogar, aunque realmente lo echaba de menos. Hablábamos un rato cada semana, no mucho, pero con eso me conformaba. Hoy mi hermano menor regresaba a casa de pasar el fin de semana con el hombre que nos trajo al mundo. A Eric siempre tengo ganas de verlo, sin él la casa tiene un ambiente demasiado tranquilo.

No tenía mucha hambre, así que avisé a mi madre de que no cenaría y me fui a mi habitación directamente. Me quité la ropa y mis zapatos para meterme a la ducha, si me duchaba hoy no iba a hacerlo mañana con prisas, madrugar no era lo mío. Al salir de la ducha me asomé por la ventana para darle las buenas noches a mi perro, que estaba bajo, y también fui en un momento a decírselo a Alex.

- ¿Se puede? -dije desde el pasillo.

- Tú siempre puedes -dijo él desde el interior de la habitación.

- Una personita viene a darte las buenas noches

- ¿Ya? Que pronto.

- Es que no tengo hambre, me iré a dormir ya.

- ¿Tú durmiendo pronto? Algo no anda bien.

- Tonterías, todo va genial, lo que pasa es que mañana hay que madrugar, que es el primer día.

- Es verdad, que tendré una hermana universitaria.

- Eres un imbécil -dije riendo-, ¿cuándo llegará Eric?

- No puede tardar mucho, está en el tren.

- Dile que cuando llegue me diga algo por favor, que me despierte si es necesario.

Dicho eso, me fui a mi habitación de nuevo, y de ahí a la cama. Hoy me iba a costar dormir, lo tenía muy claro, los nervios se apoderaban de mi cuerpo y difícilmente podía calmarlos.

Nada de bomberos, doctoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora