23. Los celos comprensibles de Héctor

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Acababa de llegar de la universidad, hoy el día me había pasado más rápido que los anteriores, teniendo en cuenta que mis dos nuevos compañeros, Nick y Hugo, estuvieron conmigo y con Julia. Estuvimos más tiempo hablando que prestando atención. Hoy me lo permití, pero nunca más, ya que, sino en la época de exámenes sufriría como una desgraciada.

- Ya estoy en casa- dije cuando llegué.

Me dirigí a mi habitación para dejar mis cosas de clase y por el camino me encontré a Alex con su uniforme del Decathlon, vestimenta que me parecía graciosa en el interior de aquella casa.

- ¿Pero tú no acabas a las 13:00 h? -le pregunté extrañada.

- Sí, pero... he llegado hace nada también, me había entretenido -respondió él.

Dejé mis cosas, me puse unas chanclas y fui a la cocina donde solía estar mi madre.

- ¿Dónde están Gala y su padre?

- Han querido salir a comer fuera, por la noche comeremos juntos -dijo con una gran sonrisa.

Se notaba lo feliz que estaba, lo bien que estaba con aquel hombre y lo que podía llegar a transmitirle. La conocía perfectamente, como los padres conocían a sus hijos, pero en aquel caso era al revés. Fui la única que se puso a comer sin esperar a nadie más, ya que mi madre y Alex esperaban a Eric. Yo decidí comer sola por la simple razón de que tenía que ir a casa de Héctor a pasar la tarde. Me invitó porque por lo que me dijo tenía la casa sola.

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Ya estaba en el metro en dirección a su casa, y por sorpresa, me encontré con otra avería. Para hacer más amena la espera, llamé a mi mejor amiga, aprovechando también para contarle cuatro cosas.

- ¿Y ya le has pedido las fotos a Izan? -preguntó sin esperármelo.

- Pues no, y me da vergüenza -respondí al instante.

- Fuera vergüenzas que así no irás a ningún sitio, va dale.

El metro se puso en marcha y en nada iba a llegar, fue ahí cuando pensé que era ahora o nunca. Así que abrí mi móvil metiéndome directamente en su chat de Instagram. Igual el chico no se acordaba de aquella foto, o pensaba que no se la iba a pedir, pero si fuera así, estaba totalmente equivocado. Le escribí, pero rápidamente borré lo que puse y el espacio para escribir volvió a convertirse en blanco. Siempre que estaba nerviosa solía morderme las uñas y esta vez no fue menos. Finalmente, me decidí por escribirle algo tan sencillo como "¿puedes mandarme las fotos de la fiesta del jueves?", y cuando le di al botón de enviar apagué el móvil sin querer saber nada más hasta dentro de un largo rato.

Llamé al timbre de casa de Héctor y me abrió en unos segundos. Subí y el chico me recibió con un fuerte abrazo.

- ¿Cómo está mi niña preciosa? -dijo mientras al mismo momento cerraba la puerta.

- Pues genial la verdad -dije con una gran sonrisa.

- Verás... al final la casa no está tan sola como te dije.

¿Sus padres estaban en casa? Si permanecían ahí yo me iba, lo tenía muy claro, de las cosas de las cuales había estado más segura en lo que llevaba de vida. Pasamos por el comedor, sitio en el que vi una pequeña mochila que se me hizo muy familiar, y cuando entramos en su habitación lo confirmé. ¿Qué hacía Mario ahí?

- Pero Mario -dije entre risas.

- Te juro que no sabía que ibas a venir -dijo él sintiéndose culpable.

- ¿Héctor, algo que decir?

Mi novio negó con la cabeza riendo, ¿qué estaba pasando?

- O estoy un rato con cada uno, o le doy más privilegios a Lucía porque ha venido más tarde -dijo Héctor-, o si no merendamos juntos y hacemos algún plan los tres.

Nada de bomberos, doctoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora