39. El final feliz

165 23 4
                                    

Danielle.

Unas horas antes.

Me remuevo, abriendo los ojos con delicadeza, y un sonido casi imperceptible sale de mis labios. Ya es de día, los rayos de sol me lo corroboran, y me incorporo despacio tapando mi cuerpo desnudo con las sábanas.

No sé la hora, aunque tampoco me importa mucho, solo quiero llorar porque, que amaneciese, solo significaba una sola cosa.

Trago grueso antes de esperar la cama vacía al girarme, pero dejo el aire salir cuando veo que él está aquí, que aún no se ha ido, y que duerme plácidamente de espaldas a mí como si entre nosotros todo fuese bien y no estuviésemos destruidos.

Anoche nos amamos como nunca antes, pero eso solo ha valido para hacer doler mucho más la herida.

Sam no deja mi boca mientras caminamos hacia la habitación que era de mi padre. No hay prisa, vamos lento, y aunque corremos peligro de que alguien nos vea, nuestra única preocupación ahora mismo es ser del otro, y no nos importa nada más.

El mejor amigo de mi hermano agarra mi mano para subir y me despego un solo segundo, para observar sus ojos.
Es guapísimo, no sé como puede haber alguien que tenga tanta belleza, que parezca creado por los mismos dioses.

—Sam...

Mi voz rota y ahogada lo alertan, por eso frunce su ceño.

—¿Que pasa?

Te amo.

Lo pienso, y lo miro profundamente mientras lo hago, pero no lo digo, me limito a volver a tirar de él y finalmente entro en la habitación y cierro la puerta, echando el seguro después.

Respiro con dificultad dejándome caer sobre ella y Samuel mira mi pecho, que sube y baja sin control.

—¿Y si esto es un error?

No me digas esto ahora.

Me incorporo negando con la cabeza y vuelvo a llegar a él, para poner una mano sobre su mejilla —No es un error, es una despedida.

Cierra sus ojos, pegando su frente con la mía, con fuerza —No vuelvas a repetirlo.

Lo beso, una y otra vez —Bésame, Sam, por favor.

Y eso hace, mientras deshace el nudo de mi bikini con lentitud, y recorre mi cuerpo con la otra mano. Hay una parte de mí que me grita que frene esta locura, pero sé que no le voy a hacer caso, y que voy a dejarme hacer lo que quiera.

Mis pechos quedan expuestos ante él y me rodea con sus brazos para besarlos. Yo cierro mis ojos, y echo mi cabeza hacia atrás mientras siento la sangre de mi labio en mi boca. He mordido con tanta fuerza que no he sido consciente de que me estaba haciendo daño.

—¿De verdad quieres renunciar a esto?

Mi voz ahogada casi no se entiende.

Él frena y me mira directamente a los ojos, dejándome sobre la cama mientras se acomoda encima —Yo jamás renunciaré a tí —traga grueso y siento las lágrimas picar en mis ojos —Pero no sé gestionar la fama, que lo nuestro sea el circo del que todos quieren alimentarse, y por eso no puedo estar contigo si no voy a estar bien.

ENAMÓRATE DE ALGUIEN MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora