42. Es pesado ser yo

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Danielle.

—Papá, deja de mirarme como si tuviese monos en la cara.

—¿Que te has hecho, Danielle?

Ruedo mis ojos, cruzándome de brazos —Me he cambiado el color de pelo, solo eso.

—Te queda genial, cariño.

Por lo menos alguien me apoya.

—Gracias, mamá.

—Lana, no aplaudas todas las decisiones que toman las niñas, ¿de verdad ves bien que tú hija se haya puesto ese color de pelo?

¿Perdón?

Mamá deja la copa de vino sobre la mesa y frunce el ceño, negando después —Mi hija tiene veintidós años, Bárbara, puede hacer lo que le de la gana. Ni que hubiese hecho algo malo.

—Tengamos la fiesta en paz —apunta tía Juls.

Abuela traicionera.

—El color le queda como un guante, le sienta de maravilla —apunta mi tía Oli, jugando con los mechones de mi pelo, ahora burdeos.

Ya veo que mi color de pelo es el tema de conversación perfecto para no hablar de negocios, y me alegro porque precisamente odio cuando hablan de negocios, pero que estén opinando sobre mi imagen cuando mi madre desde pequeña me ha enseñado a no opinar sobre el cuerpo y aspecto de los demás, pues no me agrada del todo, sinceramente, sobre todo cuando los que hacen más incapie en que esto que he hecho ha sido un error, son mi padre y mi abuela, que se suponía que eran los más modernos.

Lucas, estás perdiendo puntos con tu ojito derecho.

—Lana una vez se quiso poner rubia y no la dejé, porque eso sí que hubiese sido un desastre —apunta mi abuelo —A la niña le sienta muy bien ese color.

—Dejad de apoyarla, es una locura.

Dios, dame paciencia.

—Nadie me tiene que apoyar en nada, me he cambiado el color de pelo, no voy a dejar de jugar al fútbol.

Me levanto de mala gana y tiro la servilleta, llamando la atención de Jacob que estaba a mi lado completamente inmerso en sus cosas. Me molesta que se crean con la potestad de opinar sobre lo que elija hacer con mi pelo, sobre todo porque no esperaba que fuesen así.

Bufo echando mano a mi teléfono móvil y me muevo hacia la entrada de la casa de campo, oyendo los reclamos de Lana a Lucas, y el revuelo que se ha formado en un segundo. Quería tener una velada tranquila ahora que casi toda mi familia está reunida, pero va a ser que no.

Respondo un par de mensajes que me han dejado mis amigas de Italia y siento a alguien agarrar mi brazo.
Jacob, con cara de pocos amigos, ha venido detrás mía y no sé exactamente si para consolarme a mí, o para que yo lo consuele a él.

Últimamente estamos un poco distanciados. Él se ha hecho su propio grupo aquí cuando llegó, y yo con mis movidas me he aislado bastante, por eso necesitamos ponernos un poco al día.

Me tiro en el sofá viendo como mi mejor amigo me imita y cierro mis ojos, esperando que nadie más venga a decirme nada porque me lo como.

Supongo que mamá habrá avisado de que me dejen tranquila, al menos por ahora.

A ver cuando se van y nos dejan solos como teníamos previsto.

—No les hagas caso, ese color te sienta genial.

—Ya lo sé, por eso me jode.

—A lo mejor lo dicen para picarte.

Cierro mis ojos —Conozco a mi padre, y no le gusta nada, se le nota.

ENAMÓRATE DE ALGUIEN MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora