1 | «¿Viste esos ojos?»

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Es la segunda vez que visito la oficina de la directora en lo que va de la mañana y apenas son las diez, la novena vez que lo hago en la semana y hoy es miércoles, ya perdí la cuenta de cuantas veces he venido desde que comenzaron las clases y eso solo fue hace un mes.

Soy un problema. Así lo han decidido todos a mi alrededor y yo solo les doy el gusto de no equivocarse.

—Liam Corbyn Hood —dice la directora mientras niega con la cabeza—. ¿Qué voy a hacer contigo, muchacho?

—Expúlseme —subo y bajo las cejas dedicándole una mirada fugaz.

No me importa que lo hagan, no me preocupa el colegio. Nací para cantar, no para aplastar el culo en una silla y resolver estúpidos problemas matemáticos.

—¿Eso es lo que quieres? —pregunta y, por el tono que usa, sé que no va a hacerlo.

—Es lo que merezco —alzo la cabeza y la miro serio—. Expúlseme y acabemos con esto de una vez por todas.

—¿Dónde está tu madre, Liam? —trago grueso y vuelvo a bajar la mirada.

—No lo sé —me encojo de hombros—. Tampoco me importa.

—Tengo que reportar tu comportamiento a un adulto... ¿Tu abuela está en casa?

—¿Todo esto solo por un poco de alcohol? —ruedo los ojos—. Si me hacen un test ahora mismo saldré limpio, verán que no consumí nada de esa botella.

—No puedes traer alcohol al instituto, ese es uno de tus problemas. Tampoco tienes edad suficiente para comprarlo, y ese se convierte en otro problema más porque alguien tuvo que vendértelo...

—El alcohol es de mi padre, lo traía en la mochila porque pensaba tirarlo antes de regresar a casa —agrando los ojos a la vez que formo una línea con mis labios.

Es verdad, poco a poco me voy deshaciendo de las cosas que mi padre dejó en la casa que, en su mayoría, son botellas de alcohol y cigarrillos. Le dieron dos años de prisión y medio año condicionada por violencia de género y maltrato infantil, escaso tiempo si me lo preguntan a mí, porque él merecía mucho más. Una vez esté libre, no va a volver a casa, no pienso permitírselo y por eso me propuse tirar cada cosa que le pertenezca sin que la nonna se de cuenta.

—Voy a darte uno de estos —deja un tarro de muestra encima de la mesa—. Quiero que vayas al baño, que orines en él y me lo regreses. Lo llevaré a la clínica ni bien termine mi horario y si estás limpio te prometo que esto quedará entre nosotros.

Asiento soltando aire pesado por mi nariz en un gesto de cansancio.

—Usted es la única que sabe usar la cabeza en este lugar —vuelvo a agrandar los ojos.

—Es la última oportunidad que te doy, Liam —sentencia con el dedo—. La próxima vez que rompas una de nuestras reglas quedarás expulsado y la recomendación que daré será que te envíen a un instituto de menores.

—Ya cumplí dieciocho, Astrid —sonrío falsamente colgando una de las azas de mi mochila en mi hombro—. Es tarde para enderezar un árbol que nació torcido.

—No estás perdido, Liam —me sonríe, pero no una sonrisa falsa como la que acabo de dedicarle, sino una de verdad—. Solo necesitas a alguien o algo que te ayude a encontrar tu camino.

—La psicóloga no será la que lo haga —subo y bajo las cejas—. Ahora que lo menciono... ¿Puede hacer que mis sesiones terminen? No me gusta que gente que no conozco intente sacarme información sobre mi vida.

—Deja de comportarte como lo haces y las sesiones acabarán sin que yo tenga que hacer algo —vuelve a sonreír—. Todo depende de ti, Liam.

Ruedo los ojos, pero no de mala gana, sino que lo hago porque ya me ha dicho eso miles de veces. Que todo dependa de mí y de mi voluntad no me contenta de ninguna forma; quizá la vida me pide demasiado, cuando en realidad lo único que necesita es la música.

Son melodías que pintan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora