3 | «Un duende dentro que transmite magia»

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Aprieto los ojos cuando el profesor vuelve a hacer sonar el silbato a menos de un metro de nuestros oídos. Debería ser ilegal andar por la vida haciendo sonar esas cosas, son irritantes y no sirven para mucho más que aturdir, porque a pesar de llevar más de media hora silbando y silbando, mis estúpidos compañeros siguen haciendo mal los ejercicios. 

Podría agregar el tema del silbato a mis nuevas razones para abandonar el equipo.

Corrección, lo haré.

—¡Es el último día que nos queda para entrenar! —grita el hombre por cuarta vez en los últimos quince minutos—. ¡Muevan esos traseros y hagan las cosas bien o se quedarán fuera de la liga!

Una ronda de murmullos recorre el campo antes de que el silbato vuelva a sonar y nos grite la orden de dar dos vueltas corriendo alrededor de la cancha. Comienzo a correr y solo me detengo una vez he completado las dos vueltas; los músculos de mis piernas arden por el repentino ejercicio, el oxígeno en mi cuerpo no parece ser suficiente y el sudor que desprende mi piel me baña completamente de pies a cabeza.

—Espero que hayan entendido que si perdemos este partido nos quedamos fuera de las estatales y por consiguiente —agranda tanto los ojos que tengo que morderme los labios para evitar reír—, fuera de las nacionales. ¡Los quiero mañana aquí cargados de energías!

Le da algunas palmadas en la espalda a Dean, que desde que Foster Turner se lesionó está cumpliendo el rol de capitán, y al resto de nosotros nos despide con una enorme sonrisa falsa. 

En los vestidores intercambio alguna que otra palabra con alguno de los chicos, rechazo la invitación de asistir a una fiesta en casa de un tal Luzardo Felton y ni bien salgo de la ducha tomo mi bolso dispuesto a salir disparado del instituto.

De otra forma no llegaré a tiempo al turno y no quiero problemas en el bar.

Pero al parecer el destino tiene otros planes para mí.

—La directora Wallace me comentó que recapacitaste tu posición en el equipo —dice el entrenador caminando junto a mí por los pasillos del instituto.

—Jugaré solo en este partido —Uso un tono que le de indicios que para mí está zanjada la conversación, pero no parece entenderlo.

—Es una lástima, Liam —aprieta los labios—. Eres bueno y si explotaras tu talento...

—No me gusta el fútbol —sonrío dando una zancada bastante larga que me deje por delante de él—. Nos vemos mañana entrenador, tenga buena noche.

Continuo caminando a paso acelerado hasta llegar al bar. Me entretengo hablando con Josh sobre la última banda que vino a tocar anoche, no los conocía, pero al parecer están arrasando con el público de New York. Ya pasadas las primeras dos horas del turno, me encamino a la barra y dejo mi libreta de comandas encima de esta soltando un suspiro.

—Saldré a fumar un cigarrillo —Le comento a Alvin que está detrás de la barra preparando algunos tragos—. Todas mis mesas están cubiertas y ninguno acabará pronto de comer así que calculo que tengo al menos unos diez minutos libres.

—Ve, pero no te confíes —dice en un tono de advertencia—. Josh ya tiene bastante con los Peterson.

—Lo compadezco —ruedo los ojos y luego me encamino hacia la salida.

El drama de Josh con los Peterson se debe a que lo encontraron follando en los baños de la iglesia con una de las hijas de la familia, quisieron que se casaran, pero ambos se negaron y desde entonces el señor Peterson le ha declarado una infantil guerra que consiste en sentarse en su sector y quejarse absolutamente de todo.

Son melodías que pintan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora