9 | «Se llama instinto femenino»

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Cuelgo mi mochila en uno de mis hombros mientras con el otro mantengo el celular pegado a mi oreja para poder seguir escuchando las eternas excusas de Alvin.

—No tienes que mentir —digo rodando los ojos—. Si no quieres venir a la biblioteca lo entiendo, tranquilo.

—No es que no quiera ir —dice él al otro lado del teléfono—. Es que me torcí el pie haciendo deporte y de verdad me duele, creo que acabaré yendo al médico y todo.

Suelto un suspiro—. Si vas al médico avísame y te acompaño.

—Va —concede—. Te veo en el bar, adiós, te quiero.

—Te quiero —cuelgo la llamada y meto mi celular en el bolsillo de mi jean.

Sam, él y yo, quedamos de encontrarnos en la biblioteca para seguir avanzando con el proyecto. Para el final de la semana debemos entregar un informe bastante resumido de lo que hemos investigado hasta entonces y siendo martes no podemos dejar que el tiempo siga corriendo.

Camino lentamente por los pasillos del instituto, subo las escaleras que dan hacia la biblioteca a la misma velocidad y me dirijo al mostrador donde está la bibliotecaria con toda la pereza del mundo invadiendo mi cuerpo.

Quizá debí imitar a Alvin y fingir que me dolía algo.

—Hola —dice la chica detrás del mostrador—. ¿Tienes reservación de sala?

Mi ceño se frunce, ¿desde cuando tienes que reservar algo en este lugar? 

—¿Había que reservar?

—Sí, si quieres un lugar privado en el que estudiar, luego están las mesas de la sala común —señala todo el espacio a mis espaldas y yo asiento levemente con la cabeza.

—En realidad, estoy buscando a Samantha Kein —volteo sobre mi hombro intentando dar con ella entre las personas de las mesas, pero no hay ni rastro—. Me dijo que preguntara aquí...

—Sammy está en la mesa uno, uno, dos —Mi ceño se frunce aún más—. En la ciento doce, sigues recto por este pasillo y te metes en la sala siete.

Asiento, aunque no muy seguro de sus indicaciones, y me encamino hacia la dirección que señala su mano. Al llegar a la sala siete doblo a la derecha y no me es difícil dar con dos ojos de diferente color que me contemplan con intensidad. 

—Perdón por tardar —digo sentándome frente a ella—. Alvin no podrá venir, pero yo me encargaré de su parte, no te preocupes.

—Estuvo aquí antes de marcharse, se veía bastante mal —Quizá no mintió—. Estaba comenzando a ponérsele morado el tobillo. 

Ahora me siento mal por creer que estaba mintiendo.

—Iré a verlo al salir de aquí.

Arrastra el libro que tiene en manos hasta mí y señala un párrafo en concreto—. Encontré esto sobre las mantarrayas, si quieres puedes ir resumiéndolo y destacando lo más importante.

Asiento. Abro mi mochila, saco la computadora de Alvin y la enciendo; es una suerte que ayer la haya dejado en mi casa, de otra forma tendría que hacer este maldito resumen a mano.

Veinte minutos después tengo el trabajo hecho, Sam me indica que haga lo mismo con la medusa, así que me pongo de pie y camino nuevamente hacia la entrada para pedirle algún libro a la chica. Regreso con tres enormes mastodontes que prometen conocer cada mínimo detalle sobre las medusas y regreso a las teclas de la computadora. 

Casi dos horas más tarde no queda mucha gente en la biblioteca. Mis dedos duelen por el constante tecleo en la computadora y mi cerebro no se siente capaz de seguir procesando más información, no importa de qué sea esta. 

Son melodías que pintan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora