7 | «Necesito un empujón»

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—Pasen —dice Sam abriendo la puerta de su casa y haciéndose hacia un lado para dejarnos entrar.

—Que linda casa, Sam —Alvin deja su mochila encima del sofá y gira sobre su propio eje para ver todo a su alrededor—. Lindas fotos.

—Son todas viejas —comenta poniéndose al pie de la escalera—. Siéntense en la mesa, iré a sacarme esta ropa, ya regreso.

Hacemos lo que ordenó. Para cuando Sam regresa a la sala, yo estoy encendiendo la computadora de Alvin y él se dispone a poner nuestros nombres con delicadeza en una de las hojas.

—Encontré estos libros que pueden servirnos —dice ella dejando un total de cuatro libros con aspecto bastante viejo.

Alvin toma uno y comienza a pasar las páginas como si el simple hecho de tocarlas fuera a causarle una enfermedad terminal.

—No estás obligado a usarlo, Alvin —Sam ríe—, puedes buscar las cosas en internet si lo prefieres, da igual.

—Gracias al cielo —Alvin vuelve a dejar el libro donde estaba soltando un suspiro de alivio—. La última vez que leí algo en un libro fue un salmo cuando el cura hijo de puta me obligó a subir al podio ridículo de la iglesia.

Sam suelta una carcajada negando con la cabeza y se sienta entremedio de los dos. 

Dos horas después, todavía seguimos escribiendo datos, buscando más información y agregando preguntas al temario con respuestas que probablemente sean infinitas y para nada importantes, es decir, ¿dentro de veinte años para qué mierda me va servir saber que la medusa de caja es el animal más peligroso del mundo marino o que el caballo de mar es quien se encarga de toda la incubación de los huevos?

—¿No se aburren de estudiar animales? —Alvin se estira hacia atrás en la silla soltando un suspiro eterno—. ¿Qué mierda me importa a mí cuántas muertes han generado estos pulpos cabeza de pene?

Sacude las hojas en las que hemos hecho resúmenes y anotado datos sobre el tema que nos tocó. Sonrío ante su pregunta porque es la misma que yo llevo haciéndome durante los últimos diez minutos.

—Podemos dejarlo para mañana si quieres —dice Sam imitando su pose—. O para cualquier otro día de la semana, hemos avanzado bastante.

El proyecto ya comienza a ser una tortura y apenas vamos comenzando, no quiero ni imaginar como será cuando lo estemos acabando.

—De todas formas ya deberíamos ir terminando por hoy, en media hora tenemos turno —alzo la vista al reloj que guinda en la pared.

Se supone que nuestro jefe es flexible con los horarios y debe darnos libre siempre y cuando sea algo relacionado con el instituto, pero eso era hasta antes de cumplir dieciocho años y firmar un contrato fuera del programa estudiantil.

—Se me ocurre que podríamos juntarnos en la biblioteca la próxima vez —La mirada de Alvin pasa al señor Kein que está sentado en el sofá viendo atentamente la televisión—. Quiero hacer mis chistes y hablar guarradas y siento que aquí no puedo.

Llegó a la casa cuando nosotros ya estábamos aquí, nos saludó y se sentó en el sofá sin prestarnos mayor atención.

Aunque baja la voz, él parece escucharlo, porque voltea hacia nosotros y sonríe—. Por mí pueden decir lo que quieran, siéntanse como en su casa.

Las mejillas de Alvin comienzan a tornarse rojas, yo bajo mi cabeza para ocultar la sonrisa que se forma en mis labios y Samantha se cruza de brazos fulminando a su padre con la mirada.

—¿Lo dejamos para después? —pregunta Sam.

Alvin y yo compartimos miradas antes de asentir. 

—¿Ya terminaron? —El señor Kein apaga el televisor y se pone de pie—. Al fin, quería hablar con ustedes desde que llegaron, pero Sammy me prohibió acercarme mientras estuvieran trabajando en el proyecto.

Son melodías que pintan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora