6 | «Un mal entendido»

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Cuando el silbato indica que el entrenamiento ha terminado, salgo corriendo de la cancha y me apresuro camino a los vestidores para agarrar lugar en las duchas. Debería ser ilegal que nos hagan venir al instituto un sábado en la mañana y, como si eso no fuera poco, nos obliguen a dar vuelta tras vuelta por el perímetro de la cancha después de terminado el entrenamiento.

Isaac se para a mi lado y me codea las costillas. Primero lo miro de reojo y al notar que sonríe imito su gesto.

—Hoy sí vendrás a la fiesta, ¿no? —pregunta ladeando la cabeza—. Estaremos todos los del equipo, no puedes perdértela.

—Tengo que trabajar —aprieto los labios.

—¿Y después de tu turno?

—Quizá, no sé —me encojo de hombros.

Dejo que el agua caiga sobre mi cuerpo y se lleve con ella la espuma del jabón y los restos de suciedad del campo. Mojo completamente mi cabello tirando mi cabeza hacia atrás a la vez que cierro los ojos para que no entre agua en ellos.

—En caso de que quieras ir llámame e iré a buscarte —dice Isaac una vez cierro el grifo y el agua deja de correr—. No soy de los que beben así que también tendrás un conductor responsable que te lleve a casa.

—¿Puedo llevar algún amigo? —Seguro que a Alvin va encantarle la idea.

—Lleva a quien quieras, Liam, siempre y cuando esa persona vaya dispuesta a no limitarse —se acerca a mi oído y susurra—. En nuestras fiestas pasa de todo, de todo.

Repite la palabra y al apartarse noto como sonríe. Le regreso la sonrisa sin saber qué más hacer, agarro mi toalla del colgadero para envolvérmela alrededor de la cintura y salgo de las duchas con el ceño fruncido.

Mientras camino a casa le envío un mensaje a Alvin avisándole sobre la fiesta. Ni siquiera alcanzo a apagar la pantalla de mi celular cuando ya ha contestado diciendo que claramente irá y que ni bien llegara a su casa se pondría en ánimos de planchar su camisa para, con suerte, tenerla lista para antes de entrar al turno.

Comienzo a maldecirme por no haber fumado aunque sea un cigarrillo cuando estoy a poco más de una cuadra de casa y las ganas de tragar humo se apoderan de mi cuerpo. Tanteo los inexistentes bolsillos de mi short deportivo y vuelvo a maldecir. Como nota mental tendré que recordar guardarme al menos uno en mi bolso.

—¡Ya estoy aquí, nonna! —grito al abrir la puerta.

Mis pies se dirigen a las escaleras, pero al escuchar la carcajada que proviene de la cocina cambian completamente de dirección. No hace falta entrar para saber que la nonna no está sola, ni tampoco que Alvin es quien la acompaña.

—¿Qué haces aquí? —pregunto viendo fijamente a mi amigo—. ¿No acabamos de hablar hace menos de diez minutos?

—Sí —se encoge de hombros—. ¿Y?

—No sé, podrías haberme dicho que estabas en mi casa, ¿no? 

—Según lo que sé, los papeles de esta casa están a nombre de Ausfera Urgh, no de Liam Corbyn...

Le saco la lengua y luego me doy media vuelta. Subo a mi habitación y tras dejar el bolso encima de mi cama vuelvo a bajar a la cocina. Almorzamos los tres juntos hablando de trivialidades, del fútbol y de los planes de Alvin para cuando termine el instituto, pasamos la tarde entera tirados en el sofá sin hacer mucho más. Está claro que Alvin no regresa a su casa antes de la hora de nuestro turno en el bar, así que coge de mi armario la primer camisa que llama su atención y la mete dentro de su mochila sin cuidado alguno.

—¿Dónde es la fiesta esta a la que te invitaron? —me pregunta cuando me acerco a la barra a dejar las comandas.

—Es en casa de uno de los chicos del equipo —suelto encogiéndome de hombros—. Isaac me envió la ubicación y dijo que podía pasar a buscarnos, así que no te preocupes.

Son melodías que pintan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora