5 | «Dame cinco años»

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Lanzo la colilla de mi cigarrillo a los arbustos del instituto y enseguida siento el golpe seco en mi espalda. Me volteo hacia Mila que, fulminándome con la mirada, hace una seña hacia los arbustos y luego me da un empujón.

—Así comienzan los incendios forestales —vuelve a golpearme aún cuando ya he levantado la colilla—. Haces eso frente a mí otra vez y te cruzo la cara.

Me amenaza sentenciándome con el dedo, pero no puedo tomarla en serio. Un metro sesenta, un rodete despeinado a la mitad de su cabeza, delineador corrido por el sudor y las mallas que le obligan a usar en ballet.

—¿No tienes que regresar a casa o algo? —le pregunta Alvin a la vez que se muerde los labios—. Ya se te está haciendo tarde, ¿no crees?

Yo lo pecho con el codo poniéndole mala cara—. No seas pesado.

—A nosotros también se nos está haciendo tarde, Liam —responde él agrandando los ojos—. El profesor de biología va a repartir los proyectos y nos quedaremos con lo peor.

—Tranquilo, Liam —Mila me da un beso en la mejilla—. De todas formas debía irme. Te veo más tarde en el bar.

—Nos vemos, Mila —sacudo mi mano a modo de despedida y me volteo hacia Alvin que la contempla mientras ella se marcha a paso lento—. ¿Entramos? No sé, digo, como estabas tan apresurado...

—Deja de insinuar cosas que se volverá real.

—Cuanto más le temes a algo más lo atraes —me encojo de hombros.

Al llegar al aula, el profesor está de pie junto a la puerta. Tomamos asiento al fondo, en los únicos dos lugares libres y Alvin, como si fuera acto reflejo, saca su celular para revisar las notificaciones.

Lo de prestar atención en clase no nos va a ninguno de los dos.

Dios nos hizo y el Diablo se encargó de unirnos.

Mis ojos recorren todo el espacio en busca de Samantha y acaban decepcionados al no dar con ella. Sin embargo, al segundo siguiente, la veo entrar por la puerta del aula cargando unos libros debajo de su hombro y Alvin me patea sin discreción alguna.

—Disimula un poco —agranda los ojos.

—¿Qué dices? —frunzo el ceño.

—Se te ha iluminado la mirada, uf, si pudieras verte, hombre.

—Cállate.

—Bien —dice el profesor parándose al medio de la pizarra—. Ahora que estamos todos, es de mi agrado comentarles que en vísperas de que acabe el curso, comenzaremos a desarrollar el proyecto final.

Una de las chicas de enfrente levanta la mano, pero el profesor la ignora y Alvin a mi lado parece estar a punto de echar un pulmón a cambio de no soltar una carcajada.

—Los equipos los formarán ustedes —nos sentencia con el dedo—, pero les advierto que si en las entregas semanales escucho alguna queja de algún integrante o percibo que no funciona, me tomaré la libertad de separar dicho grupo y quien quede fuera tendrá que iniciar el proyecto desde cero y solo, claro está.

Alvin me codea el brazo y yo asiento sin voltear a verlo porque sé que lo que quiere es confirmar que haremos juntos el proyecto. Así ha sido los últimos tres años.

—También les aconsejo que a la hora de formar grupos no busquen amistad, sino gente que realmente trabaje —continúa el profesor uniendo sus manos a la altura de su pecho—. No pongo calificaciones por qué tan buenos compañeros son, las pongo por el trabajo que realizan, ténganlo en cuenta.

—Samantha está viéndote —dice Alvin volviendo a codearme el brazo—. No mires, pero se voltea a cada rato hacia aquí.

—Quiero los grupos formados para la siguiente clase, hasta tres personas por grupo, no más —se sienta frente a su escritorio—. Ahora, saquen una hoja que dictaré los temas para que se vayan familiarizando con ellos.

Son melodías que pintan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora