17 | «Quiero ser tu novio».

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Abro la puerta de mi casa con una sonrisa amplia plasmada en mi rostro y el corazón latiéndome a mil por hora. Sam me sonríe desde el otro lado y enseguida da un paso adelante para abrazarme.

—Le mentí a papá que me quedaría en casa de Mila. —Es lo primero que dice al apartarnos—. ¿Hablaste con ella?

Yo asiento con la cabeza. Acordamos que Sam le daría el número de teléfono de Mila a sus padres para que se quedaran más tranquilos ya que ella pasaría la noche fuera de casa.

—No hay flores, ni cartas ni nada de eso, ¿verdad? —frunce el ceño intentando ver detrás de mí.

—Nada —sonrío.

Me hago a un lado para dejarla entrar y la observo mientras se quita su abrigo y deja su mochila sobre el sofá.

—Ya tengo todo listo —comento acercándome a ella.

—¿No que no había flores y esas cosas? —alza una ceja.

—No las hay —aseguro sonriendo—, pero eso no quiere decir que no haya buscado otras cosas que harán que la noche sea especial.

Entorna los ojos al mismo tiempo que yo me coloco a sus espaldas y alzo mis manos hasta su cabeza.

—¿Qué harás? —pregunta viéndome por encima de su hombro.

—Confía en mí.

Pongo mis manos sobre sus ojos y comienzo a dirigirla hacia las escaleras. Mientras subimos tropieza más de una vez y carcajea, cubro sus ojos solo con una mano y uso la otra para aferrarme a su cintura.

—No abras los ojos —digo cuando aparto mi mano de su rostro para abrir la puerta de mi habitación.

—¿A dónde vamos?

—Ya casi estamos —digo, acercándonos a la ventana.

Le pido que abra los ojos justo cuando estamos frente a los cristales de la ventana. Apenas ve lo que he preparado fuera, se voltea hacia mí y me enseña una sonrisa de oreja a oreja.

Me abraza y, teniéndola entre mis brazos, siento mi pecho arder de felicidad.

—Es mejor que mil flores y estupideces.

Regresa su atención a la ventana y sin decir nada la abre. Sonrío mientras la veo salir por ella, hacia el tejado y una vez deja el espacio libre la acompaño.

Durante mucho tiempo me quejé porque mi ventana era la única que daba al patio trasero de la casa. Cuando descubrí que había una parte del techo sin tejas, perfectamente plana y espaciosa, dejé de quejarme.

Pasé los últimos dos días pensando qué podía hacer para que la noche fuera especial. Mila me ayudó con eso; aunque la verdad es que lo único que se le ocurría era que le cantara. Al final me decidí por comprar dos lienzos en blanco, carboncillo y dos delantales de pintor.

Si soy sincero, no me tengo fé en nada que se relacione a la pintura, pero sé que a ella se le da estupendo, así que intentaré dar lo mejor de mí.

Se sienta de espaldas hacia el patio y yo hacia la ventana, quedando ambos frente a frente. La sonrisa no se aparta de sus labios mientras se coloca el delantal y toma la barra de carboncillo que dejé sobre un plato para ella.

—Podría decir que es la mejor cita que he tenido en mi vida —se estira hacia mí y yo me acerco para darle un beso—. ¿Qué vas a pintar tú?

Me encojo de hombros. No sé, ¿qué pensará de mí si le digo que solo sé dibujar muñecos de palitos?

—¿Tú? —contraataco.

—Lo que el lienzo pida —me regala una sonrisa cálida—. Solo cierra los ojos y deja que te hable.

Son melodías que pintan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora