- ¡Mamá! ¿Dónde están mis zapatillas?
-Están secándose en el sótano. Creo que ya puedes ir a recogerlas, cariño.
Ben, de 15 años, era un chico introvertido. En el instituto no era muy popular, pero tenía a su amigo, Kevin, con el que jugaba todas las noches a juegos de mesa o de ordenador online. Ese día, Ben y Kevin quedaron porque había un gran evento en el museo de la ciudad: la exposición del paleolítico bajo la perspectiva del Dr. Alarcón.
Ambos chicos quedaron maravillados ante las imponentes maquetas de dientes de sable o rinocerontes lanudos. Grupos de extranjeros eran movidos como rebaños por un guía que les explicaba todo el tour. El museo, a pesar de tener más de 100 años, estaba completamente reformado y modernizado, con pantallas digitales en las paredes y numerosos espacios en los que la realidad digital era la protagonista.
El tour era algo soporífero y monótono. Se centraba en mirar maquetas y escuchar largas charlas del guía de turno. Por desgracia para ellos, las actividades digitales eran de pago. Kevin, que era curioso y un gran fan de las investigaciones, le indicó con un leve empujón con el hombro a Ben que se fijase en una puerta que había en una esquina del museo. A diferencia de las demás puertas estandarizadas de metal gris, esta era de un color marrón madera, adornada con motivos tribales.
Ambos jóvenes se miraron, y, sin mediar palabra, se dirigieron hacia esa puerta, no sin antes cerciorarse de que ningún guardia los pudiese ver. Para su sorpresa, la puerta se entreabrió delante de ellos, que solo tuvieron que empujarla levemente. Un aire gélido les hizo retroceder un paso, y a Ben le arrancó un escalofrío. Aun así, decidieron entrar.
Detrás de la puerta se encontraban unas escaleras de piedra, tan frías que Ben juraría sentir que pisaba hielo. La escalinata era eterna, y no sabían si llevaban a algún sitio o era una trampa para curiosos. Pasados un par de minutos, se encontraron con un portón de hierro de doble puerta. Estaba demasiado oscuro como para verlo, por lo que Kevin se dio de bruces contra él. La única iluminación que había era pequeñas líneas que se escapaban detrás de aquel pórtico.
Ben empujó la puerta y no daba crédito a lo que veía. Una gran explanada gélida, donde se podían ver icebergs, pero también árboles que nunca había visto y montañas que daban un fondo jurásico al paisaje. Los dos chicos entraron, con las manos cruzadas por el frio, pero con el pecho ardiendo de la emoción.
De repente, un mamut lanudo apareció ante ellos con signos evidentes de hostilidad. Kevin y Ben gritaron y cayeron al suelo de la impresión.
- ¡Ey, Sully! ¡Quieta!
Dos abrigos cayeron en las cabezas de Ben y Kevin, que miraban extrañados la situación. Al levantarse, vieron a un hombre de mediana edad acariciar cariñosamente la trompa de aquel mamut.
-Disculpe. ¿Quién es usted? - preguntó Ben, con la voz aún temblorosa.
- ¿No sabes quién es? Es el Dr. Alarcón, una eminencia de la arqueología. Además, es el organizador de este evento.
- Veo que estás bien informado, muchacho - respondió con una risa el hombre. - Pero te ha faltado un detalle: también soy el dueño de este paraje. Llevo dos décadas construyendo este paraíso de la arqueología. Mis niños son estos animales.
El Dr. Alarcón les hizo un gesto para que se acercasen, y les agarró la mano, posándola sobre la peluda trompa del animal. Ambos chicos sonrieron.
-Bueno, es momento de volver al museo hace mucho frío aquí - comentó Ben, tiritando visiblemente.
Cuando llegaron, el guía seguía exactamente en el mismo lugar donde lo dejaron: explicando la maqueta de uno de los innumerables mamuts que existieron en ese periodo. Kevin puso los ojos en blanco en señal de desaprobación.
- Siempre podemos volver al paraíso de los dinosaurios.
Pero cuando se dieron la vuelta, la puerta ya no estaba. Los dos se miraron perplejos. Buscaron por todo el museo al Dr. Alarcón, pero no estaba. Cuando preguntaban por él, la gente los miraba extrañados. No fue hasta que encontraron a uno de los guías que consiguieron una pista.
- ¿El Dr. Alarcón? Ese fantástico hombre falleció hace 30 años.
La confusión reinó en sus cabezas. Cuando ya se disponían a volver a sus casas, se cruzaron con un hombre vestido con una gabardina y un sombrero de ala ancha. Con el choque a aquel misterioso hombre se le cayó un objeto: era un colmillo de un dientes de sable. Cuando Ben, lo recogió, el hombre se giró y le guiñó un ojo. Ben sonrió, pero cuando volvió a alzar la vista, aquel hombre había desaparecido.
Años más tarde, Ben se convirtió en guía del museo arqueológico. Sus días se basaban en soltar la misma parafernalia a los turistas que venían. Un día tan normal como otro, le tocó hacer el tour de los mamuts, y, cuando se encontraba en mitad de la charla, vislumbró la puerta. Ben sonrió y siguió haciendo el tour.
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Relatos de la fortuna
RandomEn este libro relataré pequeñas historias que la suerte e inspiración me permita mostrar. #relatodedado