"¿Dónde estoy?" Me encontraba aturdido en una especie de sala rocosa cuya única salida es una entrada a un pasillo de piedra pulida. La entrada tenía unas runas marcadas en la piedra, con una simbología que no lograba comprender. No tenía más elección, debía avanzar.
Las paredes de piedra musgosa eran frías y antiguas, pero te incitaban a seguir adelante y no mirar atrás. Al cabo de unos minutos, entré a una gran sala cuadrada, sin decoración, y, en medio de ella, un anciano sentado en una mecedora. Me acerqué a él, pero tenía la mirada perdida y sus ojos carecían de brillo. Le hablé, pero no me respondía. Qué extraño. Después de varios intentos frustrados por comunicarme con él, desistí y continué por este laberinto de piedra.
Cada pasadizo era más estrecho y, algunos, con callejones sin salida. Al rato me volví a encontrar en otra sala, esta con una casa en medio de ella. A lo lejos vislumbré una luz dentro de ese hogar y decidí acercarme para ver si hay alguien dentro. Al asomarme por la ventana, vi a aquel anciano levantando a hombros a una niña pequeña, que sonreía al verse por encima de él. Era una escena conmovedora, que me dejó encandilado. Pasados unos minutos, me di cuenta de la realidad: estaba en un sitio que no conocía y tenía que salir de ahí. Intenté abrir la puerta de la casa, en busca de información, pero la puerta no abría. Desistí y seguí mi camino.
El laberinto se volvía cada vez más claustrofóbico. Había pasadizos en los que tenía que agachar un poco la cabeza para poder avanzar. Y, delante de mí, otra sala. En esta había un señor, vestido de traje, esperando en un altar decorado con una alfombra roja. Me miraba fijamente, sonriendo y visiblemente emocionado. Le sonreí de vuelta y le pregunté qué era este lugar. Al mismo tiempo que preguntaba, una mujer pasó a mi lado en dirección al altar. Iba preciosa, con un elegante vestido blanco con escote de palabra de honor. Su melena pelirroja recogida con un moño despejaba su fino y bello rostro. Estuvieron unos momentos mirándose fijamente, finalizando con un beso y un abrazo infinito. No entendía nada, pero mi intuición m decía que siguiese adelante.
A medida que avanzaba, me costaba más llegar a la siguiente sala. En esta me encontré con un joven, de unos veinticinco años, sentado en un banco y con la cabeza gacha. Vestía de negro completamente y sostenía un periódico cuyo titular decía: MUERE EL PRESIDENTE DE LA COMPAÑIA AIR ECO EN UN ACCIDENTE DE COCHE. El corazón se me aceleró y decidí salir corriendo de allí inmediatamente.
En los siguientes pasadizos tuve que avanzar agachado, ya que el techo era tan bajo que no podía mantenerme en pie. En la siguiente sala, un niño vestido de futbolista jugaba con la pelota con el que supuestamente era su padre. Esa escena me impactó. Las lágrimas brotaban de mis ojos y mi cuerpo no respondía: era mi padre. Intenté abrazarlo, pero algo me retenía. Un llanto proveniente del siguiente pasadizo me alertó, y fui en su busca.
El hueco que dejaba el pasadizo solo era posible atravesarlo arrastrándose. La última sala no tenía salidas. Era igual que la primera: un gran habitáculo cuadrado, sin decoraciones y completamente gris. En el centro, había una cápsula y el origen de aquel llanto. Me acerqué con cautela y pude reconocer la figura de un bebé. Al tenerlo en mis brazos, se calmó. Me miró fijamente y luego miró la cápsula. Es como si quisiera que entrase en ella. Me dispuse a entra con el bebé y, automáticamente, la cápsula se cerró. El bebé sonrió, me volvió a mirar y dijo: "Es hora de descansar para siempre".
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Relatos de la fortuna
RandomEn este libro relataré pequeñas historias que la suerte e inspiración me permita mostrar. #relatodedado