Zumbido, Cangrejo y Lluvia

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Sé que muchos de los que me estáis leyendo pensaréis que estoy loco, pero esta historia es totalmente real. Todo se remonta a cuando era un joven muchacho de apenas 13 años.

Me encontraba en la Playa de Wheir, en el Imperio de Mirion, uno de los cinco grandes reinos de Teliria. Mi padre era pescador, por lo que el mar no era nada misterioso para mí, hasta ese día. Era una mañana nublada, gris, como si el cielo me avisase de que no era buen día para zarpar. Por otro lado, el mar se encontraba manso, plano, de tal tranquilidad que a pesar de ser invierno a uno le entran ganas de zambullirse.

Mi padre me ordenó que estuviese el barco listo para las 7 de la mañana, hora en la que iríamos a alta mar. Esa mañana fue tranquila, incluso llegamos a pescar más de lo que esperábamos. Pero al comenzar el viaje de vuelta, lo que iba a ser una jornada apacible se convirtió en pesadilla.

Comenzaron a caer unas gotas finas como cuchillas, que más tarde se convertirían gotones que empapaban hasta los impermeables trajes de los marineros. El mar comenzó a revolverse, emitiendo sonidos guturales procedentes de las fuertes olas que arremetían contra la embarcación. Tenía miedo, pero estaba con padre.

De repente, una enorme ola embistió con tanta fuerza que salí disparado y caí al mar. El agobio y terror se apoderó de mí y mis músculos se agarrotaron, impidiendo que pudiese mantenerme a flote. El agua comenzó a entrar en mis pulmones, ahogándome poco a poco y haciendo que mi vida se desvaneciera en la oscuridad. Todo se volvió negro y un zumbido atronador captó los últimos segundos de mi consciencia.

Lo próximo que recuerdo es encontrarme en una cueva. Era hermosa, con cristales de diversos colores y rocas brillantes. Cuando me quise reincorporar, el abdomen me ardía de dolor. Acto seguido, expulsé todo el agua que había tragado. Pasado el mal trago, comencé a explorar aquella cueva.

Era enorme. La sala en la que me encontraba tenía además un gran lago en el centro y él salían varios senderos que conducían a distintos túneles, tan oscuros y misteriosos que no me atrevía a elegir alguno. Me pasé varios minutos dando vueltas alrededor del lago, igual de oscuro que los túneles, y cuando me quise dar por vencido, la sala comenzó a temblar. El miedo volvió a mi cuerpo -aunque no sé si alguna vez se había ido- y me agazapé detrás de una de las rocas.

Del lago salió una especie de cangrejo, pero era mil veces más grande. Tenía 4 pinzas por manos, varios pares de patas y un abdomen parecido al de un humano. Su cabeza era chata, con dos ojos negros y bigotes largos. El ser emitía unos chillidos tan agudos que llegaban a lo más profundo de mi cabeza. Al intentar taparme los oídos, golpee sin querer una pequeña piedra que cayó al suelo, haciendo callar al crustáceo. Mentalizado de que me había descubierto, salí de mi escondite mientras que él me miraba fijamente. Se acercó de forma prudente, analizándome en todo momento, hasta que sus bigotes rozaron con mi cara, haciéndome cosquillas. En ese momento soltó otro gran zumbido y se dirigió hacia uno de los túneles, no sin antes hacerme un gesto de que lo siguiera.

Pasamos un buen rato atravesando un sendero rocoso oscuro, pero curiosamente sus dos antenas emitían una leve luz con la que poder ver qué teníamos delante. Al terminar el túnel, llegamos a la salida de la cueva, que llevaba a una playa de arena roja. Nunca había visto un tipo de arena igual, pero agradecí al cangrejo su ayuda. Él me dio un trozo de coral como respuesta, que es el que llevo colgando en mi cuello. 

La playa era del reino Berio, un reino aliado que se encuentra al sur de Mirion. Los berianos de la zona quedaron sorprendidos de que saliese por mi propio pie de lo que ellos lamaban "El agujero del Diablo". Uno de ellos iba hacia Wheir, por lo que le pedí que me llevase allí.

Y esta es la historia de cómo conocí a mi amigo Crost.

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