Montaña, Cuervo y Ciudad

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Baldur, decimonoveno rey de Histil, era el señor de las montañas. Su imponente presencia era suficiente muestra para que cualquier habitante del Dominio de Hos le debiese lealtad.

Al otro lado de los Muros de Hielo, la ciudad de Alkulud era el epicentro de un evento que se recordaría en eras posteriores. Una revolución. Kulu esperaba ansioso a su cuadrilla de lacayos para reunir un ejército lo antes posible. Los habitantes de esta ciudad ubicada en medio del Desierto de Yep estaba hartos del reinado del joven Baldur, a pesar de su reciente coronación.

Un criado del rey entró apresurado al salón real, con un mensaje de urgencia.

- Señor, he oído rumores. Corre un grave peligro.

Baldur, hierático, pero con mirada decidida, mandó tres cuervos a Alkulud. Los cuervos, ojos de sus ojos, le permitían ver lo que no es visto, oír lo no oído y sentir lo no sentido. El primer cuervo vislumbró cómo varios herreros preparaban armas mientras los soldados les ordenaban apresurarse. El segundo, cómo los escuadrones se organizaban para asaltar Histil. Pero el tercero dejó a Baldur perplejo. Vio cómo su hijo, Romu, hablaba con Kulu para planear como derrocarle.

El rey, con lágrimas en los ojos, reunió a su consejo. Los sabios, serios y preocupados, debatieron acerca de la defensa del reino. Ortin, el más joven de ellos, presentó una propuesta que no dejó indiferente a nadie, ni siquiera a Baldur.

- Ha llegado el momento. Es el día de la liberación del Jortun.

El consejo guardó silencio. El mero hecho de nombrar a esa criatura estremecía al más aguerrido de los soldados. Jortun era un gigante de hielo de cuatro brazos, una deidad en el reino. Sus ojos negros y su boca dentada le daban un aspecto monstruoso, a pesar de tener un cuerpo humanoide. Cada brazo portaba un arma de los Orígenes: el Mazo de Brost, capaz de resquebrajar un continente entero; la espada de Ferius, tan fina y cortante como el cristal; el Hacha de Tort, puede cortar cualquier objeto, ciudad o montaña que pase por su filo; y la Lanza de Garlen, una punzada suya sería capaz de cortar el aire.

Pasados unos minutos, el consejo decidió votar. El resultado fue de empate, dejando a Baldur con el voto final. El rey, dolido y traicionado, aceptó la propuesta de Ortin: en dos días, el Jortun será liberado.

Mientras, en Alkulud, las tropas comenzaron a salir de la ciudad, rumbo a Histil. Kulu y Romu los lideraban, valientes, acompañados de elefantes de combate, lanceros y arqueros. La caballería, que cabalgaba camellos, flanqueaba la zona por posibles emboscadas enemigas.

- Querido amigo, gracias por tu colaboración. - dijo Kulu, sonriente.

- No hace falta agradecer nada, señor. No me considero hijo de un rey legítimo.

Después de dos días, el ejército de Alkulud se asentó frente a las puertas del Muro de Hielo. Al otro lado, el ejército de Baldur esperaba el enfrentamiento. Kulu, con su gran lanza, ordenó al ejército el comienzo de la batalla al grito de "¡Alkulud mes!" (¡Por Alkulud!).

Ambos bandos comenzaron una batalla cruenta y sangrienta. De repente, en medio del caos, un gran estruendo pausó el enfrentamiento. A lo lejos, en una de las cimas del Muro de Hielo, se vio cómo una figura hacía estallar la mitad de la montaña. El Jortun.

El gigante comenzó a arrasar todo lo que se encontraba a su paso: bosques, valles, asentamientos... Los soldados de ambos reinos huyeron despavoridos, pero no podían evitar al gigante, que golpeaba su mazo contra ellos.

El Jortun llegó rápido a Alkulud, dejando tras de sí solo muerte y destrucción. Lo que era la Ciudad del Sol acabó apagándose hasta convertirse en ruinas.

Baldur, al ver tal imagen, fue consumido por el arrepentimiento. "¿Qué he hecho?", pensó en sus adentros el rey, mientras observaba como el gigante daba media vuelta y se dirigía hacia ellos.

Histil tampoco fue rival para los ataques del Jortun, que masacró el reino. El Jortun siguió avanzando y su destrucción se completaba allá por donde pasase.

Este fue el final de las Eras Antiguas.

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