Hola, soy Miguel Ros y sí, salvo vidas.
Era invierno. El frío gélido de las calles de Gijón dejaba una imagen translúcida de las calles empedradas del centro de la ciudad. Por suerte, mi brasero mantenía cálido todo el piso en el que estábamos. Eran las 12:00 de la mañana de un 15 de febrero y mi paciente sufría de una hemorragia interna debido a una reyerta en un bar. Era común este tipo de pacientes de buena mañana, así que se presuponía un día tranquilo.
- Sara, ¿quién viene a la una? - dije, soltando un suspiro de resignación.
- Esa hora está libre Miguel.
Qué extraño. Juraría que tenía el día completo. Cuando terminé la operación con aquel cincuentón rollizo y alopécico me senté en un sillón mustio que había pasado por varios tapizados de mala calidad, me quité las gafas y cerré los ojos para descansar la vista. El silencio era reconfortante, pero poco común en la clínica, por lo que decidí levantarme e ir hacia el recibidor. No había nadie.
- ¿Sara? ¿Dónde estás? Aún no son las 14:00.
Volví a mi sala de operaciones y todo había desaparecido. No estaba la camilla de metal, con su sábana arrugada y húmeda, culpa del sudor del anterior cliente. Tampoco se encontraba el viejo sillón donde descansaba apenas unos segundos. Era un habitáculo vacío y sin vida, pero en el centro de la sala se encontraba un pequeño destello flotando. Me acerqué, presa de la curiosidad, pero con precaución. El destello parpadeaba, como si quisiese interactuar conmigo. Alcé mi mano y toque con el dedo aquel pequeño haz de luz. De repente, todo se iluminó, dejándome temporalmente ciego y desorientado.
Al recobrar la vista, me encontraba en un gran salón, con columnas de orden dórico y de piedra virgen. Delante de mí se encontraba un trono de oro de madera maciza, ornado de motivos religiosos y bélicos. En él, un hombre de pelo y barba castaños con un cetro de oro en su mano, me miraba fijamente.
- Estás frente al Rey de Castilla, Alfonso XI, el Justiciero. ¡Arrodíllate!
Fue un acto reflejo, pero hice caso a la orden del caballero. No entendía nada y me encontraba aún desorientado. El silencio era sepulcral, notaba como las miradas se clavaban, punzantes sobre mi cogote. No me atrevía a alzar la mirada.
- Levantaos. - dijo el rey con voz grave - Os estaréis preguntando por qué estais aquí. Hemos descubierto gracias a una civilización desconocida la forma de conseguir traer a gente de otros tiempos y hemos visto que eres el mejor médico del país.
Con el cuerpo aún tembloroso, hice un ademán de respeto, asintiendo sus palabras.
- Nuestro pueblo se muere. Una enfermedad es la causa de tantas muertes. El humo de la parca se cuela por todos los rincones del reino y no sabemos cómo pararlo. Monseñor, os ruego que nos ayude a acabar con esta lacra.
Un murmullo de asombro de los caballeros recorrió todo el salón. Uno de los guerreros que se encontraba a su lado le susurró algo al oído, a lo que el monarca hizo oídos sordos.
- Primero quiero saber en qué año estamos. - dije en voz baja, pero decidido.
- Estamos en el año 1353 después de Cristo, Nuestro Señor.
- Comprendo, necesitaré un estudio, personas que entiendan de medicina o curanderos. También necesitaré una serie de ingredientes que os dejaré en una lista.
Acto seguido, Alfonso XI, con un gesto, ordenó a todos sus caballeros que obedecieran las órdenes que había formulado. Durante varios meses, un grupo de investigación comenzó a reunir informes de la población, realizar experimentos con los ingredientes recolectados y apuntando las directrices que posteriormente se declararían a la población.
Al concluir la investigación le pedí al rey Alfonso XI que reuniera a su pueblo y a sus mensajeros para anunciar los resultados finales.
- Querido pueblo de Castilla, después de varios meses hemos descubierto cuál es el origen de la enfermedad: las ratas. Son portadoras de suciedad, excrementos y enfermedades. Ahora, prestad atención. La formas formas de contrarrestar esta enfermedad son las siguientes: esta pastilla milagrosa -dije alzando una pastilla de jabón - es capaz de eliminar la suciedad de nuestros cuerpos y alejar la enfermedad. La otra solución es este polvo llamado cal viva que alejará a esas ratas inmundas de vuestros hogares. Con estos dos objetos, la enfermedad desaparecerá.
La multitud rompió en júbilo y la gente se agolpaba en busca de conseguir tan preciado recurso. Pasado un par de meses, la enfermedad desapareció.
- Quiero daros las gracias, Monseñor Ros. Mi pueblo y el de toda la península está a salvo gracias a vos. Me gustaría recompensaros como es debido.
- Solo quiero volver a casa. - respondí, visiblemente cansado pero satisfecho.
El monarca asintió y apoyó su cetro sobre mi cabeza. El haz de luz volvió a aparecer, transportándome de nuevo a mi clínica. Allí me encontré de bruces con Sara.
- Miguel, ya son las 14:00. Me marcho.
- Oye Sara, ¿a qué día estamos?- - pregunté desorientado.
- A 15 de febrero.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de la fortuna
DiversosEn este libro relataré pequeñas historias que la suerte e inspiración me permita mostrar. #relatodedado